Tanto según el Diccionari del Institut d'Estudis Catalans, para el catalán, como el de la Real Academia de la Lengua, para el castellano, inefable hace referencia a algo que no se puede definir con palabras. Por ejemplo, inefable puede ser tanto un milagro como una tontería. Fuera del ámbito religioso, donde lo inexplicable con palabras es moneda corriente; en el ámbito terrenal, inefable lo referimos a aquellas personas, expresiones o cosas que se resisten a una descripción razonable. A menudo, inefable es sinónimo de patético.
La diputada Cuca Gamarra (portavoz del PP en el Congreso y, actualmente, su secretaria general) se despachó ayer por la mañana con un tuit: “Contigo, en España esto ahora es un simple desorden público…”, en respuesta a la condena del intento de golpe de estado que ha tenido lugar en Brasil que ha hecho el presidente del Gobierno. Inefable, patético, muestra de desconexión con la realidad.
En primer lugar, el derecho español no se aplica en Brasil, ni directa ni subsidiariamente. Brasil tiene la previsión del castigo de hechos como los del último domingo en el Capítulo II del Título XII de su Código Penal: delitos contra el estado democrático de derecho. Es inefable la afirmación de Gamarra cuando se puede entender que la reforma penal hispana deja desamparado a Brasil. Es inefable porque da idea de desprotección —en España—, cuando los desórdenes públicos pueden llegar a estar penados con siete años y seis meses de prisión cuando se lleven a cabo con armas o instrumentos peligrosos o se practique el pillaje.
Si Gamarra se refiere a que hay grupos políticos o sociales que podrían llevar a cabo actos como los universalmente condenados de Brasil, quizás le convendría, antes de hablar, mirar bien a su propio entorno
Intenta Gamarra comparar España y Brasil, cuando son patentes las diferencias de todo orden entre ambos países, desde las geográficas a las institucionales pasando por las socioeconómicas. Es inefable, pues, esta supuesta comparación de lo que no es comparable.
En el tuit de Gamarra se quiere dar a entender que los hechos del domingo en Brasilia son comparables a algunos hechos que hayan tenido lugar en España. ¿Cuáles? Salvo la irrupción violenta de guardias civiles en el Congreso de Diputados, metralleta en mano, en 1981, no recuerdo ninguno en la época moderna. Si lo que se quiere comparar son los referidos hechos con los del 20 de septiembre del 2017 —una gran manifestación pacífica— o con el referéndum del 1 de octubre del mismo año, no es que sea inefable, es que va más allá de lo patético. No merece ni un segundo descalificar esta tácita —y fallida— comparación.
Si Gamarra se refiere a que hay grupos políticos o sociales que podrían llevar a cabo actos como los universalmente condenados de Brasil, quizás le convendría, antes de hablar, mirar bien a su propio entorno, en el que el actual presidente del Gobierno ha sido tildado en público y en el Congreso de felón (traidor, delincuente) y, habitualmente, de ilegítimo. Parece que quien utiliza este lenguaje está más cerca de ocupar, destrozándolas a la espera del ejército, las instituciones primordiales del Estado más que ningún otro sujeto.
Y que Gamarra no se equivoque. Lo que ha pasado en Brasil aquí sería un delito de rebelión, delito que desde el 23-F nadie ha cometido. Inefable es dar a entender que un ataque como el vivido en Brasil es peccata minuta. Aunque en Brasil el Código Penal es menos severo que aquí, hecho ignorado totalmente por quien hace tuits inefables; más benigno, pero que puede comportar una pena de hasta doce años de prisión.
Inefable, más bien patética, la expresión de Gamarra, de claro consumo interno que, además, deja sin condena expresa el asalto al poder en Brasilia. Se mire como se mire, infumable, propio, tal como vengo sosteniendo, de un partido antisistema.