El pasado mes de enero, The Telegraph publicaba un inquietante artículo bajo el titular: “Se eliminará una décima parte de las tierras agrícolas para lograr cero emisiones netas”. Y explicaba, en el subtítulo, que “granjas solares, plantaciones de árboles y hábitats para la vida silvestre reemplazarán la producción de alimentos, mientras el Partido Laborista asesta un nuevo golpe a la vida rural”. Desde el gobierno de Reino Unido han anunciado que más del 10% de las tierras agrícolas de Inglaterra se destinarán a “lograr el objetivo de cero emisiones netas” y proteger la vida silvestre para 2050. Y para ello, se prevé que “grandes áreas del campo se transformen en parques solares, se planten árboles y se mejoren los hábitats de aves, insectos y peces”. El Secretario de Medio Ambiente del gobierno laborista ha planteado estas medidas para tratar de conciliar “las prioridades en competencia de la producción de alimentos, las emisiones cero y la naturaleza de Inglaterra”. 

Según señala The Telegraph, el Departamento de Medio Ambiente, Alimentación y Asuntos rurales, estima que, para cumplir los objetivos ecológicos, será necesario retirar de la producción alimentaria el 9% de las tierras agrícolas. Y se prevé que otro 5% se retire de la producción debido a la disminución del nivel de producción de alimentos. Otro 4% compartirá espacio con árboles. Los agricultores ya sospechan que pronto les dirán lo que pueden y lo que no pueden cultivar y dónde hacerlo. La respuesta que se espera del gobierno en este sentido es que las tierras más productivas serán protegidas. Pero está por ver. 

Por el momento, el Gobierno británico ya tiene en mente aumentar la superficie forestal en un 20% de aquí a 2050, lo que supondrá que un tercio de las tierras para uso agrícola cambien de funcionamiento. Lo de aumentar la superficie forestal se supone que es para que se limpie el aire de la cantidad de carbono que se libera a la atmósfera y conseguir así el balance “cero”. Reducir un 9% de tierras de cultivo afectaría a 760.000 hectáreas de suelo. Está prevista la construcción de 1,5 millones de viviendas nuevas, así como la instalación de kilómetros cuadrados de paneles solares y turbinas eólicas. Se supone que dejarán un 30% de la tierra protegida “para preservar la Naturaleza”. 

En un interesante trabajo del investigador independiente, Jeffrey Jaxen se señala que las medidas anunciadas se plantean a raíz de un “agresivo e impopular impuesto sobre las herencias de los agricultores”. Concretamente, en el año 2022 el gobierno de Reino Unido se ofreció a comprar pequeñas granjas que atravesaban dificultades para salir adelante y posteriormente, se ha establecido un impuesto de sucesión del 20% a los agricultores que han mantenido la actividad familiar, y que ya estaban con el agua al cuello. Está siendo de tal magnitud el problema generado, que hasta el director comercial de la principal cadena de supermercados de Gran Bretaña, Tesco, ha señalado que estas medidas están poniendo en peligro “la futura seguridad alimentaria de Reino Unido”. 

Esto que está sucediendo en Reino Unido puede que nos suene a algo parecido a lo que vivimos en España y en Europa. Cuando una se asoma al campo y lo ve como un océano de placas solares y gigantes aerogeneradores, se pregunta si alguien pretende que comamos placas y aspas, porque los terrenos sobre los que descansan estos macroproyectos deberían darnos de comer. Y, sin embargo, están quedando sin capacidad para ello. Lo mismo ocurre en nuestra costa, donde las normas europeas limitan a nuestros pescadores salir a faenar, y la instalación de aerogeneradores, así como la sospechosa aparición de algas asiáticas, destrozan los bancos de peces. Mientras tanto, pretenden convencernos de las maravillas de comer carne sintética e insectos. Y todo bajo la excusa de las “net zero”. Para atacar al ganado, nos han querido convencer de que los pedos de las vacas generan gases de efecto invernadero. No conviene olvidar los argumentos que lanzan contra las mentes más razonables. A través de la Agenda 2030, promovida por Naciones Unidas, han bombardeado a los países con políticas que, pretendidamente parecen preocuparse por unas cosas, mientras han ocultado o minimizado todo lo que realmente destruyen: salud, alimentación y entorno natural

Según explica Jaxen, todo el planteamiento que se oculta tras el eslogan de “net zero”, responde en realidad a la provocación de hambruna en Europa y Reino Unido. Como Explica el experto en agricultura, John Klar, Jaxon no especula sobre motivos globalistas, sino que advierte a la humanidad sobre una realidad que se está desarrollando rápidamente y que se observa en las mentiras perversas contra las vacas, la denigración de los agricultores europeos como si fueran enemigos de la Tierra, y los llamamientos de la OMS, de la ONU y del Foro Económico Mundial para que comamos plantas transgénicas, usemos fertilizantes sintéticos y químicos para los cultivos. 

Klar muestra las “malas intenciones” que se han descubierto ante el desmantelamiento de la financiación de la USAID (La Agencia de Cooperación para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos). Señala una hoja de ruta hacia el control totalitario, financiado por los contribuyentes de Estados Unidos, absolutamente ajenos a estas decisiones gubernamentales. Apunta este experto a que “las maquinaciones clandestinas de la USAID se han centrado durante mucho tiempo en controlar los suministros locales y globales de alimentos” por parte de corporaciones multinacionales químicas, agrícolas y financieras. Subraya Klar que las raíces del actual plan globalista para “salvar a la humanidad del cambio climático” se enredan con el informe Kissinger que, precisamente, apuntaba al control de los suministros mundiales de alimentos y a la agricultura como parte de una colaboración globalista entre los Estados-nación y las ONG “para promover los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos” y salvar al mundo de la “superpoblación humana” utilizándose para ello tecnologías de la reducción de la fertilidad. El informe Kissinger data de 1974 y fue redactado por USAID, la CIA y varias agencias federales del gobierno norteamericano. 

A través de la Agenda 2030 han bombardeado a los países con políticas que, pretendidamente, parecen preocuparse por unas cosas, mientras han ocultado o minimizado todo lo que realmente destruyen: salud, alimentación y entorno natural. 

El análisis del experto nos hace un recorrido por las recientes guerras para comprender la dimensión que estas tienen en los campos, en la agricultura y en la alimentación. Y señala que en Irak, los agricultores consiguieron guardar el 97% de las reservas de semillas antes de la invasión estadounidense de 2003. Y explica la interesante llegada de compañías como Monsanto y la legislación implantada en materia de patentes, que supuso una verdadera declaración de guerra a los agricultores. “El propósito de la ley es facilitar el establecimiento de un nuevo mercado de semillas en Irak, donde las corporaciones transnacionales puedan vender sus semillas –genéticamente modificadas o no– que los agricultores tendrían que comprar de nuevo en cada temporada de cultivo.”

Un modus operandi que se ha repetido en Ucrania, donde de nuevo aparece USAID para reconducir las políticas agrícolas en uno de los territorios más ricos y fértiles de nuestro continente. Antes de la entrada de Rusia en Ucrania, en febrero de 2022, Ucrania “era el granero de Europa”, donde las tecnologías transgénicas estaban prohibidas y la propiedad de la tierra pertenecía a los ucranianos. Pero gracias a la “colaboración” de los aliados norteamericanos, regada con miles de millones de dinero proveniente de USAID, se desmantelaron las medidas existentes sobre la agricultura ucraniana. En pleno conflicto armado contra Rusia, Kyiv establecía modificaciones legislativas en septiembre de 2023, para permitir la producción de productos transgénicos en sus campos. Y sería el Estado quien controlase estas producciones. Una muestra de las muchas modificaciones que se desarrollaron durante los dos primeros años del conflicto que sirvieron para que más de la mitad de las tierras agrícolas de Ucrania (42,7 millones de hectáreas)” hayan pasado a manos de propietarios extranjeros, a precios insultantes, por cierto. 

"El 28% de las tierras cultivables de Ucrania pertenecen a una combinación de oligarcas ucranianos, corporaciones europeas y norteamericanas y el fondo soberano de Arabia Saudita", señala el informe publicado en 2023, por EADaily. También se señaló entonces que “la mayoría de las explotaciones agrícolas ucranianas pertenecen en realidad a "la estadounidense NCH Capital, la francesa AgroGeneration, la alemana ADM Germany, KWS, Bayer y BASF, la saudí PIF y SALIC". Quizás así se entienda el por qué de las reuniones para la paz, entre Washington y Moscú en Riad esta semana. Bayer Corporation “donó” semillas transgénicas, y empresas como Syngenta o BASF se plantaron en Ucrania como actores principales del sector. 

Apunta Klar a la “camarilla corporativa y de ONG que ahora desarraiga y ataca a los agricultores (de Europa y Reino Unido) en nombre de evitar el cambio climático y preservar la vida silvestre” como consecuencia directa del gran plan distópico de Kissinger lanzado a través de USAID en 1974 bajo el lema: “Controlar los alimentos, controlar a la gente”. Cabría interesarse por lo que está sucediendo en nuestros campos y en nuestros mares. Noticias que normalmente no vemos en las portadas ni en grandes titulares, y precisamente por ello, deberíamos sospechar, ahora que sabemos que desde USAID también se ha estado financiando a los mass media y a los verificadores que sin duda, nos atacarán por "desinformarle", a pesar de presentarles todas las fuentes. Lo mismo que ocurrió con la pandemia de la covid-19 y que ahora estallará ante la vista de todos. 

Agricultores de Europa llevan muchos meses en pie de guerra intentando defender sus producciones, plantándole cara a lo que viene desde Ucrania, y lo que nos afecta a todos. ¿Acaso es normal que sea imposible encontrar unas judías verdes que no provengan de Marruecos en nuestros supermercados? ¿Cómo es posible que nuestros agricultores tengan que competir con productos provenientes de terceros países donde no se exigen las mismas medidas en la producción? ¿Cómo es posible observar los campos de Murcia con toneladas de limones sin recoger, mientras los que consumimos en los grandes supermercados han viajado miles de kilómetros para llegar a nuestras cestas? 

Se espera que este año la Comisión Europea presente un paquete global de “simplificación” del marco legislativo actual en el ámbito agrícola, junto con una estrategia digital de la UE para la agricultura “a fin de apoyar la transición hacia una agricultura adaptada a la digitalización”. La propia Von der Leyen ha dicho esta semana, en el anuncio de este nuevo paquete que «Nuestros agricultores ocupan un lugar central en el sistema de producción de alimentos de la UE. Gracias a su duro trabajo cotidiano, todos tenemos alimentos seguros y de alta calidad. Sin embargo, nuestros agricultores sufren dificultades crecientes derivadas de la competencia mundial y del cambio climático. Esta es la razón por la que hoy proponemos una estrategia global que hará que la agricultura sea más atractiva, más resiliente y más sostenible». 

Personalmente, como casi todo lo que dice esta señora, me suena a trola sobre trola. Y que nos tienen preparado un plan que no nos va a gustar nada. Eso sí, nos lo pintarán de colorines y nos dirán palabras como “resiliencia, equilibrio, sostenibilidad” y demás patochadas para convencernos de que comamos gusanos disecados y plantas transgénicas. Después de habernos puesto a prueba en la pandemia, estoy segura de que muchos caerán de nuevo. Depende de nosotros otra vez.