Ver actualmente anuncios de lugares de vacaciones, con piscinas rebosantes de agua por toda Catalunya, hace como mínimo daño a la vista. Más todavía cuando uno viene de una parte del país en que tantas generaciones han trabajado por el regadío de su tierra y que ahora están sufriendo los efectos de una sequía extrema.
El de la sequía no es un problema local sino global que va a remolque del cambio climático. Hay quien asegura que es de una magnitud que no se producía desde hace 500 años y que anuncia una especie de "guerra por el agua" entre el consumo urbano y el consumo agrícola, provocada por la escasez. Llueve menos, lo hace con más desorden, hace más calor y se necesita más agua si seguimos haciendo las cosas como en la época de abundancia. El problema se da en Alemania, en Italia, en Francia, en Portugal, en Mongolia... y en nuestro país.
Una muestra de la gravedad de la situación la tenemos en el estado de los embalses, estos enormes depósitos de agua desde donde se alimenta el consumo urbano, industrial y agrícola, aparte de pozos y minas. Lamentablemente, hace años que las entradas de agua en nuestros pantanos son más pequeñas que las salidas, de manera que, a nivel de país, se encuentran en el 21,4% de su capacidad. En el Baix Camp, por ejemplo, el sistema de Riudecanyes y Siurana están al 4,6% el uno y al 4,5% el otro, de una capacidad conjunta de 17,5 hm3. El cinturón ya está apretado en todas partes, incluidas las cuencas que se alimentan del Pirineo, pero en el Baix Camp ya no le queda ningún agujero.
Hemos entrado en la era de la frugalidad hídrica, de la conciencia de que el agua es un recurso escaso y (con el calentamiento) cada vez más limitado
Si a la falta de lluvias se le añaden las temperaturas extremas que sufrimos, el panorama agrícola es bastante desolador. Cójase como ejemplo el hundimiento de la producción de oliva y de aceite, que ya se hace evidente en los precios en el supermercado y que han convertido el producto en una especie de "oro líquido". Hay que tener presente que en las cuencas internas de Catalunya (sin considerar las que van al Ebro) los usos agrarios (de riego y ganaderos) absorben unos 380 hm3 en un año normal, es decir, unos 403 litros per cápita y día. Si añadiéramos el agua de las cuencas del Ebro, este consumo sobrepasaría los 900 litros por persona y día. Así, el agrícola es, a distancia del resto, el primer consumidor de agua de Catalunya.
Este verano, en un pueblo del Baix Camp que conozco bien, un campesino que no tuviera agua en el pozo y contratara una cuba de 7.000 litros, se tenía que gastar 90 € (no por el valor del agua en sí, sino por el servicio de llevártela a la masía). Eso quiere decir 13 € el m3 o 1,3 céntimos el litro (para que el lector se haga una idea, el coste del agua del pantano en un año normal hasta el 2021 era de 6 céntimos... los 1.000 litros). Si lo comparamos con el consumo urbano de una casa en Barcelona, con un consumo precisamente de 7.000 litros, el precio es de 40 €, es decir, 0,57 céntimos el litro. O sea, que el agua de ducharse, lavar la ropa y lavar los platos, en una situación de sequía extrema como sufrimos, va a mitad de precio que el agua de regar, llevada en cuba a la finca. Quiere decir eso que, o el agua de casa es barata o el agua de regar, con estos precios, hace inviable cualquier cultivo.
El segundo consumo más importante de agua en las cuencas internas es el uso doméstico, que suma 294 hm3 al año, es decir, unos 114 litros persona/día; el tercero es el sistema productivo no agrario (industria y servicios), que demanda anualmente 209 hm3. En total, solo de cuencas internas, Catalunya consume un poco más de 1.000 hm3 al año, y si se le suman los de las cuencas del Ebro, alcanzamos los 1.500, es decir, cerca de los 200 litros por persona y día.
La sequía ha puesto en evidencia la necesidad de reducir el consumo hídrico para adaptarse a una situación que parece que ha venido para quedarse. Esto quiere decir que hay que esperar fuertes aumentos del precio del agua. Quizás en el ámbito doméstico, de la ducha, la lavadora y el lavavajillas, hay poco recorrido de ahorro (en Barcelona y área metropolitana son cerca de 100 litros al día, muy por debajo de zonas comparables internacionalmente). Sí que hay en el reciclaje, en las piscinas, en los campos de golf y otros usos no esenciales, donde el agua tendrá que tener precios mucho más altos. Sin embargo, donde hay más recorrido es en el sector productivo, especialmente el agrícola y en la distribución, donde se pierde demasiada agua. Será necesaria una racionalización extrema de los sistemas de riego (desterrando el riego a manta), la implantación de variedades vegetales resistentes a la sequía o consumidoras de poca agua, control de las extracciones de agua de pozo, entre otras.
En definitiva, hemos entrado en la era de la frugalidad hídrica, de la conciencia de que el agua es un recurso escaso y (con el calentamiento) cada vez más limitado. La nueva cultura del agua que se impondrá a la fuerza nos interpela con un recurso que hasta ahora la mayor parte de catalanes nunca habían pensado que era un recurso escaso. Y resulta que lo es... y que lo será todavía más.