“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí” es un famoso microrrelato de Augusto Monterroso considerado, durante muchos años, el más corto en lengua castellana. Si trasladamos esta microficción a la política catalana y a la española, el dinosaurio es desde hace siglos la cuestión catalana y, en términos más contemporáneos, el octubre de 2017. Y digo octubre porque buena parte de lo que conviene determinar para orientarnos, ahora que estamos presenciando un inédito cara a cara Sánchez-Puigdemont, es si el dinosaurio lo situamos en el 1 de octubre o en el 27 de octubre. Es decir: si hubiéramos entrado en un letargo desde aquellas fechas y ahora despertáramos para reanudar un “como íbamos diciendo…”, no es lo mismo lo que íbamos diciendo el 1 de octubre que lo que íbamos diciendo el 27. Para muchos independentistas, el día 1 es el que cuenta (y donde deberíamos situar el reloj de la máquina del tiempo) porque es el acto de soberanía que no tuvo continuidad pero que marca el tema que ahora debería reanudarse. Para otros, el realismo obliga a “despertar” en la fecha del 27 de octubre porque el dinosaurio sería una declaración de independencia suspendida (erróneamente suspendida, en mi opinión) para poder propiciar un escenario de confrontación menos directa. En función de si se pone una u otra fecha, la actitud cambia. Sólo tres precisiones: la primera es que el 27 y el 1 no se excluyen mutuamente. Ambos existieron, el segundo no existe sin el primero y solo son contradictorios si uno se come completamente al otro. La segunda: el 27 incluye un frenazo pero también incluye una declaración, y por tanto no es tan diferente, si se quiere, del día 1. Y la tercera: siempre estamos hablando de octubre. Quiero decir que octubristas lo son ambas posturas.
No entender la necesidad de la amnistía y de un mediador, en este contextos, es no entender que el dinosaurio sigue ahí y no va a desaparecer
Ahora es como si, situados en ese día 27 donde declaramos y frenamos, y donde minutos después el Estado (PSOE incluido) impuso el 155 y dio lugar a toda la represión posterior, nos encontráramos de nuevo ante el conflicto y pudiéramos decir, a ambos lados, “como íbamos diciendo” pero con las aguas más calmadas. El PSOE parece desear, por lo que indican algunos medios, que Puigdemont renuncie a su “como íbamos diciendo”: es decir, que renuncie a la legitimidad del 1 de octubre ya la declaración del 27, es decir renuncie al fantasma de las unilateralidades pasadas y al fantasma de las unilateralidades futuras. Si esto es así, el PSOE también debería renunciar a su “como íbamos diciendo” de aquel octubre: debería renunciar, por tanto, no solo a la represión judicial (aunque diga que son poderes separados) como especialmente a la imposición del 155 y en la idea de la sagrada unidad de España. Como esto es imposible, estaría bien que dejaran de pedir imposibles a Puigdemont porque es que no está en manos de Puigdemont: el derecho a la autodeterminación no es renunciable, como cualquier derecho básico de toda nación, al igual que Pedro Sánchez no tiene en sus manos renunciar al derecho de España a luchar por su unidad: ya se ocuparían de ello otras fuerzas del Estado. Es absurdo, pues, pedir renuncias de este tipo a ambos lados. Y si no tiene sentido pedir estas renuncias, ¿qué sentido tiene la negociación?
Tiene sentido porque un conflicto, que hemos convenido en que no debe resolverse por la vía judicial española (veremos si se tendrá que resolver por la vía judicial europea), tiene un margen político para sentar nuevas bases que, sin vencedores ni derrotados, dé opciones a ambos bandos de vencer o de perder de forma pacífica. Lo repito: de lo que se trata no es de derrotar a nadie, si se está dialogando, sino de sentar unas bases que permitan eventualmente imponer las tesis propias de forma pacífica, democrática y no humillante. Lo que se dice, como deseó Tusk precisamente ese octubre (día 10 concretamente), vehicular un conflicto que se había salido de madre. Si estas bases se encuentran, el pacto es posible. Si no se encuentran (las ridículas propuestas del "acuerdo de claridad" del Govern no apuntan precisamente hacia el optimismo), las unilateralidades a ambos lados volverán a tomar fuerza y quizá entonces sí que un árbitro judicial superior tendrá que marcar la solución final. O bien dejar que vuelva a salir de madre, evidentemente, que es como se hacen buena parte de las independencias (o como las derrotas pueden ser más amargas y definitivas).
En este marco, el “como íbamos diciendo” que no debería olvidar Puigdemont debería ser el siguiente: “Como íbamos diciendo, el día 1 de octubre Catalunya celebró un referéndum de autodeterminación donde ganó el sí y, por tanto, el día 27 se declaró la independencia. Como no se pudo (o quiso) implementar pacíficamente, y como fue seguido de medidas hostiles y numerosos abusos de autoridad, ahora podemos intentar encontrar un modelo (provisional o no) que sirva a ambos lados como alternativa. Si no lo encontramos, nuestro 'como íbamos diciendo' mutuo se reanuda exactamente allí donde lo dejamos: en ese octubre”.
No entender la necesidad de la amnistía y de un mediador, en este contexto, es no entender que el dinosaurio sigue ahí y no va a desaparecer. Ni el de un lado, ni el del otro. Ustedes mismos.