Zelenski acaba de anunciar que Ucrania está ya lista para su contraofensiva contra Rusia. Llevábamos meses escuchando que la contraofensiva estaba a punto de producirse, pero, inmediatamente después, leíamos que aún no estaba claro el armamento que se enviaría por parte de los aliados occidentales. Y un poquito más tarde, aparecían países que se descolgaban del envío de los tanques, de los aviones, para generar un debate en los distintos territorios que solía terminar más o menos siempre igual: enviaremos, sí, pero ahora no, y cuando lo hagamos será en determinadas condiciones. Podría decirse que los aliados de Zelenski llevan meses dando señales de ir arrastrando los pies mientras se dan golpes en el pecho con mucha contundencia, prometiendo su apoyo total a Ucrania. Pero hay un “run run” de fondo que ha ido dejando caer un distanciamiento hacia el ucraniano.
Las elecciones intermedias de Estados Unidos supusieron un punto de inflexión para el principal aliado-alentador de Zelenski. Será desde entonces el momento en el que los republicanos comienzan a cuestionar la cantidad de dinero público a esta guerra, donde, según Trump, no se les ha perdido nada. Más de setenta mil millones de dólares que no pocos ciudadanos norteamericanos consideran un serio problema, sobre todo cuando las situaciones de precariedad aumentan debido a la crisis.
Pero no solamente vienen del sector republicano las críticas más feroces hacia la participación de los EE. UU. en este conflicto. El candidato demócrata, Robert F. Kennedy, está sosteniendo su discurso hacia La Casa Blanca denunciando que se están enviando 113.000 millones de dólares a Ucrania mientras la cuarta parte de los ciudadanos estadounidenses “se van a la cama con hambre”. Los expertos más certeros en análisis político apuntan que, de producirse una victoria republicana en 2024, estaríamos ante el ocaso de la estrategia atlantista de Biden y Soros, con la firma del acuerdo de Paz en Ucrania y con el retorno a la Doctrina de la Coexistencia Pacífica con Rusia (lean a Germán Gorráiz al respecto).
Llegados a este punto, se prevé que Putin acepte un acuerdo en el que quede claro que Ucrania no entrará en la OTAN, y territorialmente se divida en dos mitades: el Este, incluyendo Crimea, el Dombás, Zaporiyia y Jersón quedarían bajo el manto ruso; el Centro y el Oeste lo harían bajo el manto polaco. La zona intermedia, sería en este caso el “nuevo Muro de Berlín de la Guerra Fría 2.0” (https://diario16.com/se-ha-convertido-zelensky-en-un-problema-para-biden/)
Un acuerdo que, muy probablemente, no sea aceptado, sino incluso, boicoteado por Zelenski, Polonia y los Países Bálticos con la intención de empujar a la OTAN.
Seymour Hersh analizaba recientemente las presiones internacionales existentes para poner final conflicto en Ucrania. En su publicación, llevaba incluso a citar fuentes de inteligencia norteamericana muy partidaria de poner fin a este conflicto. Y es que, el Washington Post publicó un artículo donde se exponían una serie de documentos clasificados de la inteligencia estadounidense, donde se mostraba que el presidente ucraniano habría estado trabajando a espaldas de la Casa Blanca de Biden, desde principios de este año, para perpetrar ataques en suelo ruso.
El Washington Post publicó un artículo donde se mostraba que el presidente ucraniano habría estado trabajando a espaldas de la Casa Blanca de Biden, desde principios de este año, para perpetrar ataques en suelo ruso
Y en esta, Zelenski no estaría solo. Según esa información, habría un grupo de países encabezado por Polonia, dispuestos a enfrentarse a Rusia. Y estarían encantados de provocar una situación en la que la OTAN tuviera que intervenir de manera clara. Algo que Estados Unidos ve cada vez más complicado.
Explicaba Hersh que las potencias aliadas comienzan a estar incómodas con el éxodo de ciudadanos ucranianos, que ronda unos cinco millones de personas, muchos de ellos sin papeles. Por eso ya se han comenzado a cerrar las puertas en algunos territorios, generando también tensión de la propia ciudadanía ucraniana contra su presidente.
El Consejo de Relaciones Exteriores lo analizó en el mes de febrero, estudió esta situación y concluyó con un análisis: “decenas de millones de dólares” habrían sido destinados a ayuda humanitaria para el primer año de la guerra. A medida que el conflicto ingresa en su segundo año, sin final a la vista, los expertos se preocupan por el hecho de que los países anfitriones estén cada vez más fatigados.
Y esto, sin hablar de los escándalos, invisibles para la prensa occidental, que señalan a tramas de corrupción entre ONG humanitarias que habrían destinado millones de euros al sector inmobiliario ucraniano.
La presión para poner fin a este conflicto ya se dejaba ver en el informe de la RAND Corporation del que hablábamos el pasado mes de enero precisamente aquí, en El Nacional.cat.
Recomendaban a la Administración norteamericana que apoyase una solución negociada entre Kyiv y Moscú, porque a EEUU ya no le beneficiaba seguir así. Por eso aconsejaban comenzar a modificar el discurso público, e ir preparando a la sociedad para un mensaje en el que se hiciera visible que Ucrania no iba ganando y que, lo más sensato sería llegar al fin de la guerra mediante negociación.
Scot Ritter advertía entonces el riesgo que estamos asumiendo al seguir manteniendo esta situación: (https://consortiumnews.com/2023/01/24/scott-ritter-the-nightmare-of-nato-equipment-being-sent-to-ukraine/) Explicaba en este interesante documento cómo Occidente ha decidido apoyar en esta guerra a los herederos del nazismo; hace un recorrido por el golpe de Estado del Maidán en 2014, y la llamada que salió a la luz de Victoria Nuland sobre su control del gobierno ucraniano.
Aunque es poco probable que el alejamiento respecto a Zelenski se produzca en términos ideológicos o de memoria democrática. Es más probable que el presidente ucraniano sea señalado por corrupción y algún otro posible crimen que acabaría con él de un plumazo. De hecho, cabría la posibilidad de plantearse si la destitución del presidente del Tribunal Supremo no pudiera tener que ver con algún tipo de intención de abrir algún proceso contra el presidente.
Recientemente, hemos visto uso de drones sobre cielo ruso. La reacción de Biden no ha dejado lugar a la duda: Estados Unidos no apoyará ataques en territorio ruso. Esta vez no ha habido medias tintas, como vimos con el misil ucraniano que cayó en Polonia y mató a dos personas. Ahora se marcan distancias.
Es evidente que ha habido un giro en las posturas y que se han comenzado a escuchar discursos como el de Macron, quien en la conferencia de seguridad internacional Globsec en Bratislava, ha dicho esta semana que Occidente puede comenzar a reconsiderar su ayuda a Ucrania si se prolonga el conflicto.
Va quedando claro que esto se está difuminando. Y mientras tanto, Rusia insiste en que Ucrania ha sido una herramienta de la guerra de Occidente contra Rusia, por lo que considera inútil intentar abordar una resolución del conflicto en una cumbre de paz sobre Ucrania.
Sin embargo, esta semana, la Eurocámara ha respaldado el plan para aumentar la producción armamentística en Europa. Un plan propuesto por la Comisión Europea para aumentar la producción armamentística en el continente. Y es cuando da la sensación de que, a medida que el grifo se ha ido cerrando en EEUU, es Europa quien lo abre, tomando así una decisión tremendamente peligrosa. Porque, como decía Trump, nosotros somos los que estamos “en el territorio”, y esta guerra debería ser cosa nuestra. Podríamos desear que la UE entendiera que, para acabar con este conflicto, sería ideal dejar las armas y apostar por el diálogo. Pero tanto Von der Leyen como Borrell se han encargado de decir que esta guerra no se acaba, que hay armas que enviar. Ahora ya queda claro dónde se ha activado el negocio.
Da la sensación de que a Zelenski le han estado utilizando: los unos y los otros. Y él, en su huida hacia delante, parece ver una sola vía: aguantar como sea mientras busca aliados que le paguen la guerra
Da la sensación de que a Zelenski le han estado utilizando: los unos y los otros. Y él, en su huida hacia delante, parece ver una sola vía: aguantar como sea mientras busca aliados que le paguen la guerra.
Es posible que se convierta en alguien incómodo, para los unos (que ya lo es) y para los otros (en cuanto Europa se convierta en principal hostigador y Rusia responda).
Por la cuenta que nos trae, como población europea, creo que deberíamos salir masivamente a las calles a pedir la paz en Ucrania con absoluta contundencia. Viendo las decisiones que toman Josep y Úrsula, me temo que no podemos estar tranquilos.