Junts per Catalunya, el partido de Carles Puigdemont y máximo referente independentista en el espacio postconvergente, celebra este fin de semana un congreso extraordinario en Calella. El cónclave, que pretende renovar y reforzar mensaje y liderazgos, está pensado para erigir a los juntaires en alternativa al gobierno normalizador del socialista Salvador Illa, cuya llegada a la Generalitat gracias a la ruptura definitiva de la unidad independentista con ERC, que lo invistió president, ha marcado el cambio de ciclo político en Catalunya. Atrás queda el preprocés (el 9 de noviembre hará 10 años de la consulta soberanista impulsada por el gobierno de Artur Mas), y el procés propiamente dicho (con el epicentro en el referéndum del 1-O). No podemos decir, en cambio, que se haya cerrado el postprocés, al menos, mientras la ley de amnistía siga sin cumplirse y los exiliados, empezando por el president Puigdemont, no puedan volver para hacer vida normal en Catalunya. Tres son, en nuestra opinión, los grandes retos de la formación independentista. A la manera de las tres críticas de Kant (¿qué puedo saber?, ¿qué tengo que hacer?, qué tengo que esperar?) nos podemos preguntar qué es Junts, con quien tiene que pactar y cómo se tiene que liderar.
a) Mensaje y partido. Un fantasma recorrerá las salas de la antigua fábrica Llobet Guri de la ciudad maresmense, testigo de un pasado industrial glorioso, donde se celebrará el congreso de Junts, y este fantasma se llama Sílvia Orriols. Calella, que ha sufrido los efectos de la inseguridad y la multirreincidencia delincuencial vinculada con la inmigración marginal, es un buen escenario para que los juntaires definan una política que pare los pies a las falsas soluciones de Orriols y su islamofobia de puro y carajillo con la estelada como coartada. Sin embargo, y sobre todo, lo es para que el congreso emita un mensaje que pueda convencer a la gente que, honestamente preocupada en ambientes donde impera el incivismo y la delincuencia asociada a una inmigración sin futuro, compran el relato incendiario de la Meloni de Ripoll y sus amanuenses.
Junts, heredera de la tradición inclusivista del catalanismo, tendrá que decidir si quiere ser "el Partido de Catalunya", un partido nacionalcatalanista abierto a los de aquí y a los que vendrán, como lo fue la vieja Convergència, o "el Partido de los Catalanes (Auténtico)", o sea, abrazar un etnonacionalismo xenófobo para catalanes de barretina calada hasta las cejas y tuit fácil contra el moro, como el que abandera Orriols. El mensaje —los objetivos, el programa— y la herramienta —el partido— tienen que ir a la una. Además, Junts no es (solo) un partido o "el" partido postconvergente; si de caso, es el referente mayoritario del segmento independentista / soberanista del espacio postconvergente, la hegemonía del cual se ha disputado con ERC durante estos años (y ha recuperado). En el espacio postconvergente ha habido, además, experimentos catalanistas / soberanistas frustrados como el PDeCAT; y hay un amplio sector de centro clásico, todavía identificado con la antigua CiU, moderado y pragmático, que Salvador Illa aspira a agrupar en torno al PSC.
Junts tendrá que decidir si quiere ser "el Partido de Catalunya", abierto a los de aquí y a los que vendrán o el "Partido de los Catalanes (Auténtico)", de los de barretina calada hasta las cejas y tuit fácil contra el 'moro'
b) Alianzas. Junts es el segundo partido del Parlament de Catalunya, con 35 escaños, a solo 7 por debajo de los 42 del PSC, pero ahora no puede configurar y encabezar una mayoría de gobierno porque, como fruto de la política —lógica— del procés, solo puede pactar con el independentismo. Y como el independentismo, electoralmente hablando, está en horas bajas, como por primera vez no hay mayoría nacionalista/soberanista/independentista en el Parlament, se ha quedado fuera del Govern. Pero también porque continúa todavía con la lógica del procés, que solo le permite pactar con ERC, la CUP y, quién sabe si en un futuro, aunque se niega ahora y bien que hace, con AC, una suma que en las últimas elecciones quedó 7 escaños por debajo de la mayoría absoluta. Junts se tiene que plantear abrir el abanico de los pactos a fuerzas no independentistas, es decir, al menos, el PSC, o difícilmente volverá al Govern. Se trata de definir bien qué se quiere hacer. Pactar con el adversario, como demuestra el acuerdo con el PSOE todavía vigente para investir a Pedro Sánchez no tiene que suponer renunciar a ninguno de los objetivos y, singularmente, a la independencia, que siempre será más un camino que una fecha inamovible en el calendario, como ha evidenciado el procés. Además, y una vez ERC ha hecho president a Salvador Illa, Junts tendría que dejar atrás cualquier complejo sociovergente a la hora de reconfigurar su política de alianzas. Seguramente, Junts tendría que ser menos postconvergente y más sociovergente si quiere cubrir el gap que separa el día a día del final del trayecto; la brecha entre aprobar unos presupuestos del Estado o la Generalitat para mejorar la seguridad en los barrios y atraer talento e inversión, entre muchas otras cosas, y el legítimo objetivo final: convertir Catalunya en un Estado independiente y soberano.
Junts tendría que dejar atrás cualquier complejo sociovergente a la hora de reconfigurar su política de alianzas si quiere volver al Govern
c) Liderazgos. Este no es el congreso de la sucesión de Puigdemont (no hay un heredero señalado o que se postule) pero Puigdemont tendrá que aclarar su rol —palabra muy de moda últimamente en Junts y la esfera mediática— en el partido; y, si, como todo hace prever, lo quiere jugar a fondo, desde la presidencia orgánica, también tendrá que cambiar su día a día en relación con el Govern y la sociedad catalana. Puigdemont ostenta por derecho propio el liderazgo político y moral de Junts. Eso significa que es quien mejores resultados electorales puede garantizar, pero también, que es el cemento que mejor aglutina la diversidad interna de Junts. Igual que le sucede a Oriol Junqueras en ERC, Puigdemont no tiene hoy por hoy ningún rival que le pueda hacer sombra en el partido, pero, a diferencia de los republicanos, puede exhibir un partido bastante más cohesionado de lo que a menudo parece. La prueba es que, mientras en el congreso de Esquerra del 30 de noviembre podrían llegar a concurrir 4 candidaturas —tres de las cuales, contra Junqueras— en el de Junts solo se espera una, la liderada por Puigdemont.
Este no es el congreso de la sucesión de Puigdemont, pero el presidente tendrá que aclarar su rol en el partido y cambiar su día a día en relación con el Gobierno y la sociedad catalana
Ahora bien. No es ningún secreto que, aunque Puigdemont dirige la política de Junts desde el exilio, a menudo se echa de menos una cara en el interior, en Catalunya, que ejerza como referente. Es obvio que el alejamiento físico de Puigdemont es forzado, pero Junts ha cedido demasiado espacio en el día a día a sus rivales por el obstáculo que representa, se quiera o no, el hecho de que su dirección real esté en Waterloo, a 1.300 kilómetros de Barcelona. El escaño vacío —insisto: a la fuerza— de Puigdemont en el Parlament no tendría que impedir a Junts configurar una interlocución física y permanente con la sociedad y el Govern, asumiendo el rol de primer partido de la oposición y, por lo tanto, de alternativa, a fondo. Eso se puede hacer con un paso adelante de Puigdemont en la relación con el Govern y su president, así como con el resto de fuerzas políticas, en el día a día; o bien mediante una delegación fuerte y clara de este papel en alguna o algunas caras nuevas que tendrían que salir del congreso de Junts. No se trata tanto de aceptar el sombrero de "jefe de la oposición" sino de ejercer la oposición de forma real y efectiva y ponerle cara. Una regla básica de la política es que el espacio que tú dejas vacío enseguida lo llena otro.