Asistimos en directo a una carrera frenética con trampas, angustias, artilugios Acme, estrategias perversas, artificios legales y rocambolescas construcciones de relatos para cazar a un correcaminos que trata de fugarse del apetito rabioso del coyote. No es que no lo llevemos viviendo desde 2017, o desde mucho antes (incluso desde antes de la Operación Catalunya), sino que ahora simplemente lo vemos obscenamente en directo: el legislativo elabora textos para una Ley de Amnistía y el juez García-Castellón prepara, al día siguiente, una construcción de los hechos que permita a la Audiencia Nacional o al Tribunal Supremo pillar a la pieza. Solo que de ninguna manera es creíble que estas estrategias judiciales sean improvisadas, sino que es muy evidente que llevan tiempo preparándose, por mucho que parezca lo contrario. Y, en segundo lugar, que nadie se equivoque: el correcaminos no es Carles Puigdemont. El ave que trata de salvarse no es Marta Rovira. Ni siquiera son los 26 investigados por Tsunami y los CDR. Lo que hay que entender es que estos dibujos animados no hacen reír, no es un circo de juristas y políticos, o de jueces haciendo política, persiguiéndose como en un vodevil que afecta a unos pocos. No: lo que todo el mundo debe entender es que los correcaminos somos todos nosotros. No metafóricamente: realmente. Si esta carrera se pierde, el ave devorada no serán 26 ni 30 personas, sino que pueden ser miles. Es más: lo podrá ser, según termine, absolutamente todo el mundo. PSOE incluido.

Ni siquiera la tesis Marchena solo afectaba a los presos políticos. Ni las actividades de Villarejo perseguían “asustar” solo a una cúpula convergente, o independentista, ni las escuchas con Pegasus pretendían (o pretenden) simplemente acusar a Pere Aragonès de no sé qué cosas clandestinas. Desde el principio, no ahora, sino desde el principio, la cúpula judicial española (antes en connivencia con el gobierno del PP, pero ahora sin necesidad de ninguna connivencia con el ejecutivo o el legislativo) está tratando de abrir unas rendijas legales, más que legales judiciales, jurídicas, por las que se puede escolar absolutamente todo y absolutamente todo el mundo. El problema no es qué le ocurra al presidente Puigdemont, sino qué le pueda pasar al sistema jurídico, cuando eventualmente se salgan con sus intenciones. Todo lo que valió contra ETA, cierres de periódicos y leyes de partidos incluidos, y que no podía valer para movimientos pacíficos como el independentista catalán, ahora por la vía de una jurisprudencia creativa puede afectar absolutamente todo y absolutamente todo el mundo. En primer lugar, cualquier persona independentista, por supuesto, ya que si es terrorismo haber ido a manifestarse en el aeropuerto, los potenciales terroristas (aunque sean “de baja intensidad”) podemos ser todos. Pero en segundo lugar, claro, aquellos que colaboren o dialoguen o pretendan “favorecer” supuestos terroristas: léase socialistas, o socios de gobierno de los socialistas. Que, si no llegan a ir a juicio (todavía hay clases, ya lo sé), sin duda se les pretende llevar al juicio popular. Al estrepitoso fracaso de la legislatura. Las cosas van (también) por ahí.

Lo que todo el mundo debe entender es que los correcaminos somos todos nosotros

Los correcaminos somos nosotros, porque el coyote, como hemos visto en estos dibujos animados, no tiene ningún problema en utilizar una enorme cantidad de explosivos que se lo carguen todo para llegar a cumplir su objetivo. Y cargárselo todo es cargárselo todo: por eso se tuvo que llegar al extremo de modificar el Código Penal, porque la jurisprudencia española había viciado el sentido de algunos delitos de forma demasiado irreparable. Primero probaron con la rebelión, después con la sedición (usando conceptos como “tumulto” y “violencia atmosférica” de una manera asfixiante), después con la malversación (que ni siquiera con la reforma del Código Penal se ha escapado de la malévola interpretación jurisprudencial), después incluso el legislativo se sacó de la chistera los desórdenes públicos agravados, y ahora finalmente hemos llegado al delirio del concepto de terrorismo. Ahora seremos terroristas. Estábamos avisados, desde hace un año. Quienes sabían escuchar a quien hay que escuchar, ya oyeron hablar de esta posibilidad. Y aún quedan otros delitos para poder meter en calzador para dinamitar todo el sistema en nombre de un objetivo, como es el delito de traición, que puede ahora parecer ciencia ficción, pero tan ciencia ficción como lo pareció la sedición en su momento.

No es de extrañar que la Comisión Europea quiera intervenir, con cierta urgencia, en la configuración del órgano de gobierno judicial español. Lo único que ocurre es que ni siquiera eso es suficiente. Lo que hace falta es que, la próxima semana, la Ley de Amnistía quede configurada como un verdadero blindaje a todas esas rendijas o vías de agua que nos afectan a todos, ahora y en el futuro. No, el coyote no quiere pillar a un puñado de personas. El coyote quiere que, en lo sucesivo, la ley de la gravedad deje de perjudicarle. Si lo logra, ya podemos correr todos. Mic-mic. Si no, como es deseable, ya puede rezar él. Porque "más dura será la caída".