Aparte de los jueces patrióticos y el deep state y el resto de las maldades que sufrimos en Catalunya, en general provenientes de las derechas más agresivas de España; hay otro problema de libertades que nunca mencionamos, tal vez porque no forma parte del relato políticamente correcto: el acoso, coerción, amenazas y censura ideológica que ejerce determinada izquierda contra cualquier disidencia que no concuerde con su catecismo doctrinario. Para decirlo alto y claro: estamos sufriendo una izquierda con tics totalitarios que no es nueva en Catalunya, como bien nos recuerda la memoria trágica.
A diferencia del fascismo de derechas, que suele ser claro, detectable y mayoritariamente rechazado por la sociedad; el fascismo de izquierdas es mucho más sinuoso, menos reconocido y goza, desgraciadamente, de menos rechazo. Pero existe, es muy activo y, dada su impunidad, muy nocivo. La última consecuencia de sus acciones ha sido la decisión de los Cinemes Girona de cancelar la proyección de las cuatro películas presentadas al Festival de Cine Israelí Seret, el más prestigioso en su género y que ya hace doce años que se proyecta en diferentes ciudades del mundo. A causa de las presiones, campañas y amenazas, los Cinemes Girona se asustaron y su comunicado era tan breve como elocuente, después de reconocer una situación "delicada": "No queremos añadir nada, ni podemos". Afortunadamente, se encontró otra sala (anunciada de forma clandestina y con presencia policial), y se pudo proyectar la primera película del festival: Seven blessings, del multipremiado director israelí Ayelet Menachemi. Las otras películas se harán en diferentes salas con el fin de evitar las acciones de boicot de los sectores extremistas. El cartel de sold out está colgado desde el primer momento.
Visto el final feliz de la polémica, se puede decir que la cultura ha vencido a la censura más chapucera, pero la cuestión no está en el buen resultado, producto de la determinación de las fundadoras del certamen, Odelia Haroush y Patty Hochmann, que se negaron a cancelar el festival, sino en la intención que tenía la campaña de presiones y amenazas sufridas. En este caso, se trata de las organizaciones antiisraelíes, en general muy intolerantes y agresivas, pero el fenómeno no se circunscribe solo a esta cuestión, aunque la utilizan como cebo de todos los males. Desde hace tiempo ha aumentado en Catalunya (y por todas partes) la influencia de una izquierda profundamente intolerante que decide de qué se puede debatir y qué relato público se puede imponer, mientras reparte dogmas de fe y señala disidentes. Aunque estos postulados totalitarios vienen de posiciones de extrema izquierda, es alarmante ver como las izquierdas más centradas compran el relato o, cuando menos, se asustan y optan por rechazar el debate para no quedar "marcadas".
En Catalunya, tierra de libertades y de tolerancia, hay debates que no se pueden hacer, debates prohibidos y sustituidos por dogmas de fe irrefutables, la discordancia con los cuales envía al hereje al infierno
Lo primero que hacen es patrimonializar el concepto de izquierdas, de manera que aquellos que no cumplen con el canon fijado pasan a ser derechistas o, directamente, fascistas. Después los dogmas de fe quedan establecidos: hay que ir siempre contra Israel o eres un colonizador; los palestinos no tienen nunca ninguna culpa o eres un genocida; no se puede cuestionar la inmigración o eres fascista; no se puede debatir sobre el islam o eres islamófobo; el catolicismo es una lacra o eres reaccionario; defender la identidad catalana con sordina o estás bajo sospecha; se tiene que estar a favor de aumentar impuestos o eres un insolidario; los empresarios son malos o eres un opresor de la clase obrera; viva el impuesto de sucesiones o eres un rico de mierda, y así un largo etcétera de imposiciones dogmáticas que acotan tanto los límites de los debates que nos dejan sin posibilidad de mantenerlos. Y no solo niegan el debate, sino que persiguen, estigmatizan y señalan a cualquiera que ose plantear una opinión diferente. Y de aquí al boicot a personas y actos o, incluso, a la agresión física hay un paso.
La cuestión es que estas posiciones ultristas —el ultrismo de izquierdas es igualmente ultra que el de derechas— contaminan de tal manera el debate general que las opciones más centradas se asustan y lo rehúyen. ERC está totalmente secuestrada por el relato de los comunes, hasta el punto de haber perdido toda centralidad. Hoy para hoy, en cuestiones socialmente complejas, los republicanos sencillamente no existen, convertidos en simples proxys de las izquierdas españolas. Los de Junts tienen un discurso más propio y parece que quieren, pero no se atreven del todo, y al final solo enseñan la patita, incapaces de superar los miedos a ser señalados y tener un relato propio. Se ha visto, por ejemplo, con el debate iniciado y rápidamente retirado de la inmigración, en el que, por cierto, podrían reivindicar la herencia pujolista, impecable en la defensa de un modelo inmigratorio propio. Pero, como dice el dicho, duró poco la alegría, en la casa del pobre, y muy pronto abandonaron esta cuestión espinosa. Y los socialistas, ambiguos como siempre, huelen el viento para ver de dónde sopla. Y mientras las opciones centrales no abren los grandes debates en canal, la extrema derecha y la extrema izquierda ocupan todo el espacio e imponen sus relatos populistas.
Es así como en Catalunya, tierra de libertades y de tolerancia —o eso nos gusta decir—, hay debates que no se pueden hacer. Dicho más claro: debates prohibidos y sustituidos por dogmas de fe irrefutables, la discordancia con los cuales envía al hereje al infierno. Por eso, es imposible poder debatir sobre el conflicto de Oriente Medio, porque todo el mundo está obligado a pensar lo que piensa la CUP, Podemos y el resto de la faramalla, o es un genocida asqueroso. Como es imposible debatir sobre inmigración o islam o etcétera, etcétera, etcétera. Hay una izquierda fascista, también en casa. Lo sabemos desde los tiempos de las razias en la República. Y esta izquierda, que nunca gana las elecciones, con todo, impone lo que tenemos que pensar en temas delicados. Pensar libremente se está convirtiendo en un deporte de riesgo. El jueves fue un festival de cine, el otro día tirar harina a una alcaldesa, antes se señaló a una empresa privada y vamos sumando. No son defensores de la libertad, son sus enemigos, de derechas o de izquierdas, totalitarios a los dos lados.