La encuesta de usos lingüísticos de la población relativa al año 2023 da algunas pistas interesantes si se quiere enderezar la situación precaria de la lengua catalana. Por ejemplo, los datos son más positivos cuando se combinan los usos lingüísticos y el lugar de nacimiento. En este sentido, el catalán es la lengua habitual para el 50,9% de los catalanes nacidos en Catalunya, mientras que un 12,6% adicional tiene el catalán y el castellano como lenguas habituales. Como hay muchos catalanes nacidos en España y muchos más nacidos en todo el mundo, la cifra total baja hasta el 32,6% de hablantes habituales de catalán y al 9,4% de hablantes habituales de ambas lenguas. No debemos escandalizarnos: es muy normal que una persona recién llegada, a menos que venga de Andorra, no tenga el catalán como lengua habitual. Por tanto, con estos datos en la mano, la mejor manera de defender el catalán y hacerlo crecer es muy simple: teniendo niños y niñas en Catalunya y hablándoles en catalán. Nada hay hoy más revolucionario y más patriótico que tener hijos catalanoparlantes. Si todos los catalanohablantes tuvieran un hijo adicional, se daría la vuelta a las encuestas de usos lingüísticos de las próximas décadas. No es fácil, claro, pero es así como los irlandeses católicos (y, por lo tanto, republicanos) han logrado ser mayoría en Irlanda del Norte; 2022 fue el primer año en el que superaron a los protestantes (y, por lo tanto, unionistas). La demografía es lenta pero implacable.
Aparte de eso, la encuesta dice muchas más cosas que han pasado desapercibidas. Por ejemplo, en Catalunya tenemos 1,6 millones de personas que nunca hablan catalán. Cero, nada, en ningún momento de su vida. En cambio, tenemos unas 336.000 que hablan siempre en catalán, en todo momento, en todas partes. Yo soy uno de ellos. Ambos grupos, al margen del conocimiento que pueden tener de ambas lenguas, en verdad son monolingües en su vida rutinaria diaria. Si miramos bien los datos, también vemos que hay 866.000 personas que hablan catalán en más del 80% de sus interacciones; 1,1 millones de personas que lo hacen entre el 51% y el 80% de las situaciones o de su tiempo, y 630.000 personas que dicen que hablan catalán la mitad de su tiempo, normalmente a partes iguales con el castellano. Por tanto, tenemos tres millones de personas que hablan catalán como mínimo la mitad de su tiempo. Es una buena base para trabajar.
La mejor manera de defender el catalán y hacerlo crecer es muy simple: teniendo niños y niñas en Catalunya y hablándoles en catalán
Pero el tema grande, pienso, son esos 1,6 millones de personas que nunca lo hablan, y no lo hacen porque no tienen ninguna necesidad ni se les pide para nada. Muchos no querrán y otros no necesitan el catalán. Esto es así porque el resto de ciudadanos de Catalunya, y las administraciones también, cuando se dirigen a estas personas, lo hacen en castellano. Por eso pienso que una buena manera de avanzar es incrementar el número de hablantes monolingües de catalán, es decir, las personas que hablan y consumen en catalán siempre, en todas partes. Evidentemente, no es lo mismo para una persona jubilada que vive en Vilada que para una persona que trabaja de cara al público en el Área Metropolitana de Barcelona, por decir dos lugares con usos lingüísticos diferenciados. Pero la idea de fondo es la misma, al margen de las situaciones personales. Si Catalunya pasara de las 336.000 personas que únicamente se comunican en catalán a 1,5 millones de personas que lo hacen siempre, la salud de la lengua catalana sería infinitamente mejor y, más tarde o más temprano, se produciría un inevitable efecto de mancha de aceite con el resto de la sociedad.
Pero no solo es hablar en catalán siempre, evidentemente; existen unos hábitos asociados de comportamiento que se pueden hacer de forma habitual, a partir de hoy. Es un tema más de actitud, diría, que el hecho estricto de hablar en catalán. Por ejemplo, yo no hago ninguna reserva en ningún hotel o restaurante del país, ni compro nada en ninguna tienda digital, que no tenga la web en catalán. No pido que la tengan únicamente en catalán, pero al menos mi lengua debe de estar. Lo mismo ocurre en los comercios y establecimientos, en la rotulación exterior o interior. Es muy sencillo: si un sitio no está en catalán, es que no se dirige a mí como cliente. Si llevo a mis hijas al cine, voy a la sala que tenga la versión en catalán, aunque quede un poco más lejos o el horario no me vaya tan bien. Si quiero comprar un libro de un autor extranjero y no entiendo su lengua original, busco la versión catalana, que a menudo existe, aunque a veces se publica un poco más tarde. Si en un restaurante me traen la carta en castellano, les pido si la tienen en catalán. Muy educadamente y con una sonrisa, y casi siempre sale bien. También se puede pedir cualquier documento notarial o legal en catalán, que muchas veces no se hacen por pura inercia. Las situaciones y casos donde actuar son infinitas. Todo esto se puede conseguir con una actitud consciente, de forma natural, comportándonos con el catalán como un sueco actúa con la lengua sueca. No hace falta ser un extremista: a veces la vida te lleva a ir a lugares donde nada de todo esto se cumple, por ejemplo con otra gente, y no hace falta levantarse y marcharse, pero sí se puede hacer algo de pedagogía. La parte más complicada, para mucha gente, es mantenerse en catalán cuando alguien habla en castellano, pero mi experiencia, después de décadas haciéndolo así en la ciudad de Barcelona, es que uno se lleva más sorpresas positivas que decepciones. Si queremos salvar nuestra lengua, tú también tienes un papel que jugar, a partir de hoy mismo cuando acabes este artículo.