Sin autocrítica, ni demasiados debates y con rearme interno y una ruta de congresos regionales encaminada hasta el fin de la legislatura si se cumple el plazo del 2027. El Congreso Federal del PSOE no ha servido para abrir demasiados melones ideológicos. En resumen, Sánchez como bastión del socialismo europeo ante la extrema derecha que cala en los gobiernos comunitarios y la recuperación de la agenda feminista clásica con el ruido que implica expulsar a una parte del colectivo de las siglas LGTBI (ya sin el +Q). Instalados en el realismo de la mayoría de investidura, ni siquiera el cupo catalán ha supuesto un encontronazo entre las federaciones más reacias —Aragón, Castilla-La Mancha, Extremadura…—. Emiliano García-Page no se enfrentó a Salvador Illa y ha elegido seguir en el marcaje a Sánchez, aunque el cupo catalán sea parte del pacto de investidura de Illa, sin fecha para llegar como propuesta al Congreso. El presidente manchego se queda así como el único crítico, aliado de Felipe González, sin conseguir agrupar a otras voces.
Elegida la nueva ejecutiva con el 90% de los apoyos, Pedro Sánchez no ha tenido rival, como no lo tuvieron Aznar, Zapatero o Rajoy estando en la Moncloa. Igual que no lo tendrán los cuatro presidentes autonómicos por un acuerdo tácito de los socialistas. Donde hay gobierno, no se abren primarias. Y se quedan con fuerza orgánica cuatro ministros: Félix Bolaños, Diana Morant, Óscar López y Óscar Puente. Todos los frentes internos están relativamente resueltos. La dirección de Ferraz decidió aplazar los congresos regionales por falta de tiempo después del cónclave federal. Primero el secretario general, después el ruido territorial. Lo habrá en Cantabria, Castilla y León y Aragón, donde previsiblemente renovarán candidatos.
También en Andalucía, el tradicional granero del PSOE sustituido por Catalunya, tienen cada vez más lejos recuperar el gobierno de mayoría absoluta de Juanma Moreno Bonilla. Juan Espadas se irá, pero con acuerdo y una transición tranquila. En Extremadura, de menor peso, el secretario general, Miguel Ángel Gallardo, no termina de asentarse en una comunidad que podrían no recuperar incluso a largo plazo. Su imputación y la del hermano de Sánchez pueden frenar otra candidatura en primarias, pero el liderazgo de Gallardo los aleja también del poder.
La novedad del Congreso en Sevilla ha sido la puesta en común de una sensación de agravio judicial compartida por sanchistas y militantes o dirigentes menos sanchistas
En Madrid, la tensión está resuelta en lo inmediato. El ministro y ex jefe de gabinete, Óscar López, presentará su candidatura a las primarias del PSM este jueves. El alcalde de Fuenlabrada, Javier Ayala, enemigo interno del ya difunto Juan Lobato, ha entrado en la ejecutiva y con ambos movimientos se cierra la crisis política. Mientras, la judicial está más que abierta. La declaración de Lobato ante el Supremo da vía libre a los jueces para abrir en canal la antigua jefatura de Gabinete de Sánchez, primero con el volcado del móvil de Pilar Sánchez Acera y, si esta no pone un dique a la revelación de secretos del polémico correo de la pareja de Ayuso, escalará a Óscar López.
La novedad del Congreso en Sevilla ha sido la puesta en común de una sensación de agravio judicial compartida por sanchistas y militantes o dirigentes menos sanchistas. Con más o menos razón, señalan un cúmulo de decisiones de la cúpula judicial que “viene de atrás”. Desde el intento de procesamiento por terrorismo a Carles Puigdemont la semana de investidura de Sánchez, la negativa del Supremo a aplicar la ley de Amnistía, la citación de Begoña Gómez antes de las europeas o la traca judicial de la pasada semana. Empezó días antes con la declaración judicial de Víctor de Aldama y su consiguiente salida de prisión, siguió con la difusión del informe de la UCO y el “papel preeminente” del Fiscal General en la filtración del correo de Ayuso, la celeridad del Supremo para citar a Juan Lobato o a la asesora de la Moncloa que pudo ayudar a Begoña Gómez en sus gestiones profesiones. Una maraña de que la excluyen el ‘caso Ábalos’ y acotan en las instrucciones al entorno familiar y al intento de tumbar al Fiscal General del Estado. Temen y dan por segura una “fabricación de imputación ficticia” contra Sánchez —así la denominan en off— por cualquiera de las vías judiciales abiertas. Y ponen como ejemplo el ambiente de 1996. Aquel pasaje de la entrevista a Luis María Ansón en la revista Tiempo. “La cultura de la crispación existió porque no había manera de vencer a Felipe González con otras armas. Hubo que elevar la crítica hasta extremos que a veces afectaron al propio Estado”. Con la corrupción de Ábalos por un lado y el cúmulo de causas que no acaban de tocar pie por el otro, el Congreso Federal ha servido para unir a los socialistas en torno a Sánchez y en la conjura de lo que entiende un revival del ‘96.