En junio ya tuvimos otro fin de semana desolador, ahora le ha tocado a este; aunque parece que nos impresionan más las muertes por accidente de tráfico o el calor. Cinco mujeres han perdido la vida este fin de semana —dos en Catalunya—, presuntamente, en manos de sus parejas, en el Estado español. De hecho, son habas contadas, pero tenemos que esperar la confirmación de la policía para engrosar la lista de este 2024, de las 21 víctimas registradas hasta las 26. Y todavía no hemos cumplido ni los primeros seis meses del año.

Sí, lo sabemos de otras veces, de otros años, en vacaciones se agudiza el problema, pero, de hecho, esta pesadilla la tenemos todo el año; también cuando no hay cifras que salten a las portadas. Mueren mujeres y niñas y niños debido a la violencia machista en un goteo incesante. En España, 1.265 mujeres desde el año 2003.

Cuando explico esto, siempre hay a quien añade "y hombres también". La gran diferencia es que ellos, los hombres, deciden morir; a las mujeres no las dejan vivir, ni a los críos. Esta no es una diferencia menor. Excepto algún caso —no hace muchos días uno—, con resonancia mediática amplificada y sin la confirmación del porqué del crimen, que suele ser otra vez la misma violencia machista, las mujeres no tienen por uso ni costumbre matar a hombres. Al revés ya no lo puedo decir. No porque me lo parezca, sino porque los datos son más que claros en este asunto.

Hablar de todas las víctimas, igualándolas, no es democrático; en este caso, es directamente perverso

La máxima que supongo que da medallas en la guerra, morir matando, aquí es también un modus operandi bastante habitual, que —con todas las excepciones contextuales, que las hay, y grandes, que se quiera hacer— por sí mismo, pero especialmente por el tratamiento mediático que se da, permite desdibujar la línea entre verdugo y víctima muy convenientemente. Es más fácil y más conveniente para algunos y algunas, cada vez más, poder esconderse detrás de la pena compartida por todos que reconocer lo que pasa. Hablar de todas las víctimas, igualándolas, no es democrático; en este caso, es directamente perverso. ¡Y no tien nada de misericordioso!

De hecho, está analizando científicamente, pero ahora que es tiempo de opiniones y de afirmaciones no contrastadas, es más fácil que nunca —paradoja de las grandes en la comparación histórica de la evolución del conocimiento— hacer pasar por ciencia lo que no lo es, y tachar de ideología las aportaciones científicas. También en la academia o desde la academia. El problema no es nuevo, pero este clima de confusión en el que ponen mucho oficio los partidos políticos de extrema derecha —y todos los que se suben al carro del populismo en un momento u otro— no solo no ayuda a resolver el problema, sino que carga de razones, de más razones todavía, a los agresores, y hace que la cifra de mujeres y críos muertos no pare de crecer.

No me pondré a explicar si es más fácil o más difícil ser hombre ahora que antes, o más difícil que ser mujer; solo sé que los hombres siguen escogiendo cómo viven y cómo mueren; las mujeres, no.