1. SECTAS POLÍTICAS. En un artículo de 1990 que cito a menudo porque me parece extraordinario viniendo de quien venía, Josep Fontana clamaba contra la unanimidad. En este defendía una idea tan sencilla como cierta: que ni los pueblos, ni los científicos sociales ni los observadores, sostienen las mismas opiniones. La diversidad de criterios enriquece la democracia. La unanimidad, que a veces se confunde con el consenso, a pesar de que no tiene nada que ver, más bien es el cimiento del totalitarismo. El modelo actual de partidos políticos ha convertido uno de los instrumentos imprescindibles de la democracia en puras sectas en cuyo seno el poder está en manos de un grupo reducido de dirigentes. Este esquema no es nuevo. Lenin lo aplicó a sangre y fuego en el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso para eliminar a los mencheviques, que eran los demócratas. Los buenos. La historia ha puesto las cosas en su sitio. Aquella unanimidad leninista facilitó las cosas a un Stalin desbocado que presidió un régimen criminal en nombre de la clase obrera.

Los partidos actuales ya no pueden ser como los de antes, a pesar de que en todos los partidos todavía haya quien sueñe con eliminar al contrincante interno y los comentaristas suspiren por reducir la complejidad catalana al modelo de la Asamblea de las Tullerías de 1789. El eje nacional es aplastante en Catalunya. De un tiempo a esta parte se subraya que la disparidad de criterios en el interior de Junts está destruyendo la unanimidad que años atrás “cohesionaba” el mundo convergente. Junts per Catalunya nació como una exaltación del pluralismo independentista con el objetivo de oponerse al 155 y propiciar la restauración del Govern destituido y no como una alternativa liberal conservadora. Cualquier persona que no sea sectaria sabe perfectamente por qué no se pudo implementar la restitución del president Puigdemont el 30 de enero a pesar de que Junts superara a Esquerra. Los independentistas y los republicanos tenían estrategias muy distintas incluso antes de 2017. La falsa unanimidad ha acabado perjudicando al independentismo. Hay que acabar con el mito de la unidad. La CUP ya la puso en cuestión en 2015. Además, la unidad es como el colesterol. Puede ser buena y puede ser mala a la vez y por eso hay que ser muy críticos con la visión de la unidad que se ha impuesto hasta ahora. Recurrir constantemente a la unidad puede ser también una forma de apostar por el inmovilismo. La opinión publicada en Catalunya es casi soviética. Hay quien se adapta, porque necesita vivir, pero la heroicidad será de aquellos que sepan resistirse a tanta mediocridad. El pensamiento libre hará avanzar el independentismo.

2. DESDE LA OPOSICIÓN. El sector de Junts que se identifica con el pujolismo, ha vivido con mucha inquietud la salida del Govern del partido. Ahora se aferran al 42 % obtenido en la consulta interna para combatir el otro sector, que representa el 55 % de los militantes que fueron a votar (79,18 %). Para empezar es una división simplista, propia de la mentalidad antigua de algunos columnistas, que sueñan con volver a las plácidas aguas del pujolismo porque es donde se sentían cómodos y seguros. Este mundo, por suerte, no resucitará. La línea divisoria no la marca el origen de cada sector, sino una manera opuesta de entender la acción política. Y la división entonces ya no es tan exacta. Está claro que Miquel Buch, Damià Calvet, Josep Rull, Meritxell Budó y muchos de los que asistieron al almuerzo que reunió a setenta personas al pie de Montserrat tienen todo el derecho de reunirse y hablar sobre qué quieren hacer en el futuro. Solo faltaría. Yo lo habría hecho a cara descubierta, sin miedo, para demostrar una forma de pensar. Una sensibilidad. Lo mismo recomendaría al sector que se autodenomina Junts per Junts, que es la corriente cada vez más sólida de los que creen que la fase actual puede ser una oportunidad para consolidar un partido independentista moderado que sepa moverse en una coyuntura que no le es nada favorable.

La diversidad de criterios enriquece la democracia. La unanimidad, que a veces se confunde con el consenso, a pesar de que no tiene nada que ver, más bien es el cimiento del totalitarismo.

Ser oposición no es fácil, porque, en primer lugar, requiere valentía y mucho cálculo. Que Gabriel Rufián se ausente del hemiciclo del Congreso cuando Míriam Nogueras le reprocha que haya aprobado los presupuestos del Estado a pesar de la falta de inversiones en Catalunya, retrata al republicano y refuerza a la independentista. Los republicanos están entregados al hechizo podemita. Si Junts quiere provocar elecciones en Catalunya, no tendrá otra opción que adoptar una posición dura contra el gobierno del 21 % que preside Aragonès. A pesar de la unanimidad de los medios que por tierra, mar y aire presionarán a Junts para que facilite la aprobación de los presupuestos de la Generalitat, la lógica les inclina a optar por lo contrario. Este Govern, como reconoce el propio Salvador Illa, ahora posible aliado de los republicanos, no es de fiar. Una vez fuera del Govern, Junts tiene que ser coherente y no doblegarse ante los ataques mediáticos y presentar un proyecto de presupuesto alternativo que los identifique. Propugnar una política de ruptura es siempre incómodo porque tiene que saber combinar planos distintos, en los que pactar con los socialistas en la Diputació no es incompatible con oponerse radicalmente a Pedro Sánchez y no abonar unos presupuestos que discriminan Catalunya. Hay que saber hacer política sin complejos, pero también sin aspavientos innecesarios. La rebeldía no se explica, se practica y listos.

3. LA COALICIÓN GUBERNAMENTAL. El nuevo gobierno Aragonès es la reunión de quienes quieren pasar página y dar por acabado el procés. Esta es la nueva coalición. Este gobierno es obvio que no nos hará avanzar hacia la independencia, pero sí que acaba con el procesismo, que es la lacra de quienes viven del independentismo. En realidad, remará en su contra en muchos sentidos. Por talante de los consellers, pero también por la política que ha adoptado Esquerra. Los republicanos no serán jamás el “partido de Catalunya”, por resumirlo a la manera como antes la prensa consideraba a CiU, porque le falta un brazo. Solo saben pactar con la izquierda española. Carles Campuzano podría detallar al president Aragonès, si su presencia en el Govern tuviera un poco de relevancia política, la trascendencia del Pacto del Majestic de 1996 con José María Aznar. Para suprimir la mili, por ejemplo, el 9 de marzo de 2001, apenas comenzada la segunda legislatura aznariana. Pocos pactos con un partido español han resultado tan rentables como este. El purismo ideológico de los republicanos, que contrasta con un independentismo a la carta, del sí, pero no de otros tiempos, los incapacita para hacer política en España. No aporta nada, más allá de advertir contra la amenaza de la derecha y de la extrema derecha, que, por otro lado, se va imponiendo en todas partes precisamente por la ceguera de la política tradicional y por la estafa de la socialdemocracia acomodada.

El gobierno Aragonès es plenamente legítimo, pero ha nacido muerto. Para empezar porque a pesar de picotear de aquí y de allá, ninguno de los consellers externos a Esquerra son un eslabón que una a los republicanos con los socialistas, los comunes, los anticapitalistas o con los independentistas. Por lo tanto, Junts tiene una vía muy ancha para actuar en solitario, siempre que sepa acordar internamente una forma de acción política que, sin falsas unanimidades, sea implacable contra las políticas derrotistas y dimisionarias de los republicanos. Como ya escribí la semana pasada, las elecciones municipales son una oportunidad para Junts si los candidatos saben presentarse ante el electorado como lo que son: independentistas y buenos gestores. Gente de progreso. En política es tan importante la identidad como el pragmatismo. Un alcalde republicano me contaba hace unos días que estaba muy preocupado porque en su partido se perseguía a los disidentes. O sea que mientras externamente se aparenta que se está abriendo la mano con el reclutamiento de políticos jubilados opuestos durante años a ERC, internamente se margina a quien opina de forma diferente. Es exactamente lo contrario de lo que hizo la Casa Gran del Catalanisme de Artur Mas. Junts puede ser la casa común del independentismo si lo sabe hacer bien y saca partido de su pluralismo.