Carles Puigdemont hacía días que no salía en ningún telediario y, a inicios de semana, se reunió con su cenáculo de apóstoles en Bruselas para instar a Pedro Sánchez a someterse una cuestión de confianza. "Hoy Pedro Sánchez sigue demostrando que no es de fiar, no ha conseguido vencer los recelos que teníamos, sino que los ha incrementado", dijo el Molt Honorable 130 en el exilio, impostando aquel rostro de hora grave de los padres de la patria. La reflexión es muy curiosa, pues—antes de los últimos ciclos electorales en España y en Catalunya— fue el mismo Puigdemont quien perjuró que los votos de Junts nunca harían presidente al líder del PSOE, a quien definió como alguien "a quien no le comprarías ni un coche de segunda mano." Visto que el transcurrir del tiempo ha manifestado que Puigdemont mentía (o, como diría el mismo Pedro Sánchez, que "cambia de opinión") quizás la cuestión de confianza se la tendría que aplicar antes a él mismo.

Estas no son las únicas cabriolas de un político que ya no tiene ningún tipo de truco para quitarse el sombrero. De hecho, antes de los últimos comicios en el Parlament, el 130 nos dijo que, en caso de ser superado por Salvador Illa, abandonaría la vida política. Eso no solo ocurrió, sino que el independentismo perdió la mayoría en la cámara catalana. Lejos de dejarlo, Puigdemont se organizó un congreso a la búlgara para deshacerse de lastres como Laura Borràs (a quien han metido en la inexistente fundación del partido) y así renovar su legión de aduladores con algún rostro más jovencito y falto de experiencia. Estamos ante, en resumen, una nueva mentira que ya debe ser la enésima que colecciona el president desde 2017. Esto que cuento no pertenece al ámbito de la opinión, sino de los hechos; si el lector se enfada conmigo porque le transcribo las cosas como son, el problema no lo tiene conmigo, sino con el mundo.

Lo único que Puigdemont busca con toda esta pamema es hacer valer los votos de sus diputados y demostrar que tiene más poder que Esquerra

A estas alturas, el PSOE no solo ha esquivado el tema de la cuestión de confianza, sino que ha recordado —en caso de que la mesa del Congreso lo acepte— que no tendrá ningún efecto bajo la continuidad del líder plenipotenciario del PSOE. Todo esto Puigdemont lo sabe perfectamente, y lo único que búsqueda con toda esta pamema es hacer valer los votos de sus diputados y demostrar que tiene más poder que Esquerra para apretar al presidente español. Estamos, en definitiva, en el ámbito del autonomismo de toda la vida, donde los partidos indepes solo hacen que luchar por ver quién puede ser el reformista español más efectivo. Visto lo visto, Puigdemont tendría que ejercitarse mucho menos en la retórica octubrista y asumir que, lejos de poner presión a los socialistas, lo único que está haciendo es suplicarles aquello que los jóvenes denominan "casito". Pero este ejercicio requeriría una pizca de honestidad, y el 130 ya ha olvidado esta palabra desde hace muchos años.

Es gracioso que Puigdemont diga que Pedro Sánchez no es de fiar cuando, también muy recientemente, Junts ayudó a aprobar la reforma fiscal del Gobierno a condición de frenar el impuesto a las energéticas (en un texto legal bastante curioso de aquellos que dice una cosa y la contraria, como prueba el hecho que la izquierda radical de Podemos también la acabara firmando). Como se demuestra cada vez que Sánchez tiene que vencer un escollo, su táctica es contentar a su ensalada de socios para que cada uno de ellos pueda vender que lo ha hecho ceder a sus electores... con el resultado final de que el líder del PSOE acabe haciendo lo que le sale de las pelotas. Eso a Puigdemont le puede sonar poco fiable, pero lo que resulta todavía menos fiable es saber eso por adelantado y acabar actuando siempre como muleta fiel de los sociatas. Por todo eso, como entiende incluso un crío, Sánchez no acabará sometiéndose a una cuestión de confianza.

A todo este vodevil podemos sumar las advertencias anteriores del Molt Honorable, cuando exigió a Sánchez hechos consumados en temas como el catalán en Europa, un ultimátum que ya sabemos cómo acabó. La credibilidad del president, en definitiva, ya no vale ni un duro y su tozudez en mantenerse en el poder es exactamente tan condenable como la de Sánchez, con la diferencia de que el presidente español manda y Puigdemont solo tiene influencia en un grupo de fieles ciegos, cada día más desnortados. Por lo tanto, oso insistir, quién sabe si sería más oportuno que Puigdemont se sometiera a una cuestión de confianza: primero con su propia conciencia y después con unos electores a quienes se ha dedicado a tomar el pelo durante siete años. Si eres puigdemontista, todo esto que cuento te debe doler. Ahora puedes hacer lo de siempre; enfadarte conmigo o, quién sabe si en un ataque de inteligencia, airarte con el falsario.