No es sencilla de traducir la expresión "lo que faltaba para el duro". Este dicho nos recuerda que siempre, siempre, podemos ir a peor. Nunca puedes estar seguro de haber tocado fondo o de que el futuro no será más desgraciado que el presente. Todo esto viene a cuento porque está en marcha, en periodo de gestación, un puñado de nuevas ofertas independentistas, un par situadas en el 'nosurrendismo' y el "tenemos prisa", y una tercera enclavada en el identitarismo y en el discurso contra la inmigración.
No deja de ser curioso que, en plena resaca del procés, cuando el mercado independentista se encoge, cada día haya más gente dispuesta a montar partiditos en este ámbito. La demanda, decepcionada, disminuye, pero, caramba, la oferta se multiplica. No hablamos de una gran alternativa a las opciones que hay ahora, no. Cada uno, su chiringuito. Como en aquel gag tan gracioso de La vida de Brian (el del Frente Judaico Popular y el Frente Popular de Judea). Si todo funciona como está previsto, nacerán tres criaturas nuevas en la sufrida y disfuncional familia independentista. Si a los tres les salieran bien las cosas, serían ya seis los partidos de esta naturaleza. 'Pas mal'.
El procés decepcionó a los gradualistas, a los realistas pragmáticos, por una razón muy fácil de comprender: el independentismo, el civil y, detrás de él, el político, se precipitó hacia octubre de 2017 descontroladamente, en forma de vorágine, lo que lo condujo directamente al fiasco. A continuación, llegó el castigo del Estado. Para los pragmáticos, fue un error, decíamos, de precipitación. Se provocó una pelea sin tener suficiente fuerza para ganarla, sin estar preparados. El resultado podía ser el que se dio, o podía haber sido incluso peor.
Pero están también los otros. Los que realmente creyeron que la independencia estaba chupada. Para estos, la equivocación fue no echar por la calle de en medio, no apretar el acelerador hasta el fondo, porque, según ellos, "lo teníamos a la vuelta de la esquina". No explican claramente qué significa eso de 'echar por la calle de en medio'. Porque lo que no creo que nadie dude es de que el Estado estaba dispuesto a todo, y 'todo' es todo, para evitar la independencia de Catalunya. ¿A qué estarían dispuestos estos que reprochan a Puigdemont no haber puesto toda la carne en el asador? Nunca nos lo acaban de decir.
La demanda, decepcionada, disminuye, pero, caramba, la oferta se multiplica
Hoy por hoy, los bebés en camino son tres. El primero es el de la eurodiputada Clara Ponsatí y su escudero y asesor Jordi Graupera. El segundo, el que impulsan una parte del Assemblea Nacional Catalana y su presidenta, Dolors Feliu. En este caso, parece que ni a la señora Feliu ni a los que le siguen la corriente les preocupa ni poco ni nada que montar un partido resulte absolutamente contradictorio con los orígenes, los objetivos y la naturaleza de la ANC. Pero, claro, les parecerá que, después de manoseado tanto la Assemblea, ya no importa un poco más, y pueden enterrarla definitivamente y bien profundo.
El tercer 'nasciturus' es el de Ripoll. Su alcaldesa, persona inquietante y muy hábil comunicadora, representa una opción identitaria y especializada en reprobar a la inmigración. Como en el resto de casos, la ideología, entendida como el eje izquierda-centro-derecha, se sitúa en un segundo o tercero plano. Esta oferta es la más peligrosa, sobra decirlo. Lo es sobre todo por su potencial, por el campo que tiene por correr. Como para los partidos institucionales, convencionales, sobre todo los que se sitúan en el hemisferio izquierdo, hablar de los problemas —no solamente de las virtudes y ventajas— de la inmigración es un tabú, les incomoda enormemente, pues no hablan. Eso decepciona y desespera a quienes más en contacto están con estos problemas, que normalmente son miembros de las clases populares y trabajadoras. Está todo inventado, y está muy cerca. Basta con mirar a Reagrupamiento Nacional francés o a Vox. La derecha identitaria y antiinmigración es el resultado, en buena parte, de la falta de valentía y de propuestas de la izquierda.
De los tres partos, tenemos uno —ya veremos qué acaba pasando con los otros dos— que ya ha sido anunciado. El partido de Ponsatí y Graupera se presentará el 23 de abril, por Sant Jordi. Aseguran que se puede gobernar con solvencia y también ir como un cohete hacia la independencia. Y que ellos dos saben como hacerlo. De ahí viene el nombre del partido: 'Alhora'. Lo haremos todo, todo al mismo tiempo y mejor que nadie, nos prometen.
De momento, sin embargo, lo único que está claro, es que, en el mejor de los casos —hablo desde la perspectiva del conjunto de la sociedad—, estos partidillos no se alzarán ni un palmo del suelo, y, en lo peor, lograrán una montañita de votos que contribuirán a debilitar a ERC, Junts y la CUP. Más oferta, más división. De hecho, tampoco en este caso hay que mirar muy lejos para darse cuenta de ello. En 2019, Graupera impulsó, con unos cuantos amigos y con él de alcaldable, una lista para las elecciones al Ayuntamiento de Barcelona (Barcelona és Capital-Primàries, se llamaba). Lograron más de 28.000 votos —que ahí es nada—, los cuales, sin embargo, no sirvieron absolutamente para nada. Fueron a parar a la basura. Cero concejales. Bueno: sí que sirvieron. Perjudicaron a los demás partidos independentistas, les impidieron obtener más representación. Como se sabe, se quedaron en quince concejales, diez de ERC y cinco de Junts. La CUP no obtuvo ninguno.