Joaquim Molins se pasó el mes de febrero de 1996 prometiendo y comprometiéndose, jurando y perjurando, que bajo ningún concepto CiU pactaría nunca con el PP. El exconseller de Jordi Pujol y hombre de Miquel Roca era entonces el número uno de la candidatura de la coalición nacionalista a las elecciones españolas que se celebraron el 3 de marzo y fruto de las cuales CiU acabó pactando precisamente con el PP. El recuerdo de aquel episodio, casi treinta años después, sirve para ilustrar que cuando vuelva a ser necesario JxCat, como buen discípulo de CiU, también pactará con el PP. Y lo hará a pesar de las invectivas, las descalificaciones, los exabruptos y las andanadas diversas que unos y otros han utilizado para relacionarse en los últimos tiempos.
La situación de 1996 no era muy diferente de la actual y tuvo un desenlace marcado por la necesidad de las direcciones de las dos formaciones de convencer a las militancias respectivas de que se disponían a hacer exactamente lo contrario de lo que habían prometido durante la campaña electoral y antes. El PP venía de una larga etapa de acoso al PSOE, la del “váyase, señor González” de la época de los GAL y las escuchas telefónicas del Cesid, en la que a CiU, y especialmente a Jordi Pujol, les tocó pagar los platos rotos por el apoyo que le brindaban y se convirtieron en blanco de todo tipo de improperios, que culminaron con aquel “Pujol, enano, habla castellano” coreado por los afiliados reunidos la noche del 3 de marzo en Madrid frente a la sede central de la calle Génova para celebrar la histórica victoria de José María Aznar.
El ambiente que se había ido cociendo a fuego lento a lo largo de muchos meses hacía impensable que el PP pudiera aliarse con quien había denigrado hasta la saciedad y que CiU pudiera hacer lo mismo con quien le había dicho de todo y más mientras no lo necesitaba. Pero la política tiene estas cosas, lo de los extraños compañeros de cama que dicen. Y José María Aznar y Jordi Pujol hicieron de la necesidad virtud, pusieron el pragmatismo delante de cualquier otra consideración y consiguieron que las parroquias de cada uno apoyaran la alianza. A CDC, el socio mayoritario de CiU, le costó más asimilarla y aceptarla, pero al final los cuadros que tenían que bendecir el acuerdo y la militancia se lo acabaron tragando todo. El socio más pequeño, la UDC que comandaba Josep Antoni Duran i Lleida, no tuvo, en cambio, ningún tipo de problema interno, porque desde el primer momento había dado por hecha la entente.
Cuando vuelva a ser necesario JxCat, como buen discípulo de CiU, también pactará con el PP. Y lo hará a pesar de las invectivas, las descalificaciones, los exabruptos y las andanadas diversas
Si entonces fue posible lo que no lo parecía, ahora, cuando toque, lo volverá a ser igualmente. De hecho, el actual líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en ningún momento ha cerrado la puerta a JxCat. Otra cosa es el discurso subido de tono, incluso enfermizo, de personajes como Isabel Díaz Ayuso o el propio José María Aznar —que cuando le había convenido bien que había proclamado que hablaba catalán en la intimidad— contra Carles Puigdemont, que para ellos es talmente el diablo. Pero cuando llegue el momento, que nadie dude que, si es necesario, se pondrán de acuerdo. Quizá no para plantear una moción de censura a Pedro Sánchez, pero quizá sí para llegar a un pacto si tras las próximas elecciones españolas —que si el líder del PSOE consigue agotar la legislatura tocan en 2027— la situación lo permite y los números les salen a ambos. Tanto dará que el PP haya dicho no sé qué de JxCat o que JxCat haya dicho no sé qué del PP, que si la aritmética parlamentaria lo hace necesario y posible, ambos volverán a encajar las manos como lo hicieron en 1996 con el famoso pacto del Majestic.
De momento, y por si alguien todavía no se ha dado cuenta, los primeros ensayos ya han comenzado. ¿O qué se piensa la gente, si no, que ha sido el entendimiento al que en este final de año han llegado PP y JxCat en el Congreso, junto con el PNV, y con los votos a favor también de Vox, para derogar el impuesto a las energéticas previsto en el plan fiscal del gobierno español para 2025? A JxCat no le ha importado apoyar una iniciativa que era del PP ni que, al hacerlo, coincidiera en la votación con Vox, y a partir de ahí, una vez desvanecidos todos los prejuicios y alejados todos los fantasmas, es posible cualquier cosa, como que Carles Puigdemont invista en un futuro a Alberto Núñez Feijóo como lo hizo con Pedro Sánchez hace un año. Y atención a un detalle no menor: la presencia del PNV en la alianza. Los vascos también se mueven por si acaso. Pero está claro que ellos lo han hecho siempre, ellos siempre han mirado por ellos —o por el País Vasco según el relato oficial— y, al igual que en 2018 un día votaron a favor de los presupuestos de Mariano Rajoy y al día siguiente a favor de la moción de censura de Pedro Sánchez justamente contra el presidente del PP, cuando llegue el momento volverán a hacer lo que más les convenga, a ellos.
Que no sufran, en todo caso, en el PP, que cuando les toque pactar con JxCat el exalcalde de Girona y 130º president de la Generalitat no le pedirá la aplicación del referéndum del Primer d’Octubre y la proclamación del Estado catalán, como tampoco lo hizo en su momento con el líder del PSOE. Incluso los más cavernícolas, que curiosamente ante este ensayo de pacto han guardado silencio, pueden estar tranquilos, aunque no sea del agrado de la lideresa de Madrid. Solo querrá continuar con la política del peix al cove, con una retórica más grandilocuente que la de la época de Jordi Pujol, eso sí, pero con unos resultados, si hay que hacer caso de cómo está yendo la relación con Pedro Sánchez, más que exiguos. Porque, al final, casi se podría decir que lo único que ha sacado de la entente con el PSOE es que JxCat haya podido tener grupo parlamentario propio en el Congreso, que para el partido representa un volumen de ingresos sustancioso, pero que para Catalunya es intrascendente.
Si la poca militancia que le resta a JxCat —menos tienen otros, cierto, como ERC, y quien no se conforma es porque no quiere— creía que ya lo había visto todo, que se prepare, que lo mejor —o según como se mire lo peor— todavía está por llegar.