“A partir de ahora dejaremos de hablar de política”, decían los directores de varios programas de actualidad de TV3 cuándo les preguntaban sobre los nuevos contenidos a partir del 2022. Cristina Puig, directora del FAQs, replicó en varias entrevistas que el programa se había cerrado porque su talante había resultado “incómodo” a los partidos políticos. Se me hace difícil determinar si fue primero la pérdida de la audiencia, es decir la pérdida de interés de la gente por los “temas políticos” (eufemismo de “Procés”), o bien si fue una decisión precisamente política, pero el caso es que hubo una desconexión explícita sobre el tema y que hace más de dos años que pasamos página progresivamente, lentamente, unos más que de otros. Antes de las elecciones del domingo, para la parte de la población que no está intensamente politizada (la gran mayoría), la vida ha ido versando sobre otras cosas, y para la parte de la población politizada el “Procés” ha ido perdiendo efervescencia. Quiero decir lo que quiero decir, claro está: que el ambiente propicio a las victorias del PSC no lo crean las campañas electorales, ni las derrotas y victorias en los debates, sino la atmósfera de creciente apatía sobre la cuestión catalana. Ha perdido actualidad, dentro y a fuera, y muchos seguimos creyendo que la restitución del president Puigdemont habría devuelto la cuestión a la primera página internacional. Habría sucedido, pero de momento no ha sido así. Ahora bien: incluso en esta “gestión del mientras tanto” de los resultados electorales, no es tan importante analizar las sumas y los pactos, como observar el latido del país ahora. Y el independentismo, que todavía tiene una masa de votantes potencialmente victoriosa, se parece más ahora a unas brasas candentes que a un movimiento en llamas: una llama necesita mucha más temperatura de autoignición.
Sobre los próximos meses, sigo pensando que vamos a repetición electoral. De los analistas que deducen que eso acentuaría la victoria del PSC, discrepo: la socialista llama de mayo fue notoriamente efímera, un suflé marcado por el eclipse Pedro Sánchez y por una notoria españolización de los debates. Pero, sobre todo, durante estos meses pueden pasar muchas cosas (especialmente en política española) que pueden volver a inflamar rápidamente el ambiente. Veremos qué pasa con la amnistía y veremos qué pasa con las triangulaciones que tiene que hacer Pedro Sánchez para intentar gobernar en España y en Catalunya: veremos, por ejemplo, si ERC decide no votar a Illa y si el PP acepta hacer un Collboni (qué desastre, por cierto, tener tu nombre asociado a esta práctica política). Nadie tiene que tomar la temperatura actual para hacer predicciones sobre la temperatura de octubre: tampoco ERC, ni Junts. De hecho, Junts y ERC, mientras tanto, harían bien en poner el foco en el largo plazo y preguntarse, honestamente, si les conviene más gobernar o pasar a la oposición. Dejando de lado a los siempre prescindibles aprendices de Nerón, ya hay articulistas con cara y ojos que apuestan por una reconversión de todo el independentismo desde fuera de las instituciones. No puedo descartar que eso sea un panorama útil, o fértil: encontrarse todos en la misma sombra cohesiona y organiza, si se hace bien. Aun así, creo que eso puede producirse perfectamente con partidos independentistas en las instituciones (como ya sucedió en 2012) y, por lo tanto, tengo serias dudas que con el PSC en el gobierno, aquello que he mencionado sobre TV3, y muchas otras políticas desnacionalizadores en todos los ámbitos, el ambiente realmente no se pudiera volver irrecuperable. Creo más bien necesario que, como sucedió entonces, el independentismo institucional y el independentismo de calle se complementen, se den empujones y se den la mano alternativamente, se provoquen el uno al otro, de manera que originen una nueva ignición en la que cada uno haga su papel. Y se haga, esta vez, sin errores garrafales ni concesiones de última hora.
Los socialistas están contentos porque ya nos parecemos un poco más a la política valenciana o a la balear o a la española.
Otra cosa es si puede existir un “independentismo del mientras tanto”. No lo sé, es la pregunta del millón y espero sinceramente que sí. Admito que se hace muy difícil encontrar un tono de espera, de avances progresivos o de ir haciendo, cuando el corazón de tu ideología es algo de tan concreto, tan épico y tan difícil de desviar como es la independencia de Catalunya. El socialismo puede hablar de socialismo, sin concreciones, y puede hacer incluso políticas de derechas sin que su izquierdismo estético sufra demasiados castigos electorales (sobre todo si es “para combatir lo extrema derecha”). El independentismo, en cambio, y por necesidad, se autoexige mucho más: “volver a hacerlo” no es etéreo, ni abstracto, ni eterno, ni universal, sino concreto y específico y ahora y aquí. Los quebequeses y los escoceses, cuando han perdido su momento, tampoco han sabido gestionar mucho sus 'mientras tantos'. Por lo tanto, no sé si es posible un independentismo inconcreto, de resistencia, de ir tirando y de aprovechar los momentums: yo creo que puede existir, pero que tiene que ser enormemente fiable. Que no se acomode, que no sea sospechoso de presentar la independencia como excusa retórica, pata negra y máxima credibilidad. Por eso Junts, y también ERC, tendrían que dejar inmediatamente la dinámica de la competición a muerte por el mismo pedazo de tierra, como si fueran Sansa y Palanca, y mirar más allá de ellos mismos: restituir es un buen reclamo, por ejemplo, pero en la propuesta faltan demasiadas pistas sobre el futuro. Y, con respecto a ERC, a la propuesta le ha faltado incluso presente. Quizás por eso sería interesante explorar la lista cívica, que sobrepase ambos partidos, o la dinámica de coaliciones. Nadie, pero es que nadie, quiere mirar atrás si no es para situarse en octubre de 2017. Todo lo demás, tiene que ser hacia adelante, y concreto, e irrefutable. E imparable. A diferencia del PSC, el independentismo no puede ser un “ir haciendo” durante mucho tiempo porque siempre tiene que demostrar alguna cosa más. El nacionalismo se podía permitir un “peix al cove”, y ir haciendo durante muchos años, pero ahora el Rubicón ya se ha cruzado y camino a casa solo hay campos quemados.
“O independencia o asimilación”, acabó diciendo a Pujol. La independencia no está, y, por lo tanto, la deducción es fácil. ¿Qué hacer, entonces? Si esta frase es tan cierta, no tendría que ser tan difícil compactar un movimiento, desde las instituciones, pero no necesariamente solo desde las instituciones, para que dé una respuesta contundente, a los intentos de asimilacionismo que ya se van produciendo. Los socialistas están contentos porque ya nos parecemos un poco más a la política valenciana o a la balear o a la española. Es hora de que, saliendo de la dinámica de los partidos o yendo más allá de ellos, nuestra oleada vuelva a hacerse notar para dar una lección de dignidad. Quizás tardaremos años en la sombra o quizás, insisto, todo se puede precipitar en octubre. Pero ha llegado la hora de levantarse.