“Antes muerta que sencilla”, decía la niña aquella cantante. Pues bien, antes monárquica que machista, se afirmarían todas aquellas de variado pelaje ideológico que se han lanzado en las redes sociales a la defensa de la reina Letizia por entender que la crítica que algunos periodistas están haciendo de su vida privada se la aplican por ser mujer y no por ser reina. Para corroborar su tesis, ponen de ejemplo el silencio cómplice que durante años favoreció las andanzas del rey Juan Carlos I y cómo incluso existe quien jalea y admira su “tirón” con las mujeres. Por el contrario, entenderían que la crítica que se está haciendo de la vida privada de la Reina sería el resultado de considerar que las mujeres, reinas o no, no tienen derecho a echar una cana al aire o a hacer de su capa un sayo. Pero nada de todo eso es cierto.
Porque las personas, hombres, mujeres o tertium genus, no tienen derecho a hacer lo que quieran y menos aún si la única justificación es que otros lo hacen igual de mal. No hay derecho a la igualdad en la ilegalidad, y tampoco en la inmoralidad.
La Reina no es una mujer cualquiera, es parte de una institución cuyo presupuesto corre a cargo del erario público y de esa institución, más que de ninguna otra dado su carácter simbólico, se exige una cierta ejemplaridad. No hace falta llegar a la consideración protestante de la vida privada como algo que debe ser objeto de fiscalización por parte de la ciudadanía, pero ciertos valores como la seriedad y el sentido de estado son exigibles. Y sí, a él y a ella.
No hay derecho a la igualdad en la ilegalidad, y tampoco en la inmoralidad
Pero ¿quién se beneficia de todo este vodevil? ¿El anciano periodista que recupera el protagonismo de antaño echando bilis por el colmillo contra una reina que entiende que nunca debió llegar a serlo? ¿La otra periodista de casas reales que pide de la Reina que diga, como el emérito, que no lo volverá a hacer más? ¿El supuesto amante despechado y vengativo que ya cuando estaba supuestamente enamorado de ella grababa sus encuentros para curarse en salud? ¿El PSOE, casi tan monárquico como antaño, que ha salido en tromba a decir que toda la operación la ha orquestado la ultraderecha crítica con la supuesta tibieza del Rey? ¿La derecha más rancia, siempre crítica con los Borbones por el hecho de haber traicionado el ideal franquista, aceptando Transición por blindaje constitucional de la Corona?
Ya no somos capaces de distinguir la verdad de la mentira, mezclado el periodismo riguroso con los oportunistas que, enarbolando un lápiz, claman desde programas basura auspiciados por teles que también lo son y con aquellos que si fueron algo, ahora saben que no cabe sobrevivir si no es generando un escándalo o abonándose al que ya está en marcha.
Hay quien dice que tras todo esto está el plácet vengativo del rey expulsado de su tierra, pero tal vez todo el plan aún sea más maquiavélico y la operación de matar al rey para salvar al rey que supuestamente se realizó para entronizar a Felipe VI tenga en realidad un doble envite para así llegar, también sacrificando esa pieza, vía el derribo de la consorte, hasta la futura reina Leonor, esa que habla en catalán mejor que muchos autoproclamados independentistas, joven, mujer, exenta de cualquier duda de corrupción, seguramente capaz de hacer monárquicas a las más republicanas solo por el hecho de que al fin han conseguido la cuota femenina en la jefatura del Estado y no por el hecho de ser “mujer de”. De Isabel II hasta Leonor. Algunos, monárquicos por pragmatismo en un país tan cainita como el nuestro, pensamos en el pasado que eso no sería posible, que Leonor no llegaría a ser reina por el desapego de la gente joven hacia una institución que no entienden por qué debe ser hereditaria. Pero con la fuerza con la que avanza el feminismo, tal vez haya que concluir que mi diagnóstico fue apresurado y un error. Y que paradojas de la vida, veamos cómo, a fuer de feministas, las republicanas se hagan monárquicas.