Viciados por una política de relato y curvas imprevisibles, sorprende un poco que finalmente la militancia de ERC haya votado con la cabeza y haya evitado el suicidio colectivo, aunque sea por un pequeño margen. Probablemente, si fuera un militante de ERC idealista, habría sido partidario y defensor del no. Y si fuera un militante institucional, con responsabilidades profesionales dentro del mundo político, habría votado y defendido el sí. Este es el momento en que ERC tiene que aprender a convivir con estas dos maneras de militar, porque los resultados han demostrado que tiene casi el mismo número de militantes institucionales que idealistas. Trasladar la decisión del pacto con Illa a la militancia directamente, cuando es costumbre en los partidos institucionales consultar al consejo nacional, estamento representativo entre congresos mucho más fácil de manipular, ha creado un precedente difícil de evitar en próximas decisiones. Eso quiere decir que el modelo de partido que ERC ha iniciado es asambleario. Y que, por lo tanto, cualquier futuro pacto relevante, como por ejemplo seguir apoyando a Sánchez, o dejar de apoyar a Illa, o ir con una lista conjunta con Junts, tendrá que ser validado por toda la militancia. La nueva ejecutiva tendrá que tenerlo muy presente. En este caso, el pacto lo ha capitaneado una secretaria general, Marta Rovira, que no estará cuando se tenga que ver su cumplimiento, porque no quiere continuar. Y Oriol Junqueras ha dejado claro que él no ha participado, porque estaba fuera de cualquier equipo de negociación. Por lo tanto, la dirección que salga del Congreso está condicionada por el pacto, pero no será responsable de él. Legítimo, pero arriesgado.
Es probable, y sería bueno, que dado que no habrá elecciones en septiembre, la comisión de garantías de ERC acepte aplicar los estatutos y convocar para septiembre el congreso extraordinario al que obligaba la dimisión de su presidente. Eso permitiría a ERC, aparte de dar cumplimiento a sus propias reglas como partido, cerrar el debate sobre quién tiene que gobernarlo. Los largos periodos de indefinición suelen abrir más las heridas y, al final, lo que hace falta es empezar a cicatrizarlas cuanto antes mejor.
Nos hemos acostumbrado en política a funcionar por momentums: decisiones de última hora, imprevisibles, donde nos lo jugamos todo para acabar donde siempre
La única cosa segura en el próximo congreso de ERC es que Junqueras será presidente del partido. En estos casi dos meses ha podido hacer los suficientes cafés y encuentros para saber que la militancia quiere, sobre todo, ser escuchada y poder decidir. Y que no tiene sentido que surja una candidatura alternativa. Lo más incierto del congreso es quién acompañará a Oriol Junqueras en la dirección de ERC. Aparte de los legítimos cálculos que harán todos los activos políticos de ERC, los retos a los cuales se enfrentará la nueva ejecutiva de ERC son enormes. Tendrán que cerrar las heridas personales que cada congreso político genera, que no son pocas. Tendrán que decidir si renuevan los pactos con Collboni para entrar en el gobierno de Barcelona. Tendrán que decidir si siguen apoyando al gobierno de Illa y votan presupuestos en Catalunya y en Madrid cuando el Gobierno no dé nada de lo que se ha acordado, porque no pueda o bien porque gane el PP cuando Sánchez, cansado, convoque elecciones. Tendrán que decidir si se vuelven a acercar a Junts cuando las encuestas demuestren que solo con una lista conjunta de obediencia catalana se puede presentar batalla electoral a los partidos españoles. Tendrán que reforzar todas las opciones electorales de las alcaldías que conservan, porque aunque parezca que falta mucho, dentro de cuatro días volvemos a tener elecciones municipales. Tendrán que plantear si quieren competir con los comunes y la CUP a ver a quién baja más los alquileres y quién hace políticas feministas más potentes, o si se centran en recuperar un electorado más de centroizquierda, más preocupado por el bienestar económico, la calidad de la enseñanza y el problema de la inmigración. Tendrán que pensar cómo tener contentos y motivados los militantes idealistas cuando todos sabemos que la independencia no está en la agenda de los próximos años. Y, al mismo tiempo, cómo tener contentos a los ya numerosos militantes institucionales haciendo que puedan legítimamente aspirar a seguir teniendo cargos de gobierno. Y todo eso en plena efervescencia de la extrema derecha y del discurso xenófobo que se irá instalando como una mancha de aceite en toda Europa.
Nos hemos acostumbrado en política a funcionar por momentums: decisiones de última hora, imprevisibles, donde nos lo jugamos todo para acabar donde siempre. Si ERC cierra en falso el congreso y lo convierte en el enésimo momentum, donde los actores implicados no ven en el necesario pacto un incentivo para dejar de lado personalismos y prepararse para los retos futuros, se perderá la oportunidad de tener un verdadero partido de centroizquierda de obediencia catalana. ERC donde se la juega de verdad será en estos pactos congresuales, no en la votación de Illa, que era "susto o muerte".