Si el Estado hubiera ganado el pleito del 1 de octubre, el PSOE no estaría en la Moncloa. Las izquierdas viven de explotar las heridas y las derrotas de los países, igual que las derechas abusan de su autoestima y de sus ataques de orgullo. Antes de Pedro Sánchez, el último presidente de izquierdas fue Zapatero. Además de arruinar el Estado regalando dinero y subvenciones, Zapatero dio voz a las víctimas de Franco y de la guerra civil después de que Aznar se hiciera daño intentando expulsar a CiU del sistema de la Transición.

En Catalunya, el partido más a la derecha del Parlament es el PSC. El unionismo ha ganado a los votantes del 1 de octubre con la ayuda de la policía, de los jueces y de los electores de Ciutadans. Pero el unionismo catalán no es españolista, como lo son VOX y el PP; más bien está hecho de una mezcla de catalanismo y de imperialismo hispánico, que es toda otra cosa. Las élites de Barcelona siempre despreciarán Madrid y añorarán el siglo de Carlos V, por eso el catalán y Catalunya han resucitado siempre sus ilusos enterradores.

Solo hay que ver el trato condescendiente que La Vanguardia da al presidente valenciano para entender la mentalidad del unionismo catalán. El PSC desprecia, más que Pedro Sánchez, a la derecha mesetaria, por antieuropea, anticatalana y antimediterránea. El PSC cree que Europa iría mejor si Catalunya liderara el Estado, y Barcelona fuera la capital moral de España. Por eso flirtea con el republicanismo y los Borbones a la vez. Al PSC solo le falla el pueblo catalán, igual que le falló a la Lliga de Cambó, o a la aristocracia que se vendió el país pensando que así dominaría el imperio hispánico.

El PSC no tiene bases populares; pero de momento puede aprovechar el auge del autoritarismo igual que durante la transición aprovechó el 23-F y los tics franquistas de la inmigración. Mientras la democracia vaya a la baja, al PSC le bastará con tejer alianzas con las élites de la periferia y, sobre todo, con las de Mallorca y de Valencia. Con Salvador Illa, La Caixa tenderá a convertirse en el brazo ejecutor de la Generalitat y en el agente político más importante de la nueva unidad española. Después de haber sufrido a los procesistas, Isidre Fainé está condenado a sufrir a los neoimperialistas. Si mantiene los equilibrios con Madrid, quizás lo hagan Santo.

La impaciencia de las élites de la meseta y la impaciencia del pueblo catalán siempre acaban produciendo descalabros épicos en España. Los nuevos inmigrantes del Tercer Mundo deberían servir de amortiguador y ayudar a crear unas bases electorales más dóciles, que permitan a las derechas de Madrid y Barcelona repartirse la península

Tarde o temprano, el Estado se rehará y producirá suficientes anticuerpos para volver a encumbrar la derecha castiza. El choque entre el autoritarismo catalán y castellano está garantizado, por eso Iván Redondo tiene miedo de que gane Donald Trump y los tiempos de la política española se descontrolen. La impaciencia de las élites de la meseta y la impaciencia del pueblo catalán siempre acaban produciendo descalabros épicos en España. Los nuevos inmigrantes del Tercer Mundo, establecidos en Catalunya, deberían servir de amortiguador, y ayudar a crear unas bases electorales más dóciles, que permitan a las derechas de Madrid y Barcelona repartirse la península con el permiso arbitral del País Vasco.

El PSC es novecentista y cree que la cultura de un país se modela desde arriba. Redondo no está tranquilo porque sabe que las consultas populares que abrieron el proceso salieron de las bases de CiU que ahora están en la abstención, es decir, del mismo grupo que mantuvo la lengua durante la dictadura cuando los riquillos de Barcelona la daban por perdida. Ahora pasa lo mismo con la política. El independentismo está en manos de líderes manchados por mentiras y navegaciones catastróficas. Incluso Jordi Graupera viene de aquella Casa Gran del Catalanisme que se tenía que comer al PSC abrazando sus principios. Pero tanto da.

Igual que CiU acabó basculando hacia el socialismo, el PSC se volverá poroso al independentismo, a medida que la relación con Madrid se le complique y las pretensiones imperialistas flaqueen. Será lo que los castellanos llaman el Parto de los Montes, y dependerá de si el espacio que lideran Junts y ERC llega a ser lo bastante consistente, más allá del rol folclórico y fragmentador que se le reserva. Hasta que el PP no recupere la Moncloa, no veremos realmente cuál ha sido el alcance del 1 de octubre, y hasta qué punto lo hemos dejado atrás. El PSC cree que ha ganado y se siente fuerte, como los catalanes que apoyaron a Franco y después vieron que su suerte estaba ligada en el país.

La cuestión, pues, es tener paciencia y saber explicar a los jóvenes no solo que es importante mandar en tu casa, sino cuál es el precio de buscar excusas para figurar sin hacer el trabajo. Con ejemplos como los de Íñigo Errejón —o Ada Colau—, cada día será más fácil.