Lo que va contra la convivencia es no realizar el referéndum. No autorizarlo en 2017 supuso algo más que hostias de la policía: supuso la suspensión de la autonomía, la persecución política por parte de jueces (y entidades administrativas), la conflictividad en las instituciones y las protestas callejeras, el chantaje a determinadas empresas para que se marcharan de Catalunya, el colapso institucional y la tensión elevada al máximo. De la misma forma que Salvador Illa dice que por él se habría aplicado el artículo 155 ese mes de septiembre, porque “nos habríamos ahorrado muchos problemas”, se puede afirmar que un referéndum acordado sí que verdaderamente los habría ahorrado. Incluso, sin tener que recurrir a la unilateralidad, habríamos ahorrado dormir en el suelo en una escuela por el simple hecho de poder votar. Que ya es un despropósito, si se mira bien.
El president Aragonès hace una propuesta de referéndum en tiempo electoral y me temo que esto es frivolizar con el concepto: ya me parece bien que durante casi diez años seguidos la presidencia de la Generalitat haya planteado siempre esta reclamación, pero justamente por eso habría que separarla la del período electoral para conferirle la solemnidad institucional que merece. Y, a ser posible, no invocar sólo el artículo 92 de la Constitución española, sino todos los tratados y antecedentes internacionales que avalan su legalidad. La convivencia no es más que una excusa. Convivíamos muy bien, antes de que nos pegaran. Y basta con mirar a los escoceses hoy, o a los quebequeses: han votado, han tenido un resultado, lo respetan y no se pelean por la calle.
Por cierto, que el acuerdo de claridad ni está, ni se le espera. Me pregunto cuánto dinero nos valió, a todos, tanta comisión. Lo que hace la diferencia en cualquier propuesta de referéndum de autodeterminación en este momento es la existencia de una mesa de negociación en Suiza, y esta mesa, si es neutral, debe contemplar todas las opciones para resolver el conflicto. Apuntar a la constitucionalidad de esta votación busca, interpreto, satisfacer las demandas de la Comisión de Venecia de que se trate de un referéndum acordado. Y España no quiere acordar nada que parezca “inconstitucional”… Bien, ¿y por tanto se ha acabado el cuento? ¿Nada que hacer? ¿Salimos a la calle de nuevo? Yo esperaría un poco. E invitaría sobre todo a escuchar a las réplicas (también electoralistas) que esta vez ha hecho el PSOE hacia la idea: han sido todas negativas, en efecto, “no y no”. Pero digo que les invito a escuchar atentamente: por mucho que hayan dicho que no es su postura, que nunca lo será, que según Pedro Sánchez son cosas que no sorprenden en período electoral, o que no representan la opinión mayoritaria de los catalanes, que hay que apostar (una vez más) por la “convivencia”… Esta vez en ningún caso se han atrevido a hablar de inconstitucionalidad. Aquí lo dejo.
Precisamente, el referéndum es una reclamación que pretende garantizar la convivencia y evitar porrazos, jueces, prisiones y contenedores quemados
Y más allá de eso, que es un diálogo entre celtíberos, la mesa en Suiza debería abrir opciones a fórmulas que no sólo se han experimentado en varios territorios, sino que además suponen un amplísimo consenso (a diferencia de lo que explica el PSOE) entre la sociedad catalana. Voten lo que voten, una gran mayoría de los catalanes está de acuerdo en resolver este tema con un referendo de autodeterminación y no tienen ningún problema conceptual. ¿Que se presentará una propuesta que suponga una simple mejora del autogobierno, de modo que se intente vender a la población que hay cosas que pueden ser y cosas que no? Sin duda. Está claro que lo intentarán: estatutos, transferencias, mejoras fiscales, inversiones. Quizás esto hace ver la importancia de estas elecciones, para que aquellas posturas más contundentes y más coherentes en esta mesa puedan defender con mayor rotundidad la necesidad de votar el gran tema. No es lo mismo un país donde la mayoría parlamentaria lleva diez años seguidos (hará diez en breve) defendiendo un referéndum de autodeterminación, que un país que de repente se permite el lujo de romper esta constante en favor del vacío administrativista de Salvador Illa. No es lo mismo, y lo es menos a ojos internacionales.
Entendámonos: esta negociación puede salir mal y acabar en nada. Claro que puede ser. Pero precisamente por eso es importante, en primer lugar, que la posición de la parte catalana aparezca reforzada y contundente en su reclamación. Precisamente, una reclamación (el referéndum) que pretende garantizar la convivencia y evitar porrazos, jueces, prisiones y contenedores quemados. Y, en segundo lugar, es necesario crear las condiciones políticas para que en caso de fracaso volvamos a enseñar al mundo que somos capaces de montárnoslo solos cuando no se nos deja otra alternativa. Mande quien mande en Madrid, y con un marco legal (y de legitimidad) francamente mucho más favorable. Y con un presidente regresado, y que tiene un perfil muy determinado y una forma muy determinada de negociar y de proceder. Que volvamos a hacerlo, o no volvamos a ello, depende de si al otro lado de la mesa hay realmente alguien. Pero también depende, mucho más, de si en este lado de la mesa demostramos que todavía somos muchísimos y que no estamos por tonterías.