La primera cosa que ha pasado desde que hubo el terrorífico pogromo de Hamás el 7 de octubre es que ha provocado aquello que quería conseguir: una guerra. Y como toda guerra, cruel y terrible. Hamás —y su aliado estratégico, Irán— sabían perfectamente que, después de enviar a 3.000 terroristas a poblaciones israelíes, masacrar familias enteras, violar mujeres y también chicos de la manera más atroz, trocear cuerpos, torturar personas de todas las condiciones, degollar bebés y secuestrar a más de 200 personas, Israel entraría en Gaza. Primero, porque no puede abandonar a las personas secuestradas, algunas de ellas criaturas y, segundo, porque tiene que destruir completamente la imponente estructura bélica de Hamás. Es evidente que Irán y los grupos yihadistas palestinos querían la guerra, la querían para desestabilizar la región, para evitar los acuerdos de Abraham con Arabia Saudí y para reactivar el islamismo radical por todo el mundo. Como así pasará. Preparémonos.
La segunda cosa que ha pasado es la indiferencia del mundo ante el sufrimiento israelí. Como ha dicho Michel Houellebecq al periodista Tamar Sebok del diario Yedioth Ahronoth, "estaba seguro de que incluso los peores izquierdosos, los que dan apoyo sin reservas a los palestinos y siempre critican Israel, no darían apoyo a lo que ha pasado. Ha pasado el contrario". Personalmente, expresé un desconcierto parecido en un artículo publicado aquí mismo, los días posteriores al 7-O. Reproduzco un trozo: "todo lo que ha pasado y las reacciones que mucha de la gente que conozco ha tenido, nos vierten a un vacío moral y a una podredumbre intelectual que nos retratan como una sociedad muy enferma. Se ha perdido el sentido de los límites de la humanidad y en la confusión, el mal puro ha hecho camino, banalizado por unos, justificado por otros, incluso, en algunos casos, aplaudido. No reconozco mi país, ni la civilización a la cual pertenezco, ni reconozco el rostro de muchos amigos".
La tercera cosa es la entrega absoluta de los medios de comunicación al relato que ofrecen los grupos terroristas palestinos de la guerra. En esta guerra, el periodismo destruye su código deontológico: no se comprueban los datos y se dan por buenas las cifras de víctimas que Hamás ofrece, como si fuera una fuente fiable; se criminaliza cualquier operativo de Israel, a pesar de la enorme dificultad en operar dentro de Gaza, y se esconden deliberadamente los intentos de Israel para evitar a las víctimas civiles; se muestran hospitales y escuelas destruidas, sin explicar la estructura de guerra que contenían en su interior y la inmoralidad que eso significa. No se denuncia el papel de las organizaciones humanitarias en la franja, plagadas de miembros de Hamás, a pesar de ser pública la información; no se habla nunca de la ingente fortuna económica que mueven los líderes de Hamás (es la segunda organización terrorista más rica del mundo, después de Hizbulá), un capital que nunca ha servido para ayudar a su gente. En este sentido, la pregunta es sencilla: por qué los palestinos de Gaza sufren penurias, cuando la franja recibe miles de millones de dólares de ayuda de todo el mundo, aparte de la ingente financiación de Irán y Qatar. Por qué, durante todos los años que ha gobernado Hamás, este capital no ha servido para crear un territorio económicamente estable y poderoso. ¿Por qué Gaza no se ha convertido en Singapur? Porque todo el capital ha ido a los bolsillos de los líderes de Hamás y a la estructura de guerra de las organizaciones yihadistas.
La cuarta cosa es el reduccionismo atroz del conflicto, sin ninguna mirada geopolítica que incorpore la injerencia de Irán y el papel nada inocente de Rusia en todo lo que ha pasado. Tampoco se ha explicado la importancia de la cuestión gasística, a pesar del acuerdo de 40.000 millones que ha firmado Irán con Gazprom, la gasística del gobierno ruso. Considerar que este conflicto es una cuestión entre Israel y Palestina, solo puede darse por una ignorancia flagrante, o por una omisión ideológica.
La quinta cosa, la indiferencia irresponsable de los medios delante del papel de Hizbulá, que acumula más de 100.000 misiles en la frontera sur del Líbano (por cierto, contraviniendo los acuerdos de la ONU, cosa que nunca se recuerda), y que no ha dejado nunca de disparar sobre territorio israelí. En este sentido, decir ahora que Israel será culpable de una escalada con Hizbulá, a raíz de haber matado al líder de Hamás en el Líbano, es una gran broma. Hizbulá ha estado siempre en el operativo de la matanza del 7-O (Nasrallah se reunió varias veces con los líderes de Hamás en las semanas anteriores al pogromo), como ha estado siempre en todos los operativos contra Israel.
Intentan hacernos callar, encerrarnos en el armario, señalarnos el estigma, criminalizarnos y, en definitiva, impedir el principio fundamental de la civilización moderna: el derecho a pensar, más allá de los dogmas de fe
La sexta cosa que ha pasado es que la oleada criminalizadora contra Israel está tan desbocada que ha derivado en una oleada antisemita de proporciones gravísimas. Hoy por hoy el antisemitismo es la plaga de odio más seria del mundo, y los datos que da el ADL son aterradores: casi dos mil millones de personas tienen actitudes antisemitas, el 26% de la población mundial; en Europa occidental, la cifra se sitúa en los 79 millones de personas; según el FBI, en los Estados Unidos ha aumentado un 25% la judeofobia, hasta el punto que los judíos son el 2,4% de la población y sufren el 63% de los delitos de odio; en Francia, solo durante noviembre, hubo 1.100 delitos antisemitas, con 490 detenciones; en Inglaterra, se consignaron en el mismo mes, 47 agresiones. Y si la mirada se gira a las redes, el antisemitismo es una plaga histórica que habría llevado al delirio en Goebbels.
La séptima cosa que ha pasado es que la criminalización de Israel ha venido acompañada de una banalización y/o justificación del terrorismo islamista, al cual se banaliza como simple lucha nacional. Como muestra delirante, la información hagiográfica que hizo RNE de Saleh al-Arouri, el número dos de Hamás abatido por Israel, mostrado como hombre de familia y luchador de su pueblo, y no como el ideólogo de la mayor parte de las matanzas que ha hecho Hamás, incluido el 7-O. Esta banalización de una ideología del mal que ha declarado abiertamente la guerra contra los valores occidentales, la pagaremos seriamente. Primero fueron los judíos, pero después...
Finalmente, la cosa que ha pasado después del 7-O es la imposibilidad de hacer este artículo. Este, o cualquiera que intente diferir del pensamiento único impuesto desde los sectores más radicales y comprado, sin ningún sentido crítico, por la mayoría mediática y social. Se ha creado un pensamiento censor y criminalizador que envía a los infiernos a cualquier hereje que ose cuestionar y/o desmentir las verdades absolutas que se han impuesto sobre el conflicto. A partir de aquí, toda persona que opine en dirección contraria al relato impuesto, pasa a ser "genocida", "defensora de asesinos" y cualquier otra barbaridad. Es una versión renovada del "reductio Hitlerum", es decir, el uso de conceptos terroríficos para impedir todo debate. Para decirlo en claridad, hoy la censura al pensamiento libre y al derecho a la opinión se aplica contra aquellos que no compramos el relato propalestino que se ha impuesto, aunque quizás somos aquellos que denunciamos el terrorismo de Hamás, los que más a favor de los palestinos estamos. ¿O no es el terrorismo islámico la gran plaga que sufren los palestinos?
Acabo con una declaración de principios. No pienso permitir que ni los censores ideológicos que salen de caza de los disidentes, ni las izquierdas autoritarias que blanquean organizaciones terroristas, ni la ola del pensamiento único me impidan pensar libremente. Lo reivindico para mí y para todos aquellos que pensamos de manera diferente en este conflicto tan complejo. Intentan hacernos callar, encerrarnos en el armario, señalarnos el estigma, criminalizarnos y, en definitiva, impedir el principio fundamental de la civilización moderna: el derecho a pensar, más allá de los dogmas de fe. Tener miedo al debate es el principio de todo autoritarismo, sea de derechas, sea de izquierdas.