Si echamos un vistazo a las colas de gente del fin de semana, parece que ha habido más éxito en las playas y en las montañas que en las concentraciones por la Diada Nacional de Catalunya; pero no es el caso. Se ha hecho especialmente presente la foto de la cola de gente sin ningún tipo de distancia —no hay que añadir ni de seguridad— para hacerse la foto en la cima de la Pica d'Estats. De hecho, yo misma no puedo dejar de pensar que es una lástima que no se aprovechara la oportunidad para plantar una bandera o para hacer una reivindicación. Puestos a arriesgarnos, que sea con más de una buena finalidad, pero también sé que el mismo amontonamiento no se recibe de la misma manera según la bandera o el lema con el que se envuelva; o, sencillamente, según quien lo convoque y quien vaya.
Sí, ha parecido que este 11 de Setembre ha sido deslucido, y no seré yo quien diga que ha sido espectacular; pero la razón principal no es la tan reiterada desunión del independentismo, de la que se ha vuelto y vuelto a llenar la prensa. Es tan evidente que los partidos van por su lado, y además cada uno por el suyo, que no les dedicaré ni dos líneas; y no es que no sea importante, pero sigue sin tener nada que ver con el movimiento de base. Es así desde que empezó la reivindicación antes del procés; todavía sigue siendo así, y espero y deseo que no deje nunca de ser así. Hay, sin embargo, a quien le interesa esconderlo, invisibilizar esta realidad con el fin de mostrar una imagen debilitada del movimiento. También es cierto que nos lo tendremos que hacer mirar si no somos, todas y todos juntos, capaces de contrarrestar este relato, tanto en el imaginario como en la realidad, porque entonces sí que lo tenemos todo perdido.
De ahora en adelante tendremos, sin duda, que construir un modo diferente de ocupar la calle, pero la tenemos que seguir ocupando; sin que eso quiera decir que no podamos ocupar otros espacios
Todavía hay quien no entiende que el juntos de ahora no se puede acompañar ya de una multitud densa y/o apretada. Por eso fueron tan disonantes algunas campañas españolas en el primer embate de la Covid-19, en que el lema “juntos venceremos” —o algo parecido— era del todo inquietante cuando el mensaje de las autoridades era todos en casa y sin contacto con los demás. Es decir, de juntos —físicamente claro está—, nada: separados y bien separados. Por lo tanto, lo que tenemos que tener claro no es que las cosas no se puedan hacer juntos, es que se tienen que hacer unidos; también las manifestaciones.
La Diada de este año representó con fidelidad los nuevos tiempos. En Mollet del Vallès, donde yo estuve, parecía que no éramos bastante gente o que éramos pocas y pocos, porque, entre otras cosas, nos pasaban por nuestro lado grupos de gente que parecían más que nosotros, dado que intentábamos mantener escrupulosamente la distancia y hacíamos una cadena bastante separados y separadas como para cumplir las medidas de seguridad. La foto, evidentemente, imposible que sea la misma que la de otros años y también las sensaciones, empezando por las nuestras. Ver que somos muchas y muchos siempre refuerza el sentimiento, pero, de hecho, también sabemos que este no solo es colectivo, sino que es esencialmente individual, propio, cuando menos en el principio de su misma existencia. Y, eso sí, compartido. Por lo tanto, no depende nunca de lo que hacen los otros, depende de lo que queremos y de lo que siente cada uno de nosotros. Y nada de lo que queremos nos llegará a casa; lo tenemos que pedir, lo tenemos que evidenciar, lo tenemos que hacer presente, y no podemos esperar o dejar que lo pida otra persona por nosotros. De ahora en adelante tendremos, sin duda, que construir un modo diferente de ocupar la calle, pero la tenemos que seguir ocupando; sin que eso quiera decir que no podamos ocupar otros espacios. Al contrario, no tenemos que dejar ninguno y tenemos que capitalizar los que sean más importantes en la sociedad que justo hemos estrenado sobre la que ya teníamos. Confío plenamente en que conseguiremos hacerlo, porque una de las mayores fuerzas del movimiento es su transversalidad; y por lo tanto, lo que no sabe uno o una, lo sabe otra u otro. Esta es la gran riqueza de un proyecto compartido para conseguir una sociedad mejor —nuestra, libre, sostenible, inclusiva e igualitaria—, que nos une por encima de todo tipo de las diferencias individuales que nos definen a cada una y uno de nosotros.