Si me preguntáis de qué sirve la literatura, primero os diré que en 1º de Bachillerato me hicieron leer a Joyce pero yo no entendía nada y de noche, cuando abría Ulises, cada dos por tres oía los gemidos de placer de mi vecina del 3º 2ª. Como no me concentraba y el libro me caía de las manos, encendía la radio y ponía el Tu diràs, pero la voz de Basté quedaba también escondida entre los gritos ansiosos que me chispeaban unas cuantas gotas de limón maduro sobre la imaginación, como diría Josep M. de Sagarra. Venían de arriba, como llegan los truenos, pero la tempestad era otra. Al principio no sabía si aquellos sonidos eran provocados por una persona sometida a un ritual chamánico o por algún animal atrapado entre dos muebles, pero poco a poco intuí que mi vecina se corría siempre y que cada noche de gemidos era un festival. Aquellos orgasmos eran tan cinematográficos que parecían tener la introducción de un huevo frito friéndose encima del estómago, el nudo de unas manos agarrándose a las sábanas y el desenlace de un apoteósico volcán, que, al estallar, dibuja un castillo de fuegos en el firmamento. O eso se me imaginaba, porque en realidad yo todavía no sabía qué eran los orgasmos de verdad, entonces, ni tampoco qué significaba el verbo fingir. Por suerte, o quien sabe si por desgracia, descubrí la literatura mucho antes de que ninguna chica gimiera de aquella manera salvaje haciendo el amor conmigo.
El día que me encontré a la vecina en el ascensor, acompañada de un tipo que supuse que era su novio, comprendí que aquel tío con cara de dar gas a la moto cuando el semáforo en rojo parpadea no era ni de coña un héroe, sino más bien un antihéroe, ya que no tenía ni idea de lo que sentía su novia en aquellas noches salvajes. Yo lo sabía porque me lo había chivado Gabriel Ferrater con un poema titulado Kensington. "Te vuelves como una flor", le dice el yo poético a su amante comentando un coito, convencido de saber plenamente aquello que siente, pero ella le responde que "no, si la flor no cuenta. Es que era toda amarilla./ Me he vuelto una flor amarilla". Por lo tanto, cuando os pregunten de qué sirve estudiar literatura, decid que la información, el texto, es aquello que se ve y comprende todo el mundo: la flor. Pero lo que importa es la descripción, la emoción: su color, ya que es cierto que estamos solos ante las emociones y a veces ni las palabras sirven para transmitir los sentimientos más íntimos, pero creo que ese curso, a pesar de no conectar con Leopold Bloom, aprendí que la literatura es el intento más exitoso que los humanos hemos encontrado para acercarnos al reto de contar la vida.
Cuando os pregunten de qué sirve fomentar la literatura, pues, habladles de como la música rap con freestyle o los guiones de las series de 3Cat serán peores si a partir del año 2025, como ha anunciado la Generalitat, ya no hay en bachillerato lecturas obligatorias en las asignaturas Catalán y Castellano. Cuando ayer lo supe, la noticia tenía la forma de un teletipo y el tono de una notificación de la app de ElNacional, pero en realidad la oí como el sonido seco de una guillotina. Sin literatura, ¿sería el mismo que hoy soy? Dicen que de pequeños aprendemos el nombre de las cosas, pero que no es hasta más adelante, de jóvenes, cuando descubrimos su significado. El amor no es más que una palabra hasta que a los diecisiete años alguien te rompe el corazón; el luto es apenas un concepto vago hasta el día te toca asistir al entierro de alguien cercano; y el sexo, sí, no deja de ser una fantasía prohibida, con o sin vecina en el piso de arriba, hasta que un día compartes tu intimidad con alguien más y te das cuenta de que aquello no se parece nada a una escena de Lucía y el sexo. En la película, ella grita "¡Me muero!, ¡me muero!" en pleno orgasmo y él, Lorenzo, la mira sonriente y le dice que tranquila, que no se está muriendo. Pero ella cree que sí, porque hacerse mayor es vivir por primera vez aquello que solo habíamos imaginado y constatar, entonces, que no lo entendemos.
No entendemos el placer del otro, no entendemos el dolor por un despido, no entendemos el deseo irracional, no entendemos las injusticias y no entendemos a la sociedad que nos rodea, aquella en la cual ya no somos chiquillos de la mano de mamá, sino gente con identidad propia que fuma, bebe y folla. A los diecisiete años, la lectura de un libro es la conversación entre nosotros y la trascendencia, ya que la literatura es la traducción de esta incomprensión en unas palabras que quizás no quieren decir exactamente lo mismo y tampoco tienen nuestra firma, pero que nos ayudan a reflexionar, ordenar sentimientos, afrontar fracasos y encarar los sueños o los lamentos con la compañía de alguien más. Yo nunca conocí a Garcilaso de la Vega, por ejemplo, pero me acompaña desde el día que murió a mi abuela y es gracias a él que todavía hoy, a veces, cuando voy al cementerio, le hablo a una lápida silenciosa diciéndole que no, que no me podrán quitar el doloroso sentir si ya primero no me quitan el sentido.
Así que cuando os pregunten de qué sirve amar la literatura, decidles que no sirve para explicar rigurosamente el presente, ni para documentar acontecimientos del pasado, ni tampoco para preparar una receta de cocina, montar un mueble de IKEA o hacer la declaración de la renta, pero sirve para una cosa más importante: acordarnos de que no estamos en el mundo solo para hacer cosas, sino para vivirlas, sentirlas y compartirlas con los otros, ya que incluso cuando después de hacer el amor haya alguien a nuestro lado que no entiende qué sentimos, allí habrá un poema, una novela, un artículo, un monólogo teatral o una canción para describirlo mejor que nosotros. Por eso creo que todos los alumnos de Catalunya deben tener el derecho a ser educados, también, en la literatura. Porque cuando alguien os pregunte de qué os sirve a vosotros haberla estudiado, podáis decir que más allá de fomentar la imaginación o el conocimiento de la lengua, su inútil utilidad es codificarla para hacernos sentir menos solos. O sea, hacernos sentir más vivos. Por ello la literatura siempre será sinónimo de amar la vida tal y como hubiera podido ser.