Después de un lustro trabajando para deslegitimar la idea misma de independencia (este año celebramos los cinco años del incumplimiento manifiesto de la Ley de Transitoriedad y la pervivencia en el poder de los diputados que la firmaron, aun sabiendo que no aplicarían el contenido), el procesismo se ha embarcado en una carrera igualmente feroz para negar cualquier crédito a los independentistas. Ayer mismo, Oriol Junqueras y Artur Mas hicieron de liebres en una pugna para desacreditar la próxima manifestación de la Diada. El argumento, previsible; una supuesta cruzada de la ANC contra los partidos favorables a la secesión y la conversión de la manifa en un magma de escaso carácter inclusivo. La idea será tan recurrente como falsa; no solo porque –como ya expliqué– la Assemblea siga siendo muleta de la partidocracia, sino también por el supuesto carácter radical de la futura convocatoria.
Hay que hilar poco fino para ver cómo, en el fondo, tanto Esquerra como Convergència están comprando el marco mental español habitual en cualquier Diada. A saber, que la celebración del 11-S se ha convertido en un encuentro de hooligans donde los catalanistas moderados no pueden pasear con comodidad. La novedad de este año es que al enemigo no le hace falta que Salvador Illa o el PP catalán repitan esta salmodia, porque el kilómetro cero ya dispone de sus virreyes independentistas para hacer correr el rumor que la concentración será un akelarre de intolerantes exaltados. De hecho, el manifiesto de la ANC (sus escribientes progresan adecuadamente; hay algunas expresiones calcadas de mis artículos) no apuesta en ningún momento por cargarse el actual statu quo de partidos, sino por presionarlo y sacarlo de su siesta institucional perpetua, idea compartida por manta votantes esquerrovergentes.
Pero todo eso tanto da, porque la carrera del autonomismo indepe busca simplemente comprar el marco mental del parlamentarismo español, desacreditar cualquier movilización independentista como un ejemplo de exclusión de la ciudadanía normal y tranquila, así como amedrentar a los manifestantes haciéndoles sentir presuntamente puristas e incluso violentos. De hecho, la mandanga aquella según la cual la masa manifestante del 11-S no debería tirar "ni un solo papel al suelo" para no "regalar la foto que quieren los españoles" (una cursilería que contrasta con los hábitos gilipollas de cualquier manifestación sindical) es hoy una tara que los partidos catalanes intentarán estampar en las almas de los manifestantes del próximo fin de semana. Cualquier contenedor quemado o escena de tensión, por mínima que sea, hará salivar a los que solo esperan la mani para entonar un paternalista "ya te lo decía".
La carrera del autonomismo indepe busca simplemente comprar el marco mental del parlamentarismo español, desacreditar cualquier movilización independentista como un ejemplo de exclusión de la ciudadanía normal y tranquila, así como amedrentar a los manifestantes haciéndoles sentir presuntamente puristas e incluso violentos
El colonialismo español, como cualquier forma de imposición mental, funciona cuando no tiene que utilizar el poder directamente, sino que tiene suficiente con repartir caciques y policías de la conciencia entre los partidos catalanes. Hipotecados por los indultos, tanto a Esquerra como a Convergència les molesta la Diada por el mismo motivo que escarnecían el 1-O; pues, aunque les pese, ya no pueden controlar la movilización popular como hacían antes del referéndum. En efecto, por mucho que la ANC y Òmnium todavía dependan de Esquerra y Convergència, la población catalana superará muy pronto sus vetustas y corruptas formas de organizarse. En muy poco tiempo, insisto, los socios de la ANC descubrirán que con una presidenta obediente a los dictados de Artur Mas no van a ningún sitio. También los patriotas de Òmnium, que no deben acabar de entender que su vicepresidenta los llame a manifestarse mientras come con Villarejo.
Al límite de todo, el manifiesto que ha firmado la ANC con respecto a los partidos políticos puede aplicarse perfectamente a la misma organización. Porque de la misma manera que los electores saben perfectamente que Esquerra y Convergència son elementos obstructivos de la independencia, los propios miembros de las entidades civiles notan a ciencia cierta que la ANC y Òmnium son igualmente inservibles para el mismo propósito. Incapaces de encontrar salida a su propio lodazal, las élites independentistas copian el relato de España. Y si pensáis que exagero solo hace falta que echéis un vistazo al articulismo de la tribu para ver cómo los acompañantes de Mas y Junqueras ya forman parte de la nómina opinadora de El Periódico y La Vanguardia.