Durante el año, en Catalunya se venden un 34% de libros en catalán y un 63% de libros en español. Estas cifras se mantienen casi invariables año tras año. Hay muchas razones detrás de estas preocupantes cifras; desde los hábitos de lectura de las personas mayores que no fueron escolarizadas en catalán hasta la falta de traducciones al catalán de muchos autores extranjeros. O los hábitos de lectura de muchos adolescentes y jóvenes adultos, que leen en catalán cuando son más pequeños y vuelven a hacerlo cuando son mayores, pero que consumen libros en castellano durante la adolescencia y hasta los 25 años (seguramente por la falta de oferta en catalán de algunos géneros, como el new adult). Por tanto, hay mucho margen de mejora. Ahora bien, el día de Sant Jordi estas cifras se invierten y dos de cada tres libros que se venden durante este día son en catalán. En consecuencia, no estamos ante un problema idiomático, sino de hábitos. Del mismo modo que a mucha gente le resultaría raro no regalar un libro en catalán por Sant Jordi, esa misma gente lee más en castellano que en catalán durante el año. La primera lección es que existe un mercado inmenso para los libros en catalán y hay que buscar todas las formas posibles para alcanzarlo durante los demás 364 días del año.

En segundo lugar, hay que considerar la posibilidad de realizar otros grandes eventos en torno al libro, ya sean de ámbito nacional o de ámbito local. Si para algunas editoriales el día de Sant Jordi puede suponer vender un 20% de los libros que se venden durante el año, ¿no sería lógico impulsar algún otro evento de masas? Es cierto que existe la Setmana del Llibre en Català, un festival con un éxito creciente, pero quizás se podrían pensar otros formatos y otras fechas. O se podrían organizar pequeñas “hermanas” de la Setmana en otras ciudades del país, de forma simultánea. Si un autor presenta un libro durante la Setmana en Barcelona el martes, también puede presentarlo en Girona el miércoles. Calonge y sus librerías son, en ese sentido, un buen ejemplo y un buen referente. El otro día, el astuto Eduard Voltas me recordaba que el también astuto gremio de la pastelería ha sido capaz de trufar el calendario de fiestas vinculadas a su gremio: roscones para Reyes, panellets para la Castañada, turrones en Navidad o cocas de Sant Joan. Hay gente que va más veces a la pastelería que a la librería. No estoy defendido el impulso de nuevos Sant Jordis, porque la fiesta del libro es única e inimitable, pero sí pensar en otros espacios y otros momentos del año en los que se puedan celebrar festivales (territoriales, sectoriales, de género, por públicos) que puedan poner el libro en el centro de todo durante unos días.

Sería bueno asumir sin complejos que el mundo del libro es una industria más y, por tanto, se comporta como tal

En tercer lugar, sería bueno asumir sin complejos que el mundo del libro es una industria más y, por tanto, se comporta como tal. Es muy bonito idealizar Sant Jordi, pero no hace falta romantizar la literatura más de la cuenta. Lo digo a raíz de las críticas de todos los años a las listas de los autores más vendidos y a los premios literarios. Si a nadie le extraña que se den premios de cinematografía, que la industria musical dé discos de oro a los cantantes más vendidos o que la Guía Michelin otorgue estrellas a los mejores restaurantes (y más caros), ¿por qué carajo los catalanes tenemos que tirarnos piedras sobre el tejado de la industria del libro? A fin de cuentas, los autores más vendidos de Sant Jordi solo representan el 5% de los libros vendidos ese día. Este Sant Jordi se han vendido unos dos millones de libros, correspondientes a 70.000 títulos. Esto significa que se han vendido unos 28 ejemplares por título. La gente sabe perfectamente qué libro quiere comprar y dónde comprarlo y, por tanto, es bastante ajena a las tendencias y a la presión mediática. Pero si la industria quiere crear un star system literario catalán me parece perfecto y no hay que hacer aspavientos. Los autores más vendidos impulsan a los autores menos vendidos, al igual que sin grandes grupos editoriales que hacen de tractores del sector, no habría tantas editoriales pequeñas.

La cuarta lección va vinculada al punto anterior y se refiere al mundo mediático. Es normal y comprensible que los medios cedan mucho espacio a los autores más conocidos y con una trayectoria más larga, sobre todo si tienen grandes grupos anunciantes detrás, pero no deben olvidar a los autores más desconocidos, novatos o que editan con editoriales menores. La fiesta de la literatura debe ser de todos y todo el mundo debe tener su visibilidad, aunque sea menor. Y esto lo digo por los medios públicos y por los medios privados. Es una responsabilidad de todos. Hay que dar más espacio a los libros en los medios escritos y audiovisuales. Por ejemplo, no me parece muy normal que un medio público de masas como TV3 carezca de un programa dedicado exclusivamente al mundo de los libros. Podría hablar de otros ámbitos, como el cine, que tenía un espacio sensacional en el programa Cinema 3, que se emitió entre los años 1984 y 2016. Es cierto que en la mayoría de programas de la casa salen libros a menudo, con especial esmero y atención en los programas de Marina Romero y Xavier Grasset, que además invitan a autores menos conocidos, pero estoy convencido de que un espacio exclusivo no estaría de más, y además tendría su audiencia.