Leo en ElDiario.es un artículo de Daniel Soufi donde habla de Sara Ramírez, una chica de 31 años que trabaja gestionando las redes de una aseguradora veterinaria y que, según Spotify, durante el último año ha pasado el 35% del tiempo despierta escuchando música. Casi la mitad de su día, por lo tanto. Y no es la única. Se ve que muchos usuarios han alcanzado cifras estratosféricas en el llamado Wrapped de Spotify: 50.000, 70.000, 100.000 o incluso 200.000 minutos. Y eso que el resumen anual llega solo hasta el 31 de octubre.

El caso es que Sara escucha música desde que se levanta hasta que se acuesta: mientras trabaja, mientras camina por la calle, mientras hace deporte o mientras lee, que es algo que nunca he entendido. Dice que ha tenido una vida de ermitaña, pero en un mundo superfrenético, que incluye la música a todas horas. En el artículo también aparece, por ejemplo, otro usuario que pasa el 99% del tiempo que va caminando por la calle con auriculares. Se supone que con la música. Como los futbolistas entrando en los hoteles, vaya.

Bien, la pregunta es: ¿esto es bueno o es malo? El artículo aporta la respuesta del tenor y divulgador musical José Manuel Zapata, quien se declara un ferviente defensor de "vivir con una banda sonora eterna". Porque la música, dice, tiene un gran poder sanador. Para él, como para los católicos Nuestro Señor, la vida es antes de Spotify y después de Spotify.

Hemos hablado mucho de la adicción al móvil, a las redes sociales; pero nunca hemos tenido en cuenta las aplicaciones musicales

Pero también es verdad que esta adicción a la sobreestimulación altera nuestra percepción de la realidad, creando un filtro emocional que dramatiza o embellece lo cotidiano. A uno le pasa cuando sale a andar y ve un paisaje o una puesta de sol. De hecho, el propio hecho de hacer deporte escuchando música, para quienes lo hacemos por obligación, hace más llevadero este momento.

El artículo no aporta ninguna conclusión, ni siquiera sobre si estar todo el día con auriculares afecta a nuestra salud auditiva. Pero me ha interesado la existencia del proyecto Más que Silencio, que reivindica la necesidad de un descanso sonoro. Ciertamente, estar en silencio es un reto porque te enfrenta a ti mismo. Y me pregunto si una vida basada en el filtro de la música no genera una adicción que hace insoportable el silencio. Porque hemos hablado mucho de la adicción al móvil. A las redes sociales. Pero nunca hemos tenido en cuenta las aplicaciones musicales. Supongo que, como todo en la vida, tiene razón Aristóteles y la virtud moral es el justo medio entre dos extremos.

Si es así, mi Wrapped dice que he escuchado 2.971 minutos de música en esta aplicación. Apenas 367 canciones. Una por día. Bueno, algo más si es hasta octubre. Pero, vamos, una miseria. Ocho minutos al día me parece que me sitúa lejos del término medio y, por lo tanto, de la virtud. Ahora bien, esto no tiene en cuenta el mundo de los pódcast, los intentos por escuchar mantras para intentar meditar como Jofre Llombart o el rato que me paso escuchando a Basté, los Òscars o Toni Clapés, que también ponen un filtro amable a la vida. Y ello, pese al bendito vinagre de Clapés, cuya tendencia a hablar cada vez más de su mujer, la también periodista Marta Romagosa, he descubierto este año. Como son momentos divertidos, en casa, como Monegal, Papitu y yo estamos esperando el día en el que compitan en las ondas y Marta también pueda hablar —y responder— sobre los momentos cuotidianos y costumbristas en Can Clapés Romagosa desde el otro lado de la Diagonal. Y que nadie se enfade. O descubriré, efectivamente, las virtudes del silencio, pero también la de estar calladito.