En la confrontación política hay tres componentes fundamentales: la lucha por el poder, inevitable; la argumentación ideológica, a menudo solo una justificación, y las simpatías y antipatías personales, que frecuentemente son determinantes. El peso de cada una de estas variables es circunstancial, es decir, hay ocasiones en las que pesa más la lucha por el poder; en otras, las otras variables, y además, en un mismo conflicto también puede existir alternancia de una u otra como más relevante. La más fácil de compensar es la tercera, la de las simpatías y antipatías personales de los principales actores, ya que cambiándolos la cosa puede variar bastante de forma rápida. La lucha por el poder, en cambio, es insustituible. Solo se puede compensar si aparece un tercero en discordia que haga que la confrontación entre los primeros sea rebajada por la nueva lucha con el tercer actor. Ya se sabe aquello de que tus enemigos son mis amigos, y todas las variaciones que se le puedan hacer a este principio.
Pero detengámonos en el segundo de los factores: el de la argumentación ideológica y su concreción en lo que ha sido el procés. ¿Existe de verdad confrontación ideológica? Hay ideas que chocan y hay actores políticos que sinceramente creen en lo que dicen. Así, ellos, como portavoces de lo que creen, también se confrontan. Pero estos actores también pueden ser profesionales de la política. Entonces, la argumentación ideológica es una mera justificación pública. Son políticos camaleónicos que suelen virar según sopla el viento. Eso puede ser una virtud, aunque tiene el riesgo de acabar en una farsa. Lo cual también sucede. Sería muy interesante analizar cómo han ido virando los discursos en muchos conflictos políticos y como este viraje se debe a un pragmatismo que busca encontrar aliados allí donde antes solo había adversarios. O analizar si los intereses han obligado a cambiar y a modular discursos. A menudo, eso ocurre entre lo que se dice mientras se pretende el poder y una vez que ya se ha alcanzado. También puede pasar que la realidad vaya cambiando y entonces haya que modificar el discurso. Eso es más digno, y más cuando la confrontación ha llegado a un extremo que no acepta matices, cuando la realidad, justamente, está hecha de ellos. Querría aterrizar esta reflexión más teórica, no obstante, en la justificación del procés, ahora que parece que existe consenso en que estamos en algo que podríamos denominar postprocés, lo cual no significa que haya desaparecido la confrontación política, pero sí que han cambiado las fuerzas en la lucha por el poder y han aparecido nuevos actores, con sus simpatías y antipatías nuevas. Pero detengámonos en su argumentación ideológica.
Esto de que hemos acabado de superar una confrontación entre catalanes es una estrategia más del españolismo
Ya durante el procés, como ahora en la fase posterior, existe una confrontación ideológica entre aquellos que dicen que el procés ha sido un momento de choque entre catalanes, y aquellos que decimos que ha sido un momento más de los choques del catalanismo soberanista con el Estado español. Los que decimos esto lo decimos porque creemos en una ideología (catalanista, soberanista, independentista) y tenemos un sentimiento que se resiste a dejarse asimilar, frente a una ideología y un sentimiento que quiere hacer esta asimilación de catalanes a españoles (españolismo, nacionalismo español, imperialismo). Esto no es nuevo, sino que viene de lejos y no se ha agotado, porque ambas pulsiones siguen existiendo e igual de confrontadas. Para los que así lo creemos, esto de que hemos acabado de superar una confrontación entre catalanes es una estrategia más del españolismo. Nos dicen que ha habido unos catalanes que hemos creído ser la totalidad cuando somos una parte y además minoritaria. Catalunya lo somos todos, dicen, los que quieren la independencia y los que no la quieren. Justamente para resolver si somos más o menos, pedíamos votar, y lo seguimos pidiendo. Entonces, dicen que como la cosa puede ir tan reñida, caeremos en una confrontación irresoluble. Ahora bien, y esta es la conclusión a la que querría llegar, incluso aceptando que en la confrontación política del españolismo y el catalanismo exista, también —además del conflicto con el Estado español— un conflicto entre catalanes, lo que es totalmente seguro es que en un conflicto entre dos, una de las partes no se puede erigir en árbitro, puesto que es parte y forma parte de uno de los bandos de los catalanes confrontados. Que se quiera recibir a dos entidades de signo opuesto no te convierte en árbitro, y sobre todo cuando tú formas parte de una de ellas, la que defiende los intereses del Estado español en el conflicto político.