Las elecciones del 13-F en Castilla y León le han dado un buen revolcón a la mayoría de partidos. De estas elecciones ―para resumirlo de una manera clara― sólo ha salido victorioso Vox. Ello independientemente de lo que pase a la hora de formar gobierno o después. Tienen grupo propio y una gran victoria para pasearla por España, o lo que es lo mismo, por las teles españolas. Abascal estaba exultante y no me extraña. El candidato de la formación en Castilla y León es un prenda como los haya; los tuits que lo preceden no son a favor de ninguna minoría o de ningún grupo discriminado. Por lo tanto, desde esta y desde mi perspectiva ―que evidentemente no es la de todos y todas, y por eso estos resultados―, que no les pase nada en Castilla y León.
Ciertamente, la irrupción de los partidos de la España vaciada ―Soria Ya, Unión del Pueblo Leonés y Por Ávila― es un éxito, pero ya veremos cuál será su capacidad de incidencia y el recorrido a medio y largo plazo; y no es que no quiera que lo tengan. Escuchaba las declaraciones del cabeza de lista de Soria Ya señalando que ellos son "gente normal" a diferencia de los y las políticas de las otras formaciones, y no he podido evitar pensar que a ver cuánto les dura. Lo decía en referencia a que ellos tienen un trabajo aparte de la política, pero eso ha sido así justo hasta ahora. Ciertamente, ahora harán de políticos y no hace mucho, para poner un ejemplo, Unidas Podemos decía lo mismo y ahora, valga la redundancia, no hay diferencia o, en todo caso, cuesta mucho encontrar este o cualquier otro rasgo diferencial.
En Ciudadanos pensaron que España les recibiría con los brazos abiertos dada su gran españolidad, y así fue al principio, pero todo era un espejismo, porque no conocen la historia del propio país al que quieren representar
Unidas Podemos, PSOE y PP ―a pesar de que este último ha ganado las elecciones― han perdido todos, pero quien sin duda se ha estampado literalmente contra una pared de indiferencia castellanoleonesa ha sido Ciudadanos. Se ha quedado sin 11 de los 12 diputados que tenía y ya hay quien se ha apresurado a bromear sobre cuánta gente de la formación naranja se ha quedado sin trabajo de un día para otro. El chiste tiene más gracia porque hace referencia, también, a Albert Rivera y al mismo marido de Inés Arrimadas. No han tenido una buena semana.
Ahora bien, Arrimadas, o quien le lleve la cuenta, ha escrito en Twitter que su proyecto "resiste en Castilla y León" y que son "más necesarios que nunca" en España. Le alabo el optimismo y la positividad, si es que lo son; que no tiene nada que ver con la asertividad, territorio desconocido para Arrimadas, cuando menos con respecto a Catalunya. Poder hacer un balance tan feliz de unos resultados como estos sólo tiene dos lecturas. La primera, ser una de las mejores maneras de reducir el estrés ante los porrazos, de hacer leves los problemas y que no te bajen las defensas, ahora que es importantísimo cuidar nuestra salud. La segunda, que lo que esté haciendo no sea lo que siempre ha hecho: inventarse el relato. Ciudadanos nació para hacer, explicar y hacer creer una Catalunya que no existía, una Catalunya nada optimista o positiva, una Catalunya de confrontación, riña y enfrentamiento. Con este discurso lesivo sobre Catalunya hicieron mella en la sociedad catalana y dieron el salto a la política española, cosa que era, desde el principio, una muerte anunciada.
Se pensaron que España les recibiría con los brazos abiertos dada su gran españolidad, y así fue al principio, pero todo era un espejismo, porque no conocen la historia del propio país al que quieren representar y no pensaron tampoco en lo que podríamos denominar el síndrome chino. Olvidaron una idea básica: que los países cuanto más nacionalistas son, menos quieren que alguien de fuera les venga a decir cómo tienen que hacer las cosas o que estas cosas no sean un producto 100% nacional y, por eso, las fábricas nacionales no tardan en copiar el producto. En cualquier caso, en España los y las catalanas ―se sientan así o no y por muy españolas y españoles que se declaren― o todo aquello que viene de Catalunya, más todavía en política, no tiene cabida porque viene de fuera.