En el partido entre el Barça y el Real Madrid siempre pasan muchas cosas, porque la rivalidad es grande y porque raramente hay, o queda, ningún espacio deportivo, sea del nivel que sea, en el que solo impere la deportividad. En el último partido entre los dos clubs, desde la grada, los aficionados del Madrid, unos cuantos, insultaron a Lamine Yamal, Raphinha y Ansu Fati. No quiero repetir lo que les dijeron, evidentemente nada edificante; está todo grabado. Ahora bien, la Comisión Antiviolencia solo ha identificado y, por lo tanto, solo se sancionará, a cuatro personas, aunque se oye a muchas más. Y el castigo que tendrán que cumplir —espero que haya control y seguimiento de las medidas impuestas y que no quede en nada—, es no poder entrar en los campos de fútbol durante un año y una multa de 5.000 euros.

No sé si es proporcionado o no; quizás sí, aunque a mí no me lo parece. En todo caso sí que me parece poco reparador y menos útil, porque no parece que sean ni quisquillosos ni exhaustivos en la identificación, ni se incluye ninguna medida reeducativa. El mensaje que se envía a la afición es flojo, no está a la altura del problema.

Las expresiones de odio campan libremente en nuestro mundo, en todo tipo de ámbitos sociales. Pueden aparecer en todos los espacios que compartimos, tanto públicos como privados; no hay que pensar en el fútbol o en contextos en que se den circunstancias espaciales de nervios o emociones desbordadas. No es el único caso, pero lo que ahora se acaba de juzgar a A Coruña, la muerte de Samuel Luiz, lo deja bien claro. Él solo pasaba por la calle y a un grupo de jóvenes no les gustó lo que pensaron que era.

Muchas veces no hacen falta un insulto, un menosprecio, una crítica o una palabra malsonante, cualquier tipo de falsedad también alimenta la discriminación y la vulnerabilidad de determinados colectivos

Todo puede empezar con un insulto, y nada justifica que se insulte a nadie. Menos aunque se haga para denigrarlo con expresiones para menospreciar alguna condición que define a la persona insultada. En uno de los últimos análisis, el Hatermedia, se señala que el 63% de los discursos de odio que se hacen a la red van dirigidos a mujeres, inmigrantes y miembros del colectivo LGTBIQ+. En este estudio, llevado a cabo por la Universidad de La Rioja, han diseñado una herramienta, el monitor de odio, que no solo identifica el tipo de discurso y contra quién va dirigido, sino también el nivel o intensidad de odio que expresa. Tenemos que tener, sin embargo, también presente que muchas veces no hace falta un insulto, un menosprecio, una crítica o una palabra malsonante, cualquier tipo de falsedad también alimenta la discriminación y la vulnerabilidad de determinados colectivos. En el caso de mujeres y LGTBIQ+ la desinformación de género está en plena vigencia y parece además que se nutre de un activismo organizado que inunda diariamente las redes sociales.

La radiografía la tenemos hecha, las medidas de actuación para revertir el pensamiento y, por lo tanto, la posible acción discriminatoria ya no las tenemos tan claras, y es en eso en lo que más tenemos que trabajar. Empezando por los más pequeños y pequeñas, porque muchas veces aterra lo que oyen decir a sus propios padres y madres.