Servidora tampoco es periodista. Cualquier cosa que se explica desde un medio, pero sobre todo si este medio es público, tiene que estar como mínimo basada en hechos reales. Explicar cosas "sin vocación periodística" se puede convertir enseguida en explicar mentiras. Escrito y entendido eso, podemos enderezar la enésima polémica que nos ocupa. Es una polémica que tiene un poco de todo: Ter Stegen, infidelidades que no han existido, el Colegio de Periodistas, Juliana Canet. Empecemos por esta última, porque sacárnoslo de encima nos permitirá llegar al fondo de la cosa: en este país, cualquier lío que implique a la joven de Cardedeu pasa automáticamente a ser un lío sobre la joven de Cardedeu. Da igual cual sea el objeto de debate, porque en cualquier debate ella siempre acaba por ser un objeto a batir. Es un fenómeno multifactorial —resentimientos, una tendencia enfermiza de país de trinchar a quien levanta cabeza, un intrusismo laboral logrado, una pizca de misoginia— que impide tratar seriamente cualquier cuestión de fondo porque el debate pasa a ser rápidamente una ola de bilis. Para poder tocar el tema sin centrifugarlo en personalismos, pues, podemos dejar a la joven de Cardedeu en Cardedeu.

El comunicado de Ter Stegen y la disculpa de Que no surti d’aquí ha reabierto por enésima vez la cuestión sobre el entretenimiento en catalán. Porque se hace desde los medios públicos, porque es el dinero de todos, porque es una cosa para verlas pasar más que para ponerse a pensar. Según el último EGM del 2024, Que no surti d’aquí tiene 81.000 usuarios diarios. La mayoría, gente joven. En catalán. No es ninguna tontería. Me parece que una parte de la crítica que ha cargado la polémica con Ter Stegen ha sido, precisamente, porque es un contenido consumido por gente joven con el que los mayores de treinta y cinco años —para decir alguna cosa— no tienen ningún contacto, y por lo tanto les parece que todo ello sale de ningún sitio. Que no tiene ningún sentido, que estamos pagando a una gente que se dedica a mentir que no le interesa a nadie.

Todos los que cada día hacen de periodistas saben que es un mundo atravesado por intereses políticos y económicos

A todo esto se le suma que el programa se ha convertido en el chivo expiatorio perfecto para todos aquellos que piden "más nivel" cultural en los medios públicos. Que el nivel es bajo en general, sin tener que especificar —porque es una cosa más de piel que de concreciones—, diría que es una sensación bastante generalizada. Pedir "más nivel" a un programa del corazón, sin embargo, no tiene ningún tipo de sentido. Quizás el nivel hace falta pedirlo a los que deciden qué segmento tiene que ocupar todo aquello que tiene que ver con la cultura en las parrillas de la radio y la televisión y de qué manera tiene que ser tratado. O todo aquello que tiene que ver con política, incluso. O con el mundo. Este sábado Susanna Griso se hacía la víctima mientras Ricard Ustrell la acunaba. Si hay una dejadez general, si la derrota política ha abonado un sistema mediático que premia todavía más la mediocridad en todos los ámbitos —y yo diría que la mayoría de los catalanes que consumimos radio y televisión en catalán tenemos esta noción—, ¿qué sentido tiene hacerle pagar los platos rotos al programa del corazón de turno?

Quizás por eso el comunicado del Colegio de Periodistas se hace tan absurdo. No porque mentir desde la radio pública no sea condenable, no porque no haya mala praxis, que está; sino porque de hechos condenables y de mala praxis en el mundo del periodismo hay a puñados. Porque Saül Gordillo todavía escribe en El Punt Avui a pesar de la condena judicial y el comunicado de las trabajadoras de la redacción, porque durante el "procés" la mala praxis fue la única tónica del periodismo español, porque todavía hay profesores de Sant Andreu de la Barca con secuelas psicológicas por una mala praxis a la que la mala praxis de Que no surti d’aquí no llegaba ni a la suela del zapato. Pero con según quién y por según qué siempre es más fácil atreverse a ello frontalmente, porque las consecuencias son un precio a pagar bajo o inexistente. Todos los que trabajamos en los medios, todos los que de vez en cuando pisamos alguna redacción, todos los que cada día hacen de periodistas saben que es un mundo atravesado por intereses políticos y económicos y que esta suciedad —que acaba siendo suciedad moral— la acaba pagando gente que solo quiere hacer bien su trabajo. En este contexto, el comunicado del Colegio de Periodistas todavía es más absurdo: no por haberlo emitido, sino por todos los comunicados que se tendrían que haber emitido y que nunca se liaron la manta a la cabeza para publicarlos. Hoy el país está tan desgastado en tantísimos frentes que levantas una piedra —desinformación en un programa del corazón— y sale todo un hormiguero de decadencia. Y culpar un programa del corazón de la decadencia —cuando como mucho podría ser un síntoma de ello— te hace pusilánime.