Este es un artículo escrito con lógica postelectoral, ajena, por lo tanto, a la lógica competitiva inherente a las campañas electorales.
En términos prácticos, sabemos que la Constitución española de 1978 resulta irreformable, especialmente en los temas sustanciales que afectan a Catalunya. Además, después de la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) de 2010, han aumentado las posibilidades unitaristas y centralizadoras del Estado en términos de libertad colectiva, reconocimiento y autogobierno.
Además, no son pocas las cosas que habría que cambiar del marco institucional español para poder hablar propiamente de un estado de derecho y de una democracia liberal de calidad: estructura, funciones y composición de un poder judicial que dinamita permanentemente la separación de poderes; atribuciones ejecutivas del TC; la confusa y centralizadora distribución "antifederal" de competencias; una monarquía nacionalista "de parte" en una sociedad plurinacional; una cámara alta muy alejada de la representación política territorial; una crónica y deficiente regulación del pluralismo lingüístico del Estado; un sistema de financiación y de inversiones públicas que incentiva tanto el espolio económico de determinados territorios como un injusto e irracional sistema de transferencias interterritoriales, etc.
La falta de congruencia entre una sociedad plurinacional y un estado que actúa en términos nacionales unitarios propicia una inestabilidad del sistema, incentivando posiciones de ruptura en las naciones minoritarias cuando no aceptan la sumisión al nacionalismo estatal. Hay que añadir, además, la existencia de una cultura política y jurídica de marcado carácter autoritario (antiliberal) que se apoya en un poder judicial heredero de la dictadura, que antepone la unidad territorial del Estado a los principios democráticos y del estado de derecho (derechos individuales y colectivos; separación de poderes).
Para corregir esta incongruencia entre sociedad y estado, en buena parte habría que volver a empezar y corregir todo aquello que se hizo mal en la Transición de hace casi medio siglo. En el tema del pluralismo nacional, las premisas estuvieron mal planteadas y después fueron todavía peor desarrolladas.
Cuando el reformismo estructural del sistema político resulta irrealizable, el soberanismo y el independentismo tienen todo el sentido de existir, procurar ser hegemónicos y hacer avanzar el país. Y hacerlo tanto por la vía de superar las estrecheces estructurales y financieras del autogobierno actual, como por la vía de la ruptura. Pero todo eso hace falta hacerlo bien, incluso muy bien, cuando|cuándo se ocupa una posición subalterna en el marco institucional del estado.
Hay que establecer acuerdos "mesopolíticos", intermedios entre la "macropolítica" de los objetivos generales y la "micropolítica" de las decisiones sectoriales o puntuales
Sabemos que el nivel mínimo de reconocimiento nacional y de autogobierno que sería actualmente aceptable por el catalanismo, independentista o no, está bastante por encima del máximo aceptable por el nacionalismo español actual, tanto el de derechas como el de izquierdas.
Pongamos un ejemplo. En un lúcido libro de Ramon Trias Fargas (Narració d’una asfixia premeditada, 1984; reeditado por Edicions Tibidabo, 2024) se analiza el proceso y los resultados de las negociaciones entre los partidos catalanes y españoles a principios de los años 80. Destacamos aquí solo cuatro comentarios del libro por si ustedes consideran que son de actualidad o que están pasados de moda:
1) "los catalanes no están de acuerdo entre ellos y tienden a hacer del pactismo un fin en sí mismo"
2) "el reconocimiento, en pie de igualdad, de nuestra personalidad nacional (...) es también un modo de saber si la democracia es posible en España"
3) "¿Qué ha pasado? Muy sencillo. Catalunya está políticamente dividida y sus aspiraciones se han revelado a los ojos sorprendidos de Madrid inesperadamente modestas".
4) "sin soberanía fiscal no hay soberanía de ningún tipo"
De esto hace 40 años. Sin comentarios (porque creo que el tema se comenta solo).
Y a partir de ahora, ¿cómo se tendría que actuar? Creo que las entidades soberanistas e independentistas, tanto los partidos como las organizaciones civiles, tendrían que saber negociar y pactar sus discrepancias, sus desacuerdos. Y saber actuar conjuntamente, cooperar, a pesar de estas discrepancias, huyendo del disperso y competitivo atomismo actual que desprestigia el proyecto y debilita el país.
Que se compartan objetivos generales, pero después estos partidos y estas organizaciones se enfrenten en el terreno práctico va en detrimento de estos objetivos. Hay que establecer acuerdos "mesopolíticos", intermedios entre la "macropolítica" de los objetivos generales y la "micropolítica" de las decisiones sectoriales o puntuales. Acuerdos que enmarquen acciones estables de gobierno y que hagan avanzar el país.
No comparto nada la idea de que el autogobierno de Catalunya vaya en contra del objetivo de la independencia. Más bien pasa lo contrario. Si España fuera Canadá, un ejemplo de federalismo plurinacional, incluso la independencia se vería más como un instrumento que como una finalidad en sí misma. Pero España no es Canadá. Es un estado mucho más retrasado, en términos liberal-democráticos (derechos, instituciones, procedimientos, reformas). El federalismo está hoy dinamitado en España (esto se lo dice un antiguo federalista desengañado), en contraste con otras democracias plurinacionales de la política comparada.
Fiarlo todo a una movilización ciudadana al margen de las instituciones no es realista y desprestigia la propia causa de la independencia
Pero, como decía, hace falta saber gobernar y gestionar bien el autogobierno, aunque sea escaso en términos competenciales y esté asfixiado en términos financieros. Fiarlo todo a una movilización ciudadana al margen de las instituciones no es realista y desprestigia la propia causa de la independencia. Lo necesitamos todo, instituciones, movilización ciudadana y solvencia internacional (como la que han hecho y siguen haciendo, por ejemplo, los políticos exiliados en el marco de las instituciones de la justicia europea e internacional). Y actuar en todos los escenarios posibles (Catalunya, Estado, Unión Europea, mundo internacional) y en el máximo de ámbitos posibles (reconocimiento nacional, económico; fiscal y de infraestructuras; lingüístico; educativo; de salud; cultura, europeo, internacional ...). Es conveniente perfilar mejor los cuadros de doble entrada de acción política. Y aprender de los desaciertos, pero también de los éxitos del pasado reciente.
En el ámbito de las instituciones resulta inevitable que existan diferentes visiones sobre cómo dirigir las políticas educativas, energéticas, fiscales, ecológicas, de salud, trabajo, servicios sociales, etc, pero también hay muchos aspectos que permiten objetivos compartidos. Eso también afecta a las organizaciones cívicas, especialmente a Òmnium y la ANC.
¿Cómo proceder a este pacto de las discrepancias para una cooperación mesopolítica? Pues se puede hacer de varias formas, pero las reglas tienen que ser claras, consensuadas y con procedimientos de control, más allá de las disciplinas de partido. Podría empezarse, por ejemplo, con un diseño de objetivos y una agenda de acuerdos y desacuerdos realizada por unas pocas personas designadas por los partidos y las organizaciones cívicas, pasar después las conclusiones sobre contenidos y procedimientos a los partidos y organizaciones en una segunda fase.
No siempre existe una contraposición entre un qué y un porque compartido y un desacuerdo en el cómo, sino que existe un terreno intermedio en el que se pueden optimizar ideas, objetivos y acciones que creo que resulta totalmente inconveniente abandonar de entrada. Si se deja todo a la lógica de los partidos, las discrepancias se comen los posibles acuerdos programáticos y estratégicos.
El país da mucho más de sí que lo que muestran las prácticas del panorama político representativo actual. La maximización partidista va en contra de la optimización nacional. Y entonces el país no avanza, ni mucho ni bien.