El congreso fundacional de la Crida, el partido de Puigdemont para ir más allá de Puigdemont, ha desembocado en una crida-pressing a ERC para que se replantee la negativa y acepte ir a las próximas elecciones municipales y europeas con una lista unitaria, en vez de concurrir con candidatura propia y en competición abierta, por lo tanto, con las candidaturas puigdemontistas y postconvergentes. Sabido es que hablar de lista unitaria a los de Oriol Junqueras es como hablar de la soga en casa del ahorcado. ¿Por qué, pues, la insistencia de Jordi Sànchez, de Elsa Artadi, o de los presidents Torra y Puigdemont? ¿Mera estrategia electoral ―ERC sería responsable de un eventual fracaso del independentismo por el hecho de ir dividido a los comicios―? ¿O bien hay razones más o menos empíricas que aconsejan al independentismo ir cuanto más junto mejor a las urnas ―y más ahora, a las puertas del juicio del 1-O y arrastrando la depre del 27-O―?
La Crida ha dado un paso al lado: no estará como tal en los comicios del 26 de mayo, todo y que sus candidatos sí que formarán parte de las listas de Junts per Catalunya (con las siglas adaptadas, en general, a cada municipio) y en las que se integra también el PDeCAT. Cuando menos, esta decisión contribuye a no añadir más confusión y fragmentación a un espacio ya de por sí bastante confuso y fragmentado: el del independentismo no encuadrado en las filas de ERC o la CUP. Paradójicamente, es en el mundo del entorno de la Crida donde hay ahora mismo menos unidad, si bien, la proximidad de las elecciones puede favorecer el cierre de filas. Como se dice, "consejos vendo que para mí no tengo": la Crida, movimiento con forma de partido que pretende aglutinar todo el independentismo, tendría que empezar por hacer el trabajo unitario en su casa, entre los sectores más próximos. Con el PDeCAT, pero también con Junts per la República ―una parte de los independientes de JxCat― y el movimiento de las primarias municipales, liderado en Barcelona por Jordi Graupera y auspiciado por la ANC. Una maniobra arriesgada, la de la directiva encabezada por Elisenda Paluzie, detrás de la cual muchos ven un intento de crear una cuarta ―o quinta― fuerza independentista, lo que supondría el fin de la transversalidad de la gran entidad del independentismo civil.
La Crida tendría que empezar por hacer el trabajo unitario en su casa, entre los sectores más próximos
La segunda dificultad con que choca la Crida para que ERC acepte la lista unitaria son los números. La dirección de ERC tiene (casi toda) la razón: por separado, las dos grandes fuerzas del independentismo suman más, lo cual amplía el perímetro del movimiento, la base social y electoral. La lista unitaria de Junts pel Sí (JxSí), que Junqueras aceptó de mala gana compartir con Artur Mas en el 2015, después de un pressing descomunal sobre ERC desatado no sólo por el presidente y líder de CDC sino por Òmnium y la ANC, obtuvo 62 diputados. En cambio, las listas separadas de Junts per Catalunya y ERC encabezadas en el 2017 por Carles Puigdemont desde el exilio y Oriol Junqueras desde la prisión, obtuvieron 34 y 32 diputados, un total de 66. En el 2015, JxSí consiguió 1.628.714 votos (39,59%); en el 2017, JxCat y ERC, por separado, reunieron 1.884.091 votos (43,04%). Las listas separadas, pues, incrementaron la cuenta de resultados conjunto en 255.377 votos y 3,45 puntos. Pero esta lectura, aunque legítima, presenta un sesgo partidista evidente: las candidaturas separadas benefician sobre todo a ERC y no tanto al conjunto del independentismo. La razón es, especialmente, el factor CUP. Vayamos por partes.
En el 2015, la CUP, la tercera fuerza del independentismo, cosechó 337.794 votos (8,21%) y 10 diputados; y en el 2017 bajó a 195.246 (4,46%). Ergo una parte muy importante del incremento del voto que ERC reivindica por la vía de las listas separadas proviene, ciertamente, de sectores de la CUP ―también de los comunes― que no votarían a los republicanos en una lista unitaria con convergentes como la del 2015. Pero sucede que, en términos de espacio electoral, de todo el espacio del independentismo versus el del unionismo, estos votos ―los 142.548 perdidos por la CUP en el 2017― siguen estando allí donde estaban, a pesar de cambiar de lista.
Se argumentará que, así y todo, las listas separadas de JxCat y ERC han atraído a 112.829 votantes más que JxSí (descontando ahora los perdidos por la CUP, que siguen estando donde estaban desde la perspectiva del espacio electoral); y es verdad. Pero si se analiza en términos de bloques, el efecto de las ganancias vuelve a ser positivo desde la perspectiva estrictamente partidaria ―perfectamente legítima― pero no global: la participación en los comicios del 2015 fue del 74,95%, mientras que en los del 2017, subió al 79,09%. Lisa y llanamente: votó mucha más gente. En el 2015, todo el bloque independentista sumó 1.996.508 votos, que subieron a 2.079.340 en el 2017; pero el porcentaje sobre el total incluso se redujo, al pasar de un 47,80% a un 47,50% por el efecto de la mayor participación electoral. Eso también tuvo su traducción en el cómputo global de escaños del independentismo en el Parlament: de los 72 diputados del 2015, sumados JxSí y la CUP, a los 70 del 2017, con las listas separadas de JxCat, ERC y la CUP. En resumen, cuanto más unidos, más diputados obtiene el bloque independentista aunque sume menos votos. No en balde, la ley de Hondt se pensó en la transición española (y es la que se usa también en Catalunya por falta de ley electoral propia) para primar la primera fuerza ―y en menor grado la segunda― y favorecer así la concentración de voto y la estabilización del mapa electoral.
Es más fácil que Ernest Maragall sea alcalde de Barcelona con la lista unitaria con Quim Forn que confiando en la palabra de Colau
Es altamente probable que para ERC sea mucho más rentable ir con lista separada a las próximas elecciones municipales y europeas; pero es bastante obvio que para el conjunto del independentismo los riesgos de no traducir en victorias políticas ―alcaldías, concejales, eurodiputados― los votos ―que estarán―, es altísimo. En el 2015, la lista unitaria obtuvo 4 diputados menos en el Parlament que en el 2017 las listas separadas, ciertamente, pero el independentismo fue la primera fuerza en la Cámara. En cambio, en el 2017, JxCat y ERC, por este orden, fueron segunda y tercera fuerza detrás de los Ciudadanos de Inés Arrimadas. En el Parlament (o en el Congreso de los Diputados, cosa que Maduro no acaba de entender), eso no impide que los independentistas sumen mayoría absoluta y alcancen el gobierno: pero sí que lo puede impedir en los ayuntamientos. En ellos, el candidato más votado obtiene la alcaldía automáticamente a falta de una alianza alternativa, como sucedió en el 2015 con la actual alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Por eso tienen (casi toda) la razón Jordi Sànchez o Elsa Artadi cuando piden a ERC que Ernest Maragall haga tándem con Quim Forn para asegurar la alcaldía de Barcelona para el independentismo.
Nada es seguro en política (menos que en muchas cosas), pero es más fácil que Ernest Maragall sea alcalde de Barcelona con la lista unitaria con Quim Forn que confiando en la palabra de Colau. Las urnas son las urnas; la política, depende.