La noticia es un paradigma de buenas intenciones: cinco partidos del Parlament, PSC, Junts, ERC, Comuns y CUP, presentan una propuesta de resolución para crear una comisión de estudio sobre el fascismo, el racismo y los discursos de odio. Y añaden que la idea es la de impulsar "un pacto nacional que definirá herramientas y mecanismos para combatir discursos contra los derechos humanos". Expresado así, quién podría estar en contra, aparte de los "fascistas, racistas y odiadores", de manera que todo queda claro, en un círculo maniqueo perfecto: los firmantes se sitúan en el lado bueno de las ideas y los que no han firmado, en el lado oscuro.

Y, sin embargo, los claroscuros de la iniciativa son tan espesos que obligan a una reflexión que va más allá del buenismo del titular. El primer punto crítico es, precisamente el lugar. ¿El Parlament tiene que crear comisiones de control ideológico? ¿Es una fiscalía, un juzgado? ¿No son perseguidos, este tipo de delitos, en el Código Penal? O, dicho de otro modo, ¿no es el Parlament el lugar donde hay que defender de forma estricta la libertad de expresión? Obviamente, debe utilizar los mecanismos propios que ya tiene previstos para censurar aquello que traspase todos los límites, pero hay que recordar que estos límites deberían ser más generosos, cuando se trata de un parlamento. Una cosa es crear comisiones de investigación o de estudio, en su caso, y otra es crear comisiones ideológicas. Tengamos cuidado, o crearemos mecanismos de censura allí donde, justamente, tendría que haber más libertad que nunca.

Vivimos un tiempo de rebaño, de pensamiento único, y cuando nos situamos fuera de los dogmas de fe, recibimos la furia de los dioses

Pero si el lugar es discutible, las intenciones las carga el diablo. Especialmente cuando hacemos un repaso de quién lo plantea y qué se plantea. ¿Qué son los delitos de odio? Y no es una pregunta baladí, porque en estos tiempos de imposición de lo políticamente correcto, que ha derivado en una censura encubierta, la acusación de odio en todas sus variantes —xenofobia, islamofobia, etc.— se ha repartido en abundancia. Cualquier análisis sobre cuestiones sensibles, como la inmigración, o la presión del islamismo radical, o temas vinculados al género/transgénero, ha sido sometido a la santa inquisición de quienes dominan el relato público. Seamos claros: hoy no se puede hablar con libertad de temas de esta naturaleza, si no se quiere estar en el lado de los "malos". Por ejemplo, ¿se puede estar a favor de los derechos transgénero y al mismo tiempo discutir o criticar algunas de las medidas más extremas que plantean Podemos y compañía? ¿Podemos hablar abiertamente del peligroso reto que supone el salafismo en nuestra casa, sin ser tildados de odio islamófobo? Y si aterrizamos en conflictos internacionales que los progres consideran "su mandato", entonces ya estamos apañados. ¿Podemos defender una mirada compleja del conflicto de Oriente Medio, alejada del maniqueísmo falaz y manipulador que se ha implementado, y no ser tratados como la peor escoria de la humanidad? Esa es la cuestión: es tan fina la línea que separa un discurso indiscutible de odio y la interpretación ideológica que hacen determinadas izquierdas, que da pavor pensar que serán ellos juez y parte de los límites de esta frontera.

Lo cual obliga a poner la lupa en el "quién" de la propuesta, y llama mucho la atención que sean partidos como Comuns o la CUP los que firman la propuesta, cuando son responsables de señalar, estigmatizar y practicar un discurso de odio hacia todos los disidentes de sus postulados, a quienes aplican una asfixiante cultura de la cancelación. Que la CUP hable de odio, ellos que envían a la basura de la historia a demócratas, que señalan a personas, que elaboran listas negras, que piden la segregación social de pensadores que ponen en cuestión sus dogmas de fe… ¿ellos decidirán "quién" pronuncia un discurso de odio? Pues tendrán que mirarse en el espejo, porque miles de mensajes de su gente en las redes los deja bien retratados. ¿Hablamos de la violentación de sus cachorros contra aquellos que pensamos diferente? Sucede lo mismo con el universo podemita, cuya vocación para hacer de comisariado político es bien notoria.

Discurso de odio… Muchos ciudadanos demócratas que no hemos comprado el relato impuesto en temas sensibles, lo hemos sufrido y lo sufrimos diariamente. Vivimos un tiempo de rebaño, de pensamiento único, y cuando nos situamos fuera de los dogmas de fe, recibimos la furia de los dioses. Islamófobos, genocidas, nazis, tránsfobos…, ninguna barbaridad queda fuera del diccionario de estos inquisidores del progresismo que se han erigido en los celadores del pensamiento. Que esta pandilla decida qué y quién practica un discurso de odio parecería una broma, si no fuera una tragedia.

Evidentemente, que hay que luchar contra el odio. La cuestión es dónde habita y cómo se transforma, porque nada es tan fácil, ni tan evidente. Y a menudo late en el corazón mismo de aquellos que se autodenominan "antifascistas", y al mismo tiempo practican otro tipo de fascismo, el de izquierdas, nunca reconocido, pero muy llamativo en estos tiempos. Tiempo de imposición de dogmas de fe. Como defensa, la única posición que me parece decente es la de militar en el libre pensamiento. Es una posición solitaria y peligrosa, pero es la única decente.