Según Ortega Smith, el dirigente de Vox, entre muchos elementos de descrédito del euskera está el hecho de que esta lengua “utiliza palabras inventadas”. No ha sido la única perla que ha soltado en la campaña de las elecciones del País Vasco, pero esta es especialmente significativa del nivel del personaje.
Una afirmación como esta es el tipo de respuesta —aunque yo no pregunto por el euskera— que hace suspender mis exámenes, porque denota no haber entendido nada de cómo es el mundo y cómo funciona y, desde mi perspectiva, eso no es compatible con un título universitario; sea este de la rama de conocimiento que sea. Y que además conlleva muchos problemas, con el o la alumna en cuestión —en la revisión del examen, pero con efectos mucho más allá—, porque es fácil entrar en un bucle de incomprensión mutua del que resulta difícil salir con éxito.
Me muero de ganas de preguntar a Ortega Smith qué palabras del euskera son inventadas y cuáles no, y de dónde salen las que no lo son
Ortega Smith ha mostrado, dilatadamente, que para él y para los miembros de su partido —y muchos y muchas otras—, hay una única realidad que es la de verdad, es decir, que no es ficticia, que no es falsa, que no es fingida o imaginada; que es la verdad única posible en mayúsculas. Esta verdad es una idea reducida y reduccionista de España, que ha ido desgranando en cada una de las intervenciones que le conozco, pero, en este caso, se ha superado a sí mismo. En esta particular realidad suya, la única lengua posible es el español, dejando de lado lo que dice la propia Constitución española sobre la cooficialidad de las otras lenguas que se hablan en el Estado, y que él obvia y además combate en un contrasentido todavía por explicar. Aparte de lo que tiene de pueril, y también de peligroso, pensar que la gente habla otra lengua diferente de la tuya para fastidiarte, para ir a la contra, para hacer la puñeta, para complicar las cosas, para decir cosas feas de ti...
Me muero de ganas de preguntar a Ortega Smith qué palabras del euskera son inventadas y cuáles no, y de dónde salen las que no lo son. No me preocupan las primeras, me inquietan las segundas. Y no sólo del euskera, de cualquier lengua que exista en el mundo, también el sacrosanto español. Este es el tema central de mi interés: cuáles son las palabras no inventadas y si no son inventadas, qué son.
Si me pongo en su imaginario, y no sé si puedo, lo más fácil es pensar que son palabras de Dios antes que pensar que alguien las ha encontrado en los árboles; que en todo caso también serían palabras de Dios. No lo sé, y supongo a la vez que lo que hace Dios tampoco es un invento. Y al mismo tiempo eso quiere decir que Dios habla castellano y ninguna otra lengua, porque ya no serviría en caso de no ser la palabra original y tener que depender de una traducción. Nos lo miremos como nos lo miremos, entramos en un galimatías que no tengo capacidad de seguir ni de discernir, pero que me gustaría entender en todo su alcance, porque de la cosmovisión que tiene este señor y el partido en el que está empiezan a depender políticas concretas que afectarán a nuestras vidas. Si el discurso ya es peligroso en sí mismo, aunque sólo sea por ignorante, mucho más lo es, o lo será, la acción o acciones que se puedan derivar.