Para aproximarse a cualquier situación conflictiva, buscar entenderla y encontrar una salida adecuada, siempre es bueno distanciarse del problema, mirarlo en su globalidad y, desde esa perspectiva, ver todas las vías por donde puede discurrir el devenir del tema. En el caso del denominado Barçagate pasa lo mismo, aunque tengo la sensación de que, hasta ahora, un análisis segmentado de la realidad puede llevar a conclusiones, no ya confusas, sino incluso inoperantes o indeseadas.

La exacerbación del tema por parte de determinados medios de comunicación impide acercarse a la realidad con un conocimiento aséptico de los hechos, es decir, de aquello que realmente importa, que permita tener una visión clara de la realidad y, sobre todo, de aquella parte del problema que puede llegar a tener serias consecuencias, o no.

No me resulta fácil saber hasta qué punto estamos hablando de presuntos comportamientos delictivos, bien individuales o incluso societarios —en España existe la posibilidad de exigir, desde hace ya mucho, la responsabilidad penal de las personas jurídicas.

Digo que no es sencillo saber la gravedad del tema, porque la lluvia mediática y el señalamiento, ese que tan presente ha estado en la criminalización del independentismo y que hemos visto en anteriores ocasiones, por ejemplo, con el caso de Sandro Rosell, hacen inviable un análisis, a priori, de cuáles pueden o no ser las bases fácticas sobre las cuales se estaría construyendo el ya denominado caso Barçagate que ha judicializado ya la Fiscalía.

Si hay elementos de carácter jurídico-penal es algo que se verá en el futuro, porque es evidente que muchas de las causas que se abren en contra de aquello o aquellos a los que, por diversas y poco confesables razones, se pretende criminalizar terminan siendo más útiles para la pena de banquillo, el juicio de telediario y el escarnio público que para sostener un proceso penal que termine en sentencia condenatoria. Ejemplos de este tipo de dinámicas hay muchos.

Lo que sí tengo claro es que esta vertiente del caso no es el mayor de los problemas a los que se enfrenta el Barça, y ello es así porque, como bien apuntan algunos, se querría usar al club para seguir destruyendo todo aquello que pueda, siquiera, oler a cercano al independentismo o porque el Barça es más que un club.

El contexto, como sucede en todo tipo de situaciones, no es un elemento menor y se debe tener muy en cuenta a la hora de buscar una solución que impida la destrucción del Club, que, en realidad, parecería ser el objetivo final de una campaña que, con aquellas notas que pueda o no tener de veracidad, sin duda que no sería único, por lo que se puede vislumbrar leyendo entre líneas una serie de informaciones más o menos documentadas.

Aquí hay dos grandes elementos de contexto a tener en consideración, el primero y muy importante es el de la represión al independentismo, sobre el cual no es necesario hacer una gran exposición porque todos lo conocemos, y el segundo, la abierta disputa por el poder en el fútbol europeo y mundial. Me centraré en el segundo.

Superliga no es un elemento menor a considerar cuando se analiza la actual y futura situación del Barça y ello es así porque ha sido y es el máximo desafío al que se enfrenta la UEFA de cara al control hegemónico sobre el poder que da el negocio del fútbol europeo

La situación que afecta al club puede terminar dándose en el marco de una tormenta perfecta en la cual una serie de intereses —ninguno de ellos muy claro ni confesable— confluyan para, a costa del Barça, resolver una serie de disputas o, si no se pueden resolver, al menos pasar las correspondientes facturas y, así, intentar que las cosas cambien lo menos posible para que el negocio no se vea irremediablemente afectado.

Entender de fútbol es algo que nunca se me ha dado muy bien, pero saber cómo funciona el mundo del negocio del fútbol es algo que, por razones profesionales, me ha tocado ver muy de cerca, y si hay algo que tengo muy presente siempre es que nada termina siendo como parece y que hay intereses en juego que distan mucho de parecerse a los estrictamente deportivos.

La FIFA y la UEFA, que son simplemente unas asociaciones, controlan todo el poder que genera el negocio del fútbol y quienes creen que solo se dedican a organizar competiciones deportivas, realmente, no entienden de qué va la cosa, porque ambas asociaciones, en realidad, se dedican a gestionar el poder que han acumulado y las rentas que el mismo les genera. Esto no se puede perder de vista.

La creación, o por ahora el intento de creación, de la denominada Superliga no es un elemento menor a considerar cuando se analiza la actual y futura situación del Barça y ello es así porque ha sido y es el máximo desafío al que se enfrenta la UEFA de cara al control hegemónico sobre el poder que da el negocio del fútbol europeo. Esto también es extensible a la FIFA.

Si alguien piensa que Aleksander Čeferin, su presidente, está dispuesto a compartir el poder y el negocio que tienen montado desde Nyon, es que no saben de fútbol ni conocen a Čeferin, mucho menos a Infantino, que, desde Zúrich, dirige el negocio del futbol mundial.

Estoy convencido de que uno y otro pelearán hasta el final, a pesar de los duros reveses que ha representado para ellos las dos recientes conclusiones de los abogados generales del TJUE Rantos y Szpunar presentadas en los Asuntos C-333/21 y C-680/21, respectivamente, por mantener el control de este lucrativo negocio y ello con independencia de qué terminan diciendo las correspondientes sentencias, que no tardarán mucho en salir.

Se trata, en cualquier caso, de pronunciamientos no vinculantes —tal cual se demostró en las denominadas “prejudiciales de Llarena”—, pero que, si se analizan detenidamente, demuestran que tanto la UEFA como la FIFA están enfrentando un problema de una dimensión como nunca antes se había visto.

Ya no es una reclamación de un determinado futbolista sobre aspectos contractuales y de movilidad profesional, sino un desafío en toda regla por parte de una empresa —la European Superleague Company, S. L.— que pretende disputarle a UEFA y también a la FIFA el negocio del cual tan pingües beneficios obtienen cada año, negocio que, además, conlleva una acumulación de poder poco acorde con los objetivos deportivos declarados por ambas asociaciones.

Un escenario así de complejo solo puede servir para empujar a la UEFA y a la FIFA a una dinámica en la cual sacarse a sus competidores de encima termine siendo la solución menos gravosa.

Dicho más claramente, si no puedes sujetarles dentro de tu negocio y evitar que se transformen en competencia directa, entonces igual es mejor terminar apartándoles del mismo y qué mejor que hacerlo por la vía de la criminalización de su actividad. Me puedo equivocar, pero lo dudo en este caso, y que esta va a terminar siendo la fórmula que utilicen para pasarle al Barça la factura de la Superliga y, de paso, al resto de sus socios ese proyecto.

En resumen, al Barça parecen acumulársele los problemas, unos de índole político —que se transforman en una desmedida obsesión represiva en contra de diversos dirigentes y, además, ahora también en contra de la institución— y, de otra, los de carácter mercantil, en que sus futuros y potenciales competidores (UEFA y FIFA) tienen aún un control efectivo de aquellos mecanismos que permiten sancionarle y dejarle fuera de cualquier tipo de competición, atándoles de pies y manos, con las consecuencias que ello tendría de presente y futuro tanto en lo deportivo como en lo económico.

La visión de la globalidad del problema es también lo que permite entender dónde está la solución y cómo debe abordarse; lo demás son paños calientes, porque el futuro del Barça, que es más que un club, está en manos de sus adversarios y, si no se analiza la situación desde una perspectiva amplia y se hacen los movimientos adecuados, el resultado terminará siendo desastroso no solo para el Club, sino para todo aquello y aquellos a los que representa, porque, ahora, más que un club, parece un objetivo.