Se ve que JxCat y ERC no sabían que el PSOE es un incumplidor compulsivo en lo que respecta a los acuerdos con Catalunya —el PP también— cuando en noviembre del 2023 volvieron a investir a Pedro Sánchez como presidente del gobierno español. Esto, cuando menos, es lo que se desprende de los aspavientos que ahora hacen Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, amenazando con retirarle el apoyo, después de haber sido reelegidos ambos al frente de los respectivos partidos. ¿Cuántas veces han hecho más o menos lo mismo y a la hora de la verdad nada de nada? La incógnita es si en esta ocasión será diferente o se tratará de un episodio más de gesticulación y basta.
La exigencia de los herederos de CiU de que el líder del PSOE se someta a una cuestión de confianza es una huida adelante sin sentido alguno. De entrada porque el único que tiene la potestad de convocarla es el propio afectado, en este caso el presidente del gobierno español, y nadie más. Pretender que una iniciativa de este tipo, que JxCat ha presentado en el Congreso —precisamente hoy la mesa decide si la admite a trámite o no—, la debatan los grupos parlamentarios es salirse por la tangente, porque ni en el supuesto de que se aprobara tendría ningún efecto, dado que lo único que haría sería instar al presidente del gobierno español a someterse a una cuestión de confianza. Es decir, volver al punto de partida. Y Pedro Sánchez ya ha dejado claro que no piensa hacerlo. Lo que esconde este despropósito es el reconocimiento de que hace un año lo invistieron a cambio de nada. Este es el problema, para ellos, pero no para el líder del PSOE.
No tienen la confianza del grueso del electorado catalán, que cada vez se siente más lejos de unos dirigentes que no paran de mirar exclusivamente por sus intereses y que desde 2017 no han hecho más que incumplir sistemáticamente todos los compromisos y enredar compulsivamente a la gente
JxCat tiene la necesidad de hacerse notar de vez en cuando porque si no, en la actual coyuntura política, es un actor que, una vez pagados por adelantado los votos a Pedro Sánchez, no pinta nada. Y es que, en el peor de los casos, si tanto le conviniera, el líder del PSOE podría agotar la legislatura a base de ir prorrogando presupuestos. No sería, obviamente, la situación ideal, pero ni es imposible ni sería la primera vez que pasaría. Otros han querido aguantar el mandato hasta el final al coste que fuera, aunque entonces algunos hayan tenido que pagar un precio muy alto en forma de larga y dolorosa travesía del desierto en la oposición. El caso es que en estos momentos si algo amenaza seriamente la continuidad de Pedro Sánchez en la Moncloa es más bien la ofensiva judicial que avanza implacable en contra de su persona —determinada parte de la judicatura, que ya se sabe cómo las gasta, le tiene puesta la proa y no se detendrá hasta que alcance el objetivo—, que no la posibilidad de que JxCat —o ERC— lo deje colgado. Otra cosa sería que lo hicieran ambos —JxCat y ERC— al mismo tiempo.
Carles Puigdemont, aun así, si tan quejoso está, en lugar de avisos, amenazas y ultimátums y de proclamar a los cuatro vientos lo mal que van las relaciones, que se deje de reuniones en Suiza que está visto que no sirven para nada —¿qué se ha hecho, por cierto, del tan cacareado mediador internacional?—, pase de las palabras a los hechos y rompa la baraja de una vez. Y entonces que cada uno se atienda a las consecuencias, a ver cómo se las urde el presidente del gobierno español para salir adelante y a ver qué hace JxCat para no verse relegado a la más absoluta inanidad e insignificancia. Si tanto desconfía del PSOE, que es perfectamente legítimo y más en las circunstancias actuales, lo que no se entiende es que lo haya sostenido todos estos últimos años y lo esté sosteniendo aún ahora. Si están preparados, como asegura, para "asumir costes políticos y también personales" como resultado de una ruptura, pues que pase a la acción. De lo contrario, no hará más que perder el poco crédito que le resta entre una parroquia cada vez menos numerosa y más desengañada.
Lo mismo vale, prácticamente, para los de Oriol Junqueras. Si quieren revisar y reconsiderar el pacto con el PSOE, que lo hagan, pero que dejen de marear la perdiz como ha acostumbrado a hacer últimamente ERC, sin cumplir nunca ninguna de las advertencias que antes había lanzado a los cuatro vientos. En este caso, sin embargo, hay un añadido no menos importante, que es que el reelegido presidente de ERC también quiere reexaminar el acuerdo con el PSC en virtud del cual Salvador Illa es el actual president de la Generalitat. "Antes de llegar a nuevos acuerdos hay que cumplir primero los adoptados con anterioridad" es el lema. Oriol Junqueras tiene, pues, en sus manos el futuro no de un gobierno, sino de dos, y habrá que ver cómo lo gestiona después de que las elecciones internas para elegir la nueva dirección de la formación hayan hecho patente que está dividida. Ha ganado por la mínima el plebiscito que para él representaba volver a aspirar al liderazgo de ERC después de haber sido el máximo responsable en los últimos trece años y salir relativamente bien parado como si nada de lo que ha pasado durante este tiempo fuera cosa suya, pero no le quedará más remedio que escuchar al sector crítico si no quiere que el partido se rompa. Sería la salida más nefasta para el futuro de la formación, pero por ahora más vale no descartar nada a la vista de que la de ERC es justamente una historia de escisiones.
Que JxCat y ERC continúen dirigidos por quienes se pasaron por el forro el mandato del referéndum del Primero de Octubre, y que hayan vuelto a ser elegidos acríticamente por las militancias respectivas, es la demostración de que ambas formaciones han dejado de ser herramientas útiles para el presente y el futuro de este país
En este escenario, no es extraño que Carles Puigdemont y Oriol Junqueras desconfíen de Pedro Sánchez y del PSOE —el PSC va incluido en el mismo paquete—, sobre todo porque esta relación es la que condiciona de manera determinante la actuación de JxCat y de ERC. Pero el problema básico y fundamental es que ni ellos ni los partidos que encabezan tampoco tienen la confianza del grueso del electorado catalán, que cada vez se siente más lejos de unos dirigentes que no paran de mirar exclusivamente por sus intereses y que desde el 2017 no han hecho más que incumplir sistemáticamente todos los compromisos y enredar compulsivamente a la gente que había confiado en ellos. Y es que el hecho de que JxCat y ERC continúen dirigidos por quienes se pasaron por el forro el mandato del referéndum del Primero de Octubre, y no solo eso, sino que hayan vuelto a ser elegidos acríticamente por las militancias respectivas, es la demostración de que ambas formaciones han dejado de ser herramientas útiles para el presente y el futuro de este país que es Catalunya. Que uno y otro sean los encargados de juzgar y enmendar los errores que ellos mismos han cometido es tan surrealista como absurdo.
Ciertamente, todo es cuestión de confianza, y en estos momentos ni Carles Puigdemont ni Oriol Junqueras tienen la confianza de la mayor parte de catalanes. Ahora solo falta que se peleen por ver quién desconfía más de Pedro Sánchez y quién lo pone más al borde del abismo para que la acaben de perder del todo.