El 23 de febrero del año 1981 lo recuerdo como si fuera hoy. De hecho, sólo la sensación de miedo, estudiar inglés porque al día siguiente tenía examen, y la película horrorosa ―diría que bien entrada la noche― de Bob Hope en una especie de isla caribeña que pusieron en la tele. Después ya los recuerdos añadidos de las imágenes icónicas de los acontecimientos. Pero también cada una de las pequeñas noticias, bastante después, y a lo largo de bastantes años, que a mi entender indicaban y siguen indicando que la fiera sólo está dormida.
Son noticias que pasan como pequeños detalles, anécdotas que van tanto desde consideraciones a condecoraciones escandalosas de los y para los golpistas del 23-F y también otro tipo de incidentes. Todos ellos, sin embargo, con un claro denominador común: una falta total de asunción y respecto de los deberes y obligaciones que tienen como funcionarios públicos en un estado democrático todos y cada uno de los miembros de los cuerpos de seguridad del Estado. Pero aún así, este no es el problema principal, estoy segura de que eso se da en todos los cuerpos policiales del mundo; lo que es particular en el caso español es que estas conductas no se reprueban, tanto dentro como fuera del cuerpo, con contundencia, sino todo lo contrario.
¿Qué ha pasado estos últimos años? ¿Cómo se puede haber llegado hasta aquí con tan poca memoria histórica?
El último incidente, noticiado el domingo. El ministro de Fomento, José Luis Ábalos, fue increpado por un policía nacional, en un pub de Mérida. Según algunos medios, el policía le dijo “rojo” de manera insistente y otros añaden a “rojo” un sustantivo que seguro justifica mejor que hayan trascendido los hechos, que tuvieran que intervenir los guardaespaldas y la policía y que se haya abierto un expediente al increpador. Todo el mundo ha intentado quitar hierro al asunto, ya sea señalando que es un policía en segunda actividad o directamente ―lo ha hecho el portavoz adjunto del PP en el Parlamento extremeño, Luis Alfonso Hernández Carrón―, acusando a Ábalos de provocador. Más penoso imposible, hasta la guinda final que ha puesto el propio ministro restando importancia al incidente.
¿Cómo se puede ser tan irresponsable? Lo primero que me ha venido a la cabeza es preguntarme: ¿desde dónde se lo mira? ¿Qué ha aprendido o qué no ha aprendido y qué ha enseñado? El mensaje tiene que ser claro y contundente, porque él quizás lleva guardaespaldas, pero el resto de la ciudadanía, cuando menos la mayoría, no. Sin ni esforzarme me vienen a la cabeza el caso del bar de León en que dos guardias civiles se hicieron los amos del lugar y obligaron a los clientes a jugar con las balas o, en torno al 1 de octubre, los comportamientos poco honrosos de algunos de los policías y guardias civiles de paseo por algunos establecimientos de Catalunya; y sin duda casos mediáticos como los de Altsasu y la participación de miembros de los cuerpos de seguridad del Estado en la ya desgraciadamente famosa “Manada”.
¿De verdad cerca del aniversario del 23-F podemos seguir menospreciando este tipo de comportamientos? De aquel día también recuerdo, de hecho del día siguiente, el día 24, que dos vecinos míos afiliados al PSOE habían hecho las maletas para pasar la frontera; porque su generación, y también la mía, todavía hemos crecido bajo la sombra alargada del asalto a la Segunda República y la posterior dictadura franquista. ¿Qué ha pasado estos últimos años? ¿Cómo se puede haber llegado hasta aquí con tan poca memoria histórica? ¿Qué ha hecho el partido socialista con todo el bagaje de los que lucharon contra el fascismo? No dejo de pensar que aunque la fiera parezca dormida, no quiere decir que no se haya soltado ya.