No sé qué leo, así, en general, pero ahora mismo literatura en catanyol. Eso es lo que me habría gustado decirle a Andrea Genovart el sábado pasado, cuando fui con mi amigo Pau Cusí a la "Festa del Consum Preferent" organizada por la Librería Calders, renombrada como 'La Caldis' por un día. No pude hacerlo porque en aquel momento no estaba todavía leyendo su ópera prima, Consum preferent, Premio Anagrama de novela en catalán 2022. Fue una oportunidad perdida que llevo toda la semana maldiciendo, ya que después de haberme comprado el libro y haberlo leído, me muero de ganas de felicitar a Andrea Genovart por un libro original, lleno de contundencia y que he disfrutado mucho, pero también de preguntarle por qué ha decidido estropearlo escribiendo el 15% del texto en castellano. Es decir, naturalizando de forma normal la lengua dominante que más méritos hace para enterrar una lengua amenazada como el catalán.
Espoleados por el hecho de que el anuncio de Instagram de la Calders decía que habría birras, patatitas y juerga, Pau y yo fuimos a la presentación del libro, pero al llegar nos encontramos con que no había sillas y que la autora en cuestión estaba pinchando La Oreja de Van Gogh, Estopa o Rosalia en el Spotify. Aturdidos y desorientados, empezamos a dar vueltas y aprovechamos para recomendarnos los dos mejores libros que cualquier catalán puede comprar este Sant Jordi: Contra el món, de Pere Antoni Pons, y Triomfador, de Joan Jordi Miralles. Dos obras que dotan de grandeza la literatura catalana, cosa que desgraciadamente no se puede decir de Consum preferente, por mucho que el marketing anagramesco y el mundo radioprimaverasoundesco se empeñe en hacérnoslo creer. Pero todo eso todavía no lo sabía entonces, el sábado pasado, cuando desde el mostrador Victor Garcia Tur, siempre elegante con camisa por dentro y aquella voz profunda de cantante de Manel recién levantado, nos avisó de que la presentación del libro no era convencional. "Andrea está aquí para responder lo que queráis preguntarle".
La idea me pareció genial, como todo el resto de la jarana. Dentro de recipientes que imitaban carros de supermercado, por ejemplo, estaban en venta y con descuento especial todos los Premios Anagrama del pasado. Vistos el uno al lado del otro, pensé que el del Albert Forns explicando como se la pelaba en una residencia de escritores yanqui fue el primero que leí y que me hizo gracia, porque Forns siempre es bueno, pero que es de largo el peor de los tres libros que ha escrito. Después, el de Anna Vallbona que me duró veinte páginas, aburridísimo. Las posesiones, de Llucia Ramis, una novela fresca, con ideas y buen fondo, posiblemente el mejor Anagrama que se ha entregado nunca. También el de Irene Solà haciendo hablar corzos en este tipo de remake literario de Bambi ambientado en el Ripollès. Y para acabar, el Napalm en el corazón de Pol Guasch, posiblemente la engañifa mayor de la literatura catalana de este siglo junto con aquel buñuelo de Victor Amela que ganó no sé qué Llull. Viendo esta trayectoria, un servidor celebró con entusiasmo que el año pasado el Anagrama quedara desierto, ya que regalar 12.000€ a algún estafador nunca es una buena idea, por eso mismo Consum preferent me suscitó desde el primer momento todavía más curiosidad.
Como la presentación era la antipresentación, nos pedimos unas birras, picamos un cocteleo Frit Ravich que amablemente nos ofreció Isabel Sucunza y leímos la primera página de la novela, donde la autora dice que "No sé què sóc, així, en general, però ara mateix en l'aigua". A Pau no le gustó nada, sin embargo. Literalmente dijo que no entendía la frase. Yo, sencillamente, pensé que estaba escrita con una sintaxis que por nada del mundo se parece al estilo naturalísimo que lingüísticamente pretende tener la novela, ya que en la misma primera página ya hay dos apariciones del castellano, y antes de la página diez cualquier lector podrá contar hasta veinte interferencias del castellano escritas tal cual, como si yo ahora dijera que la autora pretende decir que la novela está escrita como la vida mateixa. Una apuesta atrevida y sorprendente, pensé, sobre todo si se escribe así como lo he hecho yo, sin cursivas. La curiosidad todavía se me agudizó más cuando apareció en la librería David Caño, colega y gran poeta, y me dijo que la novela era interesante porque pretende construir una literatura urbana en catalán haciendo hablar a la protagonista tal como habla alguien de treinta años hoy, es decir, en un catalán cada vez menos correcto.
"A Juli Vallmitjana también se le tiraron a la yugular por escribir un catalán poco normativo y periférico hace cien años", me dijo. Yo le comenté que el problema, creo, es que toda la novela urbana que se ha escrito en Barcelona en los últimos cincuenta años, a grosso modo, la han escrito en castellano. "Quiero Casavellas, quiero Kikos Amats y quiero Miquis Oteros en catalán y hablando de Barna", nos dijo a Pau y a mí mientras nosotros, bajo aquel grafiti con la W del Watusi que hay en la Calders. Nosotros también lo queremos, pero si alguna cosa tengo clara después de haber leído Consum preferent es que el libro de Genovart no es esta novela urbana que esperamos. Es una narración sin trama. Un monólogo febril, intenso y lleno de reflexiones a raudales que, como la protagonista del libro, parecen un vómito intelectual de la autora de la obra. En resumen, la novela plantea un conflicto interesante: el de su protagonista contra la necesidad de identificarse con alguna cosa. Ahora bien, si el conflicto de identidad que sufre Alba, la prota del libro, pretende ser una analogía del conflicto de identidad que sufre la ciudad de Barcelona, el libro no lo plasma bien.
No lo plasma bien porque si Barcelona hablara, lo haría indistintamente en catalán y en castellano, evidentemente, pero también en italiano, en urdu, en panyabí, en mandarín, en amazig, en rumano o en cualquier otra lengua que hablan centenares de barceloneses y que Consum preferent no recoge, aparte de alguna presencia mínima del inglés y el francés. Por lo tanto, que la protagonista de la obra diga cada dos por tres frases hechas, palabras y expresiones en castellano allí donde podría hacerlo en catalán es un ejercicio curioso y loable para hacer una literatura hiperrealista, al igual que Pitarra o Antoni Vilanova ya hicieron hace más de un siglo y medio cuando querían expresar 'el catalán que ahora se habla' a sus obras, pero es un ejercicio que como artefacto literario no funciona bien, cansa y sobre todo carece de sentido. Por eso esta semana medio Twitter Catalunya se le ha tirado encima, ya que experimentar lingüisticamente para exponer la realidad social de nuestra casa, como bien han hecho Jordi Cussà, Marta Rojals o Julià de Jòdar, no es fácil. En un audio de Whatsapp, en una conversación de bar o incluso en un artículo yo también puedo colar finde, puedo decir algo en vez de quelcom y puedo optar por escribir joder, pero con la situación cultural que vive el país, cualquier escritor tendría que darse cuenta que no está el horno para bollos como para ir escribiendo novelas donde se normalice el bilingüismo tal como acabo de hacer ahora mismo, ya que hacerlo no es casual, sino causal.
Una cosa es pretender ser Foster Wallace o Thomas Bernhard y reventar la lengua para venir a decir que es una causa más de la descomposición del neoliberalismo, y otra, que es lo que le pasa a Consum preferent, es acabar castellanizando de manera impostada y poco genuina un libro teóricamente en catalán. Por eso el sábado pasado, cuando salí de la Calders sin haber entendido nada de lo que había vivido dentro, tuve ganas de descubrir si el libro sería una obra maestra al estilo Calle Marsala de Bauçà o una boutade generacional más. Confieso que hoy por hoy todavía no lo sé, pero sé que ayer, rodando en La Llibreria de Perpinyà, la única íntegramente en catalán de la ciudad, vi cómo una chica cogía la novela, la hojeaba y la volvía a dejar. Interesado, le dije que era un libro entretenido y con un monólogo frenético pleno de ideas políticamente incorrectos, pero irregulares e imperfectos. Ella me dijo que el problema no era este. El problema, para un lector rosellonés y que no domina el castellano, es que el libro era ilegible. Fue entonces, en aquel momento, cuando entendí que en la fiesta de Andrea Genovart yo me lo he pasado teta, pero es una fiesta donde solo puedes disfrutar del todo si conoces otra lengua que no es el catalán. Por lo tanto, una fiesta que no se puede considerar literatura catalana, sino literatura catanyola.