Hay cosas que van y vienen y las hay que solo van. Hoy me gustaría hablar de las últimas: las cosas que se han perdido y que no sabemos si volverán (diría que no). Hace muchos años, o quizás no tantos, las cosas no eran como ahora. No estoy diciendo que fueran mejores o peores; simplemente, eran distintas. Antiguamente, los niños jugaban en la calle sin que los padres los controlaran; ¡suficiente trabajo tenían! Parece imposible, ¿verdad? Pues estas cosas ocurrían. Los niños, o bien se encontraban directamente en la calle a la hora de siempre, o bien iban a buscar a sus amigos a su casa. Y podían jugar a muchas cosas: a la rayuela, a pelota, a palomato (un béisbol rudimentario en el que utilizabas el puño o el brazo como sustituto del bate), al pilla-pilla, al escondite, a la comba, a las canicas, o hacer girar la peonza; también podían ir al bosque, subirse a los árboles o llamar a los timbres de las casas para molestar a los vecinos. Como veis, todo eran actividades muy sociales y participativas.
Otro hecho curioso es que la gente dejaba las puertas abiertas, la gente entraba y salía de las casas sin preocuparse ni de las llaves ni de la seguridad, supongo que confiaban los unos con los otros. Las mujeres, al no existir máquinas que lo hicieran por ellas, iban a lavar la ropa a los lavaderos públicos y aprovechaban para cotillear. Los lavaderos de las casas particulares, en cambio, cuando no se utilizaban para lavar ropa, se transformaban, gracias a la imaginación de los niños, en grandes piscinas donde se podía meter, al menos, media docena de niños y tenerlos entretenidos unas cuantas horas. La imaginación lo era todo, emergía por todas partes. Si hacía buen tiempo, la gente sacaba la silla a la calle y estaba de cháchara con los vecinos: el Facebook de la época. Más socialización. El pan se tenía que ir a buscar todas las mañanas y la leche se compraba a granel: te llenaban la lechera y, cuando llegabas a casa, tenías que hervirla porque no estaba pasteurizada; gracias a la ebullición, aparecía la famosa nata que tanto gustaba a los niños. Hablo de cuando el pan era pan y la leche era leche. Por la noche, se socializaba un poco más: las familias se reunían en torno a la chimenea y contaban historias, y quienes tenían radio escuchaban novelas y las comentaban.
La gente envía emoticonos sin ningún sentido porque no puede estar sin hacer nada
En cuanto a la ropa, todo se aprovechaba mucho más. La gente iba a la modista o al sastre para hacerse la ropa a medida y, a partir de aquí, se intentaba alargar la vida de las prendas lo máximo posible: se zurcían los calcetines y las medias; se giraban los abrigos cuando estaban gastados; se hacían poner suelas y tacones en los zapatos; de dos jerséis hacían un tercero que era único e irrepetible, marca de la casa (se deshacían los dos jerséis y se aprovechaba la lana que no estaba estropeada para hacer el tercero), etc. En cuanto a las citas, al no haber móviles, la gente quedaba a una hora y a un lugar determinados y cumplía su palabra (todavía existía el respeto). Para comunicarse a distancia, lo podían hacer de varias maneras: podían realizar una llamada a través de una cabina telefónica o de un teléfono fijo particular (a través de los cuales podían pedir que fuera a cobro revertido si no tenían dinero para pagarla); enviar cartas y postales escritas a mano o faxes y telegramas; dejar el mensaje al camarero del bar para que cuando viniera la persona en cuestión se lo pudiera comunicar, etc. La gente no llamaba porque sí, llamaba siempre por algún motivo (normalmente importante); no era como ahora, que la gente envía emoticonos sin ningún sentido porque no puede estar sin hacer nada.
En cuanto al intelecto, antaño, no había correctores, por lo tanto, no se podían hacer faltas de ortografía, tenías que saber escribir sin ayuda de una máquina. De hecho, os parecerá extraño, pero, si hacías faltas de ortografía en un examen (aunque fuera de matemáticas), te suspendían; ahora, puedes entrar en la universidad tranquilamente y doctorarte (pasas al corrector y listos). Tenías que saber también las tablas de multiplicar —aunque ahora pueda parecer que hacer memorizar a los niños sea maltratarlos— y, por supuesto, tenías que saber sumar, restar, multiplicar y dividir (aunque fuera con ayuda de los dedos). ¿Seríamos capaces de hacer algo, actualmente, sin una máquina?
Y ya para terminar, de todas las cosas que hacíamos antes, la única que ha perdurado hasta nuestros días es el verso de Navidad; los niños actuales —no sé si todavía lo hacen de pie sobre una silla y moviendo los brazos— siguen recitándolo. Eso sí, cada vez más castellanizado o directamente en castellano.