Los amantes secretos de las series coreanas nos despertamos hace unos días horrorizados y sorprendidos por la declaración del estado de emergencia en Corea del Sur. En nuestro imaginario, Corea del Sur y muy especialmente su isla de Jeju, es un escenario idílico, santuarios de paz de unas deliciosas aventuras de 16 capítulos de más de una hora y media. Poco se ha hablado en público y mucho en privado del éxito de estas series. Aprovecho, pues, el golpe de Estado para reivindicarlas y para confesarme un adicto del maravilloso universo que las rodea.

Todos somos, desde hace ya unas décadas, consumidores compulsivos de series. Ninguno de nosotros podía sospechar cuando estudiábamos, que después de Dancing Days habría Cheers, y después Friends, para citar las sitcoms más míticas. Y El ala oeste, de obligada mención para los enfermos de la política como yo. Pero lo que nadie podría haber adivinado es que después de Bola de dragón, Oliver y Benji y el manga, todos ellos inventos japoneses, pero de dibujos animados, llegarían las series coreanas a nuestro imaginario colectivo de adultos europeos.

Nunca podríais adivinar que me enganché a las series coreanas por su componente de psicología sistémica. Me las descubrieron una excepcional profesora de literatura del bachillerato y una amiga de clase con quien he podido comprobar, cuarenta años después, que nos unía la pasión por la sistémica que podemos encontrar en ellas. Y desde aquel día, formo parte de un extraño club de tres seriópatas que se reúne cada dos meses para discutir sobre el contenido narrativo y psicológico de nuestras queridas series coreanas. Músicas, actores, argumentos, paisajes tienen una composición no lineal y holística, a diferencia de composición lineal, del causa-efecto, del blanco y negro al que nos tienen acostumbrados las productoras americanas y europeas. Los personajes se van construyendo interactuando entre ellos y con su entorno, en un clima necesariamente pausado, y con una música relajante. De manera que si no te duermes, puedes ir disfrutando poco a poco de una manera de vivir extremadamente afable. Todos los argumentos acaban confluyendo y solo se resuelven, si es que se pueden resolver, después de haber transitado por unas fases de interacción, de cambio lento y sostenido. Las partes, entendidas como las relaciones entre personajes y con ellos mismos, tienen que contextualizarse y tejerse sin prisas. Los sentimientos tienen que ir concretándose pausadamente y las ideas tienen que fluir calmadamente. Las tradiciones se pueden superar desde la comprensión. La violencia tiene que ser domada para equilibrar la vida. Y no sigo para dejar que la curiosidad os haga vencer la pereza y os acerquéis a ellas. Eso sí, sobre todo: ¡en versión original subtitulada! La traducción al castellano hecha con acento latinoamericano lo cambia todo.

Es de esperar que la situación no se resuelva en poco tiempo y hará falta que el conflicto creado se enfoque sistémicamente para llegar a una resolución

Por eso estoy seguro de que muchos de los silenciosos fans, que seguramente han tenido la curiosidad de documentarse sobre la historia de la antigua Joseon, se han visto impactados por la extraña noticia de la declaración del estado de emergencia por parte de un presidente "golpista", que después se echa atrás, pide perdón y todo pinta que acabará mal. Para muchos, estas noticias han sido como si viéramos una serie en directo, pero con contenidos de reality show. Queda por saber si la realidad superará en interés la ficción. Corea de Sur nos tiene acostumbrados a los dieciséis capítulos, por tanto, es de esperar que la situación no se resuelva en poco tiempo y hará falta que el conflicto creado se enfoque sistémicamente para llegar a una resolución que nos deje igual de relajados que con cualquiera de las series.

Esperemos que la cosa no acabe muy mal, porque si vamos a la historia de verdad de Corea, estamos en un brete. Demasiado débiles para ganarse la independencia por mucho tiempo, han sido siempre codiciados y sometidos directa o indirectamente a las potencias de la zona. China, Japón y Rusia se la han merendado tanto como han querido, y solo con la complicidad y alianza de los Estados Unidos, una parte de Corea, el sur, ha podido convertirse en un pequeño paraíso económico y vital. Solo faltaría ahora que se desestabilice Corea del Sur para empezar a temer que alguna cosa está realmente poniendo en entredicho de nuevo el orden mundial que no parece, de entrada, muy sistémico. Tenemos tendencia comprobada a disparar primero y preguntar después, y a hacer prevalecer la fuerza del más poderoso, como ya pronosticó Tucídides hace más de 2500 años. En el caso de Corea del Sur, parece que se lo han hecho ellos solitos. A ver si lo resuelven pronto y podemos al menos seguir disfrutando de la tranquilidad, la paz, y la sistémica de las series coreanas.