¿Quién no conoce o no ha oído a hablar de Chichén Itzá, la antigua ciudad ritual de las mayas en la península del Yucatán? El Castillo, nombre con el que se conoce vulgarmente la pirámide de Kukulkán, y el Cenote Sagrado, conectados por una vía de 200 metros, son elementos conocidos de películas y, sobre todo, son elementos centrales de muchas fotos de viajes. Chichén Itzá contiene un amplio número de construcciones, no siempre tan espectaculares ni visibles. Aproximadamente a un kilómetro de la pirámide principal, en el año 1967, durante la construcción de una pista de aterrizaje (que ahora está abandonada), se identificó un chultún una construcción artificial subterránea similar a un cenote, con forma aproximada de botella, en la que se recogía el agua de la lluvia— conectada con una cueva. La inspección del chultún descubrió los restos humanos de más de cien niños, de unos 3-4 años. Como los restos de humanos de estas edades tan jóvenes se deshacen más fácilmente, ya que no hay ni el cráneo fusionado y los huesos todavía son muy cartilaginosos y están en crecimiento, no se podía aventurar de qué sexo biológico eran, ni exactamente cuántos había, por el hecho de que los restos estaban amontonados en una zona de unos tres metros cuadrados. Estos restos fueron retirados porque el lugar estaba en peligro, debido a la construcción de la pista del aeropuerto, y quedaban a la espera de ser analizadas.

Se sabe que los mayas realizaban sacrificios rituales, que siempre implicaban a gente joven. En el Cenote Sagrado, como consecuencia del espolio llevado a cabo durante los años 10 y 20 del siglo XX, se descubrieron restos esqueléticos (además de joyas y otros objetos de valor) de niños y adolescentes, particularmente de chicas. Se cree que estos sacrificios humanos estaban relacionados con el culto a los dioses mayas, y la necesidad de asegurar la lluvia y la productividad de los cultivos, y la fertilidad de la propia población humana, pero no se sabe a ciencia cierta, porque la información que nos ha llegado corresponde a las transcripciones de misioneros y colonizadores españoles de los siglos XVI y XVII, que, claramente, tenían cierto sesgo. Creemos que el periodo de esplendor de Chichén Itzá sucedió durante los años 800-1300 de nuestra era, mucho antes de la colonización. Eso hace que se desconozca a quién se sacrificaba y qué significado tenían estos rituales mayas que, muy probablemente, respondían a situaciones distintas a lo largo de periodos tan largos de tiempo.

Los análisis genéticos muestran que los restos humanos de hace más de 800 años son muy similares genéticamente a la gente que actualmente habita en la zona

Un artículo recién publicado en Nature, profundiza en este misterio y nos da pistas inesperadas. Cerca de sesenta años después de su descubrimiento, mediante técnicas de análisis de DNA antiguo, se han analizado los restos humanos encontrados en el chultún próximo al Cenote Sagrado, en una colaboración entre institutos de investigación arqueológica e histórica de México y el departamento de Arqueogenética, del Centro de Evolución Antropológica del Max-Planck en Leibnitz. En primer lugar, se intentó averiguar qué relación había entre los niños, y durante qué periodo de tiempo fueron enterrados ritualísticamente. Para evitar confundirse entre los restos, muy mezclados, usaron el hueso petroso (una región del hueso temporal), denso y rico en DNA, para los análisis genéticos, de modo que la asignación a una única persona estaba asegurada. Así, han obtenido los perfiles genéticos de 64 de los niños. Inesperadamente, observaron que todos eran niños de sexo biológico masculino. Además, había dos parejas de gemelos monozigóticos (gemelos idénticos) y la gran mayoría del resto eran emparejables genéticamente, es decir, había parejas de parientes de primero o segundo grado (hermanos, primos hermanos, etc.), indicando un parentesco genético próximo entre al menos dos de los niños. Por otro lado, el análisis de isótopos estables del Carbono —el más frecuente es el C14, pero el estudio de los isótopos C13 y C15 nos pueden indicar su procedencia y su dieta principal, ya que las proporciones entre los diversos isótopos cambian según la zona geográfica— confirman que los niños aparejados genéticamente eran de la misma zona geográfica del Yucatán y que, o vivían en la misma casa o eran muy próximos. Dado que el porcentaje de nacimientos de gemelos es del 0,4%, encontrar a dos parejas de gemelos idénticos, y el hecho de que la mayoría de los niños hubieran muerto en parejas en el mismo momento, implica que este hecho no es espurio, sino seleccionado. Las muertes rituales de este chultún se sucedieron en un periodo de 500 años, pero los sacrificios siempre eran de una pareja de niños muy próximos genéticamente, por lo tanto, procedentes de la misma familia. No hay azar, los niños eran seleccionados cuidadosamente. Podéis encontrar la opinión de los arqueólogos y genetistas mexicanos implicados en este trabajo en este artículo. Asocian estos sacrificios rituales de gemelos y niños muy similares en edad con el texto sagrado maya Popol Vuh y el mito de los dos héroes hermanos gemelos Hunahpú e Ixbalanqué (que aparecen en múltiples grabados y bajorrelieves), en lugar de asignarlo a rituales relacionados con la fertilidad o la sequía. Estos dioses gemelos están relacionados con rituales cíclicos de muerte y resurrección.

Los investigadores van más allá, ya que querían estudiar la variabilidad genética de los restos humanos y compararla con la gente que actualmente vive en la región, con el objetivo de determinar el parentesco genético de los niños enterrados con las poblaciones actuales del Yucatán. Para realizar este estudio, piden la ayuda de los miembros de una pequeña comunidad próxima a Chichén Itzá, la del pequeño pueblo de Tixcacaltuyub, de unos 2.000 habitantes. Siguiendo consideraciones bioéticas estrictas, los investigadores pidieron específicamente la contribución genética de la comunidad de la población y la consiguieron, cediendo el genoma de unos 68 miembros para la comparativa. Hay que recordar que nuestra información es lo más íntimo que tenemos como individuos, y que en poblaciones geográficamente aisladas (como las poblaciones indígenas, más vulnerables), permite la identificación de la población por variantes genéticas únicas y distintivas que, en ciertos casos, pueden ser usadas para estigmatizarlas, por eso es necesario pedir un permiso de consentimiento informado de toda la comunidad, y explicar muy claramente qué uso se pretende dar a esa información genética. Pues bien, los análisis genéticos muestran que los restos humanos de hace más de 800 años son muy similares genéticamente a la gente que actualmente habita en esta población (y, por extensión, en las zonas rurales del Yucatán), y por ello se puede inferir que están relacionados y son los descendientes de esas familias. Existen, no obstante, algunas diferencias significativas y curiosas, muy relacionadas con la colonización.

Los colonizadores, mayoritariamente varones, dejaron su huella al inicio, casi sustituyendo la mitad de la contribución parental masculina

En primer lugar, algunas variantes genéticas en la zona de antígenos de histocompatibilidad, asociadas a una mayor supervivencia a infecciones bacterianas graves del intestino, como la salmonelosis, son mucho más frecuentes en la población actual que en los restos humanos antes de la colonización. Se sabe que cuando existe una mezcla de poblaciones que tienen parásitos e infecciones muy distintas, tienen variantes genéticas seleccionadas diferentemente, lo que implica una elevada presión de selección natural. Cabe recordar aquí que se calcula que de los veinte millones de personas que vivían en el imperio maya cuando llegaron los españoles, la población se redujo hasta los dos millones de personas en menos de 150 años, debido a las guerras, el hambre y las infecciones, entre las cuales, la salmonelosis. Los habitantes actuales del Yucatán son los descendientes de los que sobrevivieron. Otras regiones genéticas diferenciales entre las dos poblaciones se asocian a la fertilidad o al metabolismo de grasas.

Por otra parte, la composición actual de los genomas de Tixcacaltuyub muestra un 92% de origen indio mesoamericano, un 7% de contribución europea y menos de un 1% de contribución africana. Por lo tanto, y como hemos dicho, básicamente la población es genéticamente muy similar a la de los mayas de hace un millar de años. Ahora bien, si en lugar de analizar el genoma completo, nos fijamos en el genoma mitocondrial (que solo aportan las madres) y en el cromosoma Y (que solo aportan los padres), la composición genética indica que, mientras que el genoma mitocondrial de la población actual se entrelaza con los de origen nativo mesoamericano, cerca del 50% de los cromosomas Y son de origen europeo. Es decir, los colonizadores, mayoritariamente varones, dejaron su huella al inicio, casi sustituyendo la mitad de la contribución parental masculina. Las guerras y las colonizaciones no suelen eliminar a las mujeres, pero eliminan cromosomas Y de la población.

Bueno, ahora ya tenemos una pieza más del rompecabezas de la civilización y cultura mayas, de sus sacrificios rituales y la relación con sus mitos y prácticas religiosas, y una visión del impacto genético de la colonización en ciertas zonas rurales del Yucatán. Todavía hay más misterios por resolver, y quizás Chichén Itzá y otros yacimientos mayas nos ofrecerán nuevas respuestas.