Que nadie piense que hablo por mí, porque desde ya afirmo que soy la última persona con derecho a sentirse ofendida, pero la alusión que ha hecho el Gobierno español y alguna otra que también estuvo en esa responsabilidad, refiriéndose a las universidades privadas como chiringuitos, no solo es injusta y demagógica, es también un torpedo en la línea de flotación de la credibilidad de tantos centros de docencia e investigación universitarios que cada día se esfuerzan por cumplir todos los estándares de calidad y rigor que el legislador, la Administración pública y ese mismo Gobierno que así habla les impone.

Trabajo desde hace casi treinta años en UIC Barcelona, una universidad con nulo ánimo de lucro, que por tal razón en cuanto pudo se transformó en fundación. Ha ido sumando, gracias a la confianza que en el año 1997 se plasmó en su ley de creación, muy diversas titulaciones de grado y de máster. Entre ellas, la muy codiciada de medicina (¡gracias, consellera Geli y por ello, President Montilla!), que en más de una ocasión ha sido la única con todos sus titulados aprobando los exámenes del MIR de ese año respecto del resto de facultades de medicina de España. La Facultad de Odontología fue desde el principio un clúster de excelencia, reconocido en todos los rankings internacionales, y a ella se han sumado después las punteras y decisivas para el devenir de la industria catalana de Biomedicina y Bioingeniería. El resto de las titulaciones, arrastradas por esa luz, han competido en buena lid en un mercado amplio, complejo y difícil, becando las mejores candidaturas hasta donde le ha sido posible y, sobre todo, empeñándose año tras año en el asesoramiento individualizado de unos estudiantes que, entre el COVID y las pantallas, llegan a las aulas cada vez con más ansiedad, depresión y carencia de las habilidades básicas. No hacemos milagros, pero intentamos ponernos a tiro para que quien sí puede los haga si lo cree necesario.

Creo que haría mejor la ministra en preguntarse por qué parte importante del éxito profesional ya no pasa por las universidades

A veces el sistema universitario ha obligado a la institución a tensionar su ideario, el humanismo cristiano, para cumplir todos los requisitos impuestos a titulaciones, profesorado, ratios de doctores. Gente valiosa que tuvo que marchar porque no consiguió ese artículo indexado a tiempo, o profesores asociados que generaban vocaciones en su manera de hacer docencia, pero que no podían hacer una tesis doctoral y no trabajaban en otro sitio... El objetivo es demasiado grande para sacrificarlo al caso concreto, una opción que puede discutirse, pero no dejar de elogiar: servir a la sociedad aportando buenos profesionales que sean aún mejores personas. Y ese equilibrio difícil hay que hacerlo sin contar nunca con los recursos de los que dispone la universidad pública, donde yo personalmente he asistido a maniobras no demasiado limpias, abandono voluntario de funciones, plazas cuyo destinatario se sabía de antemano, recursos aplicados a proyectos ineficientes o directamente espurios; en fin, no cuento nada que no se sepa y se tolere en toda la Administración pública (también sucede en el sector privado, sí, pero esa fiesta, si cabe o se produce, se la pagan con su propio dinero). En fin, ¿no hay algo de hipócrita en un gobierno que tiene varios de sus miembros egresados de universidades privadas y que otro tanto hace con sus hijos y los colegios a los que los envían?

A fuer de ser sinceros, el calificativo de chiringuitos no fue aplicado de manera general a todas las universidades privadas, pero ya ha colocado el marco mental para distinguir las universidades públicas, donde, según el mensaje implícito, estas cosas no suceden, y las otras. No nos engañemos, la intención del debate que plantea el Gobierno español es ideológica: su objetivo es el PP allí donde gobierna y está autorizando la puesta en marcha de nuevas universidades privadas en número creciente. ¡Allá esos parlamentos autonómicos, que son los que les tienen que dar luz verde, con lo que decidan! Al final todo es una cuestión de competencia, como bien saben Harvard o Yale, y los más interesados en que nadie las considere un mero centro expendedor de títulos deberían ser sus propios estudiantes, de modo que nadie quisiera matricularse en ellas. No se puede descartar que alguna sea un proyecto meramente mercantil de terceros ajenos al mundo universitario, ya que los cazadores de nichos de negocio están a todas y en todo. Pero en ese caso no serán capaces de cumplir con los rigurosos requisitos que en cuanto a investigación acreditada y objetivos de gestión y contenidos se requieren en cualquiera.

Caigan las que tengan que caer. Pero creo discriminatorio e inconstitucional exigir, como parece que se pretende, a las privadas más que a las públicas para crearse o mantenerse. En todo caso, el modo en que la ministra de universidades describe el panorama comparte marco mental con el que la ministra María Jesús Montero intentó vender el pasado fin de semana en torno al caso Dani Alves: las jóvenes valientes se enfrentan a los ricos y poderosos que son culpables de violación, aunque las sentencias digan que no; y este Gobierno, añaden ahora, luchará contra esa colección de vagos que, porque tienen dinero, obtendrán un título que en la pública no serían capaces de conseguir.

Creo que haría mejor la ministra en preguntarse por qué parte importante del éxito profesional ya no pasa por las universidades y cómo en estas se ha permitido, por la cortedad de miras gubernamental, una inflación de titulaciones que tal vez no deberían tener ese rango. A ello se añade el hecho cierto de que abrir la puerta de la universidad a prácticamente cualquiera que lo desea aboca a los titulados a la frustración de pensar que, porque lo son, ya pueden exigir un trabajo en consonancia. Y no. La cosa no va de títulos, sino de esfuerzo, compromiso y talento. ¿Aceptaremos de una vez que no somos iguales, que no nos gobiernan los mejores, que no siempre decidimos con criterio y que servir es más loable que pisar?  Los chiringuitos existen, y pueden ser públicos o privados. Pero sospecho que el principal chiringuito, el de la barricada, la confrontación social y la demagogia, lo tienen instalado algunos miembros del Gobierno en su cabeza.