Catalunya vuelve a entrar, poco a poco, en uno de eso periodos recurrentes de impotencia y confusión que, tarde o temprano, acaban como el rosario de la aurora. Los esfuerzos que el país había hecho los últimos 50 años para afirmar su personalidad y volver a conectarse con su historia van por el camino de evaporarse, como hace un siglo. La obra del primer catalanismo se deshizo como un azucarillo envenenada por los vacíos de poder y por las heridas mal curadas del Antiguo Régimen español. Ahora son las rémoras del franquismo y del mundo de Tejero y del rey Juan Carlos las que arrastran el país hacia el infierno.
El PSC trata de reactivar el catalanismo para poder ocupar el cráter que ha dejado la liquidación de CiU y hacer funcionar la autonomía y los negocios que van asociados a ella. Pero el catalanismo es un cadáver, ha perdido su base política e histórica. El primer catalanismo emergió como una solución pacificadora para encajar el país en España, después del asesinato del general Prim. Básicamente, consistía en desarmar el carácter catalán a través de la cultura, para tratar de hacer rendir las fábricas y las tiendas. El problema es que los hombres no comen versitos y acabó dejando a la intemperie una buena parte de la clase trabajadora.
Jordi Pujol pudo recuperar el prestigio del catalanismo gracias a la inmigración española, que era mucho más dócil que la clase obrera del país. A los inmigrantes que vinieron durante la dictadura, se les ofreció el cincuenta por cien de la economía nacional, a cambio de que se portaran bien y se integraran un poco. Cada vez que Madrid utiliza los apellidos castellanos de alguna figura del país para insultarla, se remite a esta historia. Por más películas que se hagan sobre el autobús de Torre Baró, la clase obrera española sirvió para domesticar a los trabajadores catalanes, y para dar a la burguesía una base popular conectada con Madrid.
Los catalanes con conciencia nacional tendremos que tener mucha paciencia e hilar muy fino para que el catalanismo del PSC no nos utilice como carburante, igual que hizo CiU con patriotas como Clara Ponsatí
El Procés demostró no solamente las limitaciones de esta política de ingeniería económica y social, sino también las limitaciones del mismo catalanismo. Al final, un grueso importantísimo de los hijos de la inmigración dio apoyo a la independencia y, si no fueron más, es porque a partir de 2014 se vio que el Estado no se avendría a la celebración de un referéndum de forma pacífica. Ahora, recuperar el catalanismo es difícil. La clase media del país que era su base ha quedado muy tocada y bastante trabajo tiene para defender sus intereses, mientras que la nueva clase obrera viene de países que no tienen nada que ver con España, ni mucho menos con la cultura europea.
A la larga, Sílvia Orriols tiene más posibilidades de conectar con el antiguo público del catalanismo (del primero y del segundo) que ningún otro político disponible. Y no por sus discursos contra los musulmanes, que son el barniz dialéctico que le ha permitido salir a flote dentro del sistema, sino por la actitud de autodefensa y de utilización del dolor para proteger un bien superior, que representa. El país que hizo las consultas, y que empujó a los políticos hasta el 1 de octubre, tendría que mirar muy bien la historia de la Guerra Civil, y los años que la precedieron, para navegar los tiempos que vienen. La verdad no necesita mártires, pero necesita gente que tenga capacidad para decirla y para pensarla.
El catalanismo ya hundió el país una vez porque dejó de decir la verdad para poder estirar más el brazo que la manga. El Procés fue un intento de superarlo sin violencia, justo cuando había alcanzado sus objetivos históricos y era ya solo un negociado de CiU. Ahora, el PSC trata de resucitarlo para tapar la represión española y para desmarcar las oleadas de inmigrantes del objetivo del referéndum, que era tener soberanía sobre el territorio. A falta de nada mejor, la burguesía españolizada por los Borbones y por el franquismo intenta hacer el último negocio en nombre del país, mientras espera que la inmigración disuelva los sectores inconformistas.
Los catalanes con conciencia nacional tendremos que tener mucha paciencia e hilar muy fino para que el catalanismo del PSC no nos utilice como carburante, igual que CiU hizo con patriotas como Clara Ponsatí. Los próximos años tendríamos que evitar esta tentación tan catalana —o tan catalanista— de protegernos detrás de la confusión que extienden las medias tintas y las fórmulas ambiguas, intelectualmente deficitarias. De lo contrario, cuando el purgatorio socialista acabe de cumplir su ciclo, igual que nos ha pasado otras veces, no nos sabremos explicar cómo demonios hemos llegado a caer tan bajo.