A raíz de la “solución” encontrada por el Gobierno Collboni hacia la casa Orsola, se ha producido un debate sobre si la irrupción de la “clase media” en los conflictos de desahucios suponía una especie de trato de favor, o de gasto innecesario, dado que en este caso no se trataba del grupo de personas más desfavorecidas económicamente. De entrada, decir que la construcción de vivienda protegida en la ciudad de Barcelona (la única solución sólida) debe ir dirigida a todos los bolsillos si quiere ser una medida verdaderamente eficiente para bajar los precios; de la misma manera que subir el salario mínimo interprofesional puede salvar situaciones extremas, pero no se activa ninguna economía ni se resuelve ningún problema social estructural sin unos salarios medios dignos. Medios, sí. Que promedian, de clase media, de la mitad. De ese grupo social que estos infelices años veinte parecen quererse cargar por todo el mundo.

El agua ha llegado al cuello de esta clase y muchos dicen, con una impostada tonalidad proletaria: "ah, demasiado tarde, ahora veréis lo que es bueno". Se equivocan. Se equivocan precisamente porque son dos clases que se tocan, que bailan, que todos nos podemos encontrar en ellas, un año en una y otro año en la otra, sin ningún problema (la mayoría, de hecho, nunca han pertenecido a una sola), y sobre todo porque, de hecho, todavía hay infinitas discrepancias sobre dónde trazar la línea del sueldo o el patrimonio que las diferencia. Por tanto, como no están bien delimitadas y son dinámicas y fluctuantes, tienen un millar de causas compartidas. Y tienen causas compartidas contra los abusos, pero no desde ahora, sino desde la Revolución Francesa, en la que fue gracias a los llamados burgueses que se consiguieron declaraciones de los derechos humanos y aboliciones de los absolutismos. ¿Contra qué estamos luchando ahora, cabezas de chorlito? ¿Cuál es la amenaza del siglo para todos, si no es el retorno al absolutismo por la vía de la acumulación del poder y del dinero en demasiadas pocas personas?

La clase media ha tomado conciencia de clase, precisamente porque la ve amenazada y porque no quiere perderla

Es imposible resistir esta guerra sin aliados. Es tan imposible como que Europa pueda hacer frente a Trump sin encontrar alternativas (en forma de clientes o de tratados diplomáticos) como China, India, Brasil o incluso Rusia; es decir, sí, los BRICS, que al menos están planteando no un enfrentamiento directo sino una interesante apuesta por la multipolaridad. Y es que no se trata ni siquiera de compartir clase, ni siquiera cultura o valores, sino de hacer de contrapeso cada uno por su lado y a su manera, acordando unos mínimos que pasen por compartir diagnosis: que los más grandes se nos están comiendo, o se nos quieren comer, y tenemos que hacer algo. Vosotros y nosotros.

Por eso es un error despreciar tanto a los inquilinos de clase media como al pequeño propietario, porque equivale a despreciar a compañeros de lucha, si bien no en todo, sí en el problema principal. La solución al precio de la vivienda pasa, sí, también, por la clase media, simplemente porque es una comunidad social con un alto volumen, porque hace promedio y porque tiene un altísimo poder de influencia en todas las guerras culturales o en las reivindicaciones. No hace falta decir que el Procés amplificó su ola expansiva en el momento en que la clase media hizo de media, es decir, de cemento que conectaba a personas muy diversas en una causa muy concreta y muy relacionada, por cierto, con vencer el autoritarismo y conseguir más medios para el progreso. Incluso buena parte de los vecinos del tercero primera de cualquier edificio del Eixample, tan de orden y tan defensores de la prudencia y de los buenos alimentos, llegaron a ver con buenos ojos todo lo que sucedió en Urquinaona. Y recelan, por cierto, de los regalos envenenados de Collboni.

Ahora, la clase media ha tomado conciencia de clase, precisamente porque la ve amenazada y porque no quiere perderla; por lo tanto, tiene que unir esfuerzos y causas con las clases limítrofes, y viceversa, si se pretende no dejar que el mundo se haga demasiado injusto, los países demasiado impotentes, las ciudades demasiado imposibles, las calles demasiado iguales, los precios demasiado altos, los sueldos demasiado bajos (todos) y los derechos demasiado recortados. Como diría Sinéad O’Connor, “fight the real enemy” y dejad a la señora del tercero primera en paz. Que en muchos sentidos, quizás en todos, es de los vuestros.