El ascenso de la extrema derecha en varios países europeos se ha producido generalmente a expensas de los partidos del establishment, que no han sabido o no han querido responder a las expresiones de insatisfacción, cuando no de angustia, de la ciudadanía. Ante el inmovilismo de los de siempre, son cada vez más los ciudadanos que votan partidos fingidamente antisistema bien porque no encuentran otra manera de hacer sentir su protesta o, como suelen hacer los desesperados, porque lo fían todo a las recetas milagrosas de los peores vendedores de humo.
Sin embargo, los partidos derrotados del establishment, en nombre de la democracia, hacen inmediatamente un llamamiento a los partidos minoritarios, generalmente situados a su izquierda o, en el caso de España, también los que representan a minorías nacionales, a los que han combatido sistemáticamente, a establecer lo que llaman un cordón sanitario, que impida el acceso de la extrema derecha al Poder. O sea, cerrar el paso a la extrema derecha para que el establishment mantenga su statu quo. Lo que no está quedando nada claro es que el cordón sanitario funcione políticamente, propicie los cambios que la ciudadanía reclama y no acabe resultando un desbarajuste o una tomadura de pelo.
En la región alemana de Turingia ha ganado las elecciones el partido Alternativa por Alemania (AfD), liderado por Björn Höcke, el hombre que ha recabado el apoyo popular a base de recuperar eslóganes de la época nazi. Y, hace pocos meses, en Francia, el partido de Marine Le Pen ganó primero las europeas y luego la primera vuelta de las legislativas.
Lo que se llama cordón sanitario, más allá de contribuir a la continuidad del establishment en el poder, impulsando políticas que gusten a la extrema derecha, se está revelando como la mejor estrategia para homologarla y prepararle el terreno
En Turingia han sufrido derrotas históricas los tres partidos que gobiernan en Berlín, socialdemócratas, verdes y liberales, una coalición que pese al signo ideológico de sus componentes ha aplicado políticas absolutamente contrarias al ideario que dicen defender: aumento del gasto militar y rearme, belicismo en el caso de Ucrania y apoyo casi incondicional a Netanyahu, austeridad en el gasto social y recortes en el Fondo para la Protección del Clima... Aun así, como la AfD no ha logrado mayoría absoluta, han sido inmediatos los llamamientos a establecer el cordón sanitario para que no gobierne Björn Höcke.
Primero en las europeas y a continuación en la primera vuelta de las legislativas francesas, la derrota fue para el partido del presidente Macron, después de impulsar iniciativas conservadoras en la reforma de las pensiones, del mercado del trabajo y del subsidio de desempleo y responder a las protestas con una inaudita represión. Inmediatamente hizo un llamamiento a sumar fuerzas para evitar el triunfo de la extrema derecha en la segunda vuelta.
En Turingia, para evitar un gobierno liderado por los ultras es imprescindible que se pongan de acuerdo los democristianos de la CDU, los socialdemócratas, el partido radical de izquierdas de Sahra Wagenknecht, que es anti-OTAN, prorruso y batalla contra la inmigración igual que la AfD, y, finalmente, Die Linke, heredero del Partido Comunista de la extinta RDA. De entrada, el primer obstáculo es que la CDU se autoprohibió en el congreso de 2017 cualquier pacto con los comunistas de la RDA. Con estas premisas, el programa de Gobierno es un puzle imposible que difícilmente dejará a nadie satisfecho, salvo a la AfD, convertida en única alternativa capaz de sacar provecho del desastre.
La cuestión en las democracias occidentales es qué alternativa existe entre el rechazo a los que están, a los de siempre, y el miedo a los que vienen. No se ve ninguna
En Francia, después de que el Nuevo Frente Popular movilizara a las izquierdas para impedir el triunfo de la extrema derecha, el presidente Macron no solo se ha negado sistemáticamente a nombrar a un primer ministro de la fuerza política ganadora, sino que ha elegido un jefe del Ejecutivo tan inequívocamente de derechas como Michel Barnier. Lo es tanto que Marine Le Pen ha prometido un voto de confianza. Así que el conflicto vendrá por las izquierdas y La Francia Insumisa se preguntará de qué sirve el cordón sanitario, más allá de garantizar la continuidad del establishment en el poder impulsando políticas que gustan a la extrema derecha, que es una forma de homologarla y de prepararle el terreno.
Tenemos ejemplos más cercanos. De hecho, Pedro Sánchez fue un pionero en la práctica del cordón sanitario, gracias a la irrupción de Vox. Sin Vox no habría llegado a presidente. Cuando gobernaba el Partido Popular, los socialistas lo apoyaban en todo lo que hacía referencia a Catalunya (155) y a lo que se considera asuntos de Estado, principalmente la monarquía y su corrupción, e incluso el Poder Judicial y en varias leyes significativas. Y ningún apoyo a las iniciativas de las izquierdas reorganizadas en torno a Podemos. Cuando los necesitó entonces les prometió a cada una de las minorías el oro y el moro, pero más allá del escenario parlamentario y la politiquería del bla, bla, bla, en las cuestiones esenciales, Defensa, Interior, Justicia, la represión, el espionaje, las cloacas, el lawfare… parece que no va a cambiar nunca nada. Como muestra, un botón. Pedro Sánchez prometió entre sus prioridades políticas la derogación de la ley mordaza, un auténtico atentado a las libertades. "La ley mordaza —declaró Sánchez— la derogaremos en cuanto lleguemos al Gobierno, de eso no quepa la menor duda". Lo repitió una y mil veces, pero ahí sigue intocable la ley que concede impunidad a los excesos de las policías.
Y en Catalunya también se habla ahora de cinturón sanitario, sobre todo con relación a la irrupción del partido Aliança Catalana, la gran coartada contra la reedición de mayorías soberanistas, y delicioso alimento del supremacismo moral de las izquierdas bienpensantes.
Llegados a este punto, la cuestión en las democracias occidentales es qué alternativa existe entre el rechazo a los que están, a los de siempre, y el miedo a los que vienen. No se ve ninguna.