Oriol Junqueras ha seguido punto por punto el manual del buen esgrimidor; esperar que el rival se desgaste solo solito y, cuando vaya corto de aire, disponerse al ataque. Este pasado fin de semana, el antiguo líder de Esquerra volvía a lucir ombligo en un teatro lleno hasta la bandera en Olesa de Montserrat (la política catalana sigue aferrándose al Altísimo; el presidente Salvador Illa disfruta haciendo running entre los discretos monjes del Císter, pero a Oriol le gusta más ponerse de cara a la Moreneta, pues sabe que en la montaña gastan un poquito más de mala leche y sus monjes son bastante refractarios al socialismo). Allí aprovechó para desvincularse de la trama b de Esquerra y presentarnos a su nueva compañera de viaje, Elisenda Alamany, una mujer con una filosofía política de un único artículo, aprender a trepar, quien, sin lugar a dudas, se convertirá en una secretaria general muy poco interesada en enmendarle ni una sola plana al líder.
Ya advertí que el post-procés sería una (tediosa) etapa histórica marcada por el paradigma del yo pasaba por allí. Eso se ve, sobre todo, en el ámbito convergente, donde todo el mundo se define como un encendido octubrista, sin admitir ninguna enmienda al comportamiento dudoso de Puigdemont y amigos después de su DUI fake. Junqueras ha decidido que él no será menos, agarrándose a la historia de los cartelitos del Alzhéimer, como si eso fuera una mafia de la cual nunca había oído hablar, ya me dirás qué cosas tiene la vida. En un mundo lleno de aprovechados, hay que admirar la serenidad vaticana de Junqueras a la hora de cargar al muerto a sus antiguos camaradas; realmente, el hombre se está convirtiendo en un alumno más que aventajado de Jordi Pujol y Pedro Sánchez. Pero bien, eso da igual, porque aquí, de lo que se trata, es de cruzar primero la línea de meta, ganar el futuro congreso, y hacerse con el timón.
Puigdemont y Junqueras viven obsesionados con recordar a los suyos, independentistas circunstanciales, que ellos ya estaban antes de que todo el mundo se pusiera el lacito y aceptara que España nos coloniza sin freno
Con mucha probabilidad, Junqueras presidirá de nuevo Esquerra y el movimiento en cuestión le permitirá deshacerse de toda la oligarquía republicana que protagonizó los hechos del 2017 y la posterior adaptación del partido a la pax autonómica. En casa siempre hemos valorado la mala leche en los políticos y, dentro de un playground de niños pequeños como el de la política catalana, el dribling, cuando menos, nos ha hecho sonreír. Dicho esto y en primer término, mirando las cosas desde una cierta altura, la victoria de Junqueras certifica que las cosas tampoco han cambiado tanto desde los hechos de octubre. A pesar del clima de pacificación bastante bien impuesto por Illa, el binomio de políticos que iniciaron el ensayo de revuelta contra el Estado se resisten a abandonar el barco. Puigdemont aguanta y Junqueras tampoco quiere acabar destronado y en la papelera de la historia. En Catalunya, eso de pasar página resulta ser más difícil que las estrecheces del parto.
Quizás habrá una cierta transición en el mundo del independentismo, pero sus dos actores principales no renunciarán a pilotar el devenir histórico. Eso explica que Junts marque paquete ante Pedro Sánchez en temas tan socialmente enrevesados como la regulación de los alquileres. El vodevil que han protagonizado los juntaires, no tiene ningún tipo de relación con la problemática en cuestión; el hecho es que Puigdemont quiere recordarle al líder del PSOE que todavía está vivo y, si con el fin de hacerlo, tiene que votar contra la vigencia del Teorema de Pitágoras, no dudará a pulsar el botón del no. Eso explica también que Junqueras haya escogido sobrevivir, aunque sea a riesgo de provocar la llorera de Marta Rovira y mandar a todos sus antiguos compañeros de viaje a hacer gárgaras. Puigdemont o Junqueras ya no luchan por la independencia, sino para reivindicarse como los más independentistas dentro del procesismo pactista.
Así pues, este es el mapa político de nuestro país. Mediante los rendez-vous con Pujol y Mas, Salvador Illa sigue intentando devolver el ámbito convergente al catalanismo de siempre, mientras recompone la oligarquía socialista en el ámbito municipal e intenta que el Govern se centre en la administración del día a día, sin provocar demasiadas toneladas de bostezos. Paralelamente, Puigdemont y Junqueras viven obsesionados con recordar a los suyos, independentistas circunstanciales, que ellos ya estaban antes de que todo el mundo se pusiera el lacito y aceptara que España nos coloniza sin freno. En este mapa, es lógico que el elector viva en una especie de espera angustiante, triste y perpleja. Sin embargo, aunque parezca paradójico, ahora la única cosa que nos se nos permite hacer es eso, esperar. ¿A qué? Pues, honestamente, no tengo ni la más reputa idea.