Cuando se conoció la muerte de Alain Delon, Carlos del Amor, periodista murciano establecido en Madrid, publicó un tuit en el cual preguntaba a su ejército de seguidores quién había sido el actor más guapo de la historia: si el francés o Paul Newman. La pregunta, del estilo de las que formulaba la revista de los ochenta Super Pop, no merece pasar al panteón de las preguntas catedralicias, pero desató a una multitud de tuiteros indignados con Amor por haber dado protagonismo a un hombre, Alain Delon, que consideran merecedor de pasar por el tamiz de la cultura de la cancelación. Listas de condena, ha habido muchas a lo largo de la historia, y la más famosa, por próxima, es la maccarthista, conocida como la Lista Negra, y que la conformaron comunistas, presuntos comunistas, gente de izquierdas o personas no lo suficientemente patrióticas que se movían por Hollywood como ratas portadoras de la peste marxista. Los acusados fueron expulsados de la meca del cine. Muchos de ellos no encontraron trabajo nunca más; otros, se quitaron la vida. A diferencia de la lista promovida por los moralistas de la cultura de la cancelación, la Lista Negra fue por causas ideológicas en un momento de histeria colectiva, promovida en una época, el inicio de la Guerra Fría, especialmente turbia. La lista escrita por los incondicionales de la cultura de la cancelación se basa en la supuesta integridad de la persona a quien señalan, sin respetar ni la obra, ni el contexto en el cual vivió. Si somos fieles a esta doctrina de nueva germinación, me pregunto quién está libre de pecado. ¿Lo estás tú, portavoz de esta cultura intimidatoria, inquisitiva, que busca borrar de la memoria colectiva toda persona que no responde a los valores morales que vosotros propaguéis? Celebro que todos estos, estas o estes adalides de la verdad absoluta, tengan tan claro la distancia que separa el bien del mal. Pero hay un hecho paradójico: para poder juzgar con cierta credibilidad, se tiene que entender, muchas veces, el contexto, y para saber el contexto, se tiene que tener un cierto nivel cultural. Nivel que falta a un número considerable de estos portavoces de la cultura de la cancelación.
Que Alain Delon era un tipo entre complejo e imbécil, lo hace evidente la respuesta que le dio a la periodista Pilar Eyre en una entrevista publicada en los años ochenta. “Ser guapo es una maldición…”, una frase que acabó con uno amable “… No sabe la suerte que tiene, señorita, de no serlo”. ¿Y una vez sabemos del carácter intolerante de este hombre, su ideología ultraderechista, sus contactos con la mafia, su machismo de manual o su incapacidad para ejercer la paternidad sin turbulencias familiares, qué hacemos con su vertiente profesional como gran actor? Alain Delon es historia del cine europeo, y no pocas de sus películas forman parte de la filmografía de intocables que nunca borrarás, aunque crees una colecta entre los hooligans de la cancelación.
Si seguimos así, aquí no se salva ni el dios que creó a Bardot.
Al Alain Delon terrenal, le costará abandonar el purgatorio para poder entrar en el Paraíso. El Alain Delon de ficción, lo tiene ganado desde que interpretó a Tom Ripley en la memorable En plein soleil, a Rocco Parondi en Rocco e i suoi fratelli, a Tancredi Falconeri en Il gattopardo, a Piero en L'Eclipse, a Jacques Chaban-Delmas en Paris brûle-t-il?, a Jef Costello en Le samouraï, a Roger Sartet a Le Clan des Siciliens, y un largo etcétera de personajes cinematográficos que lo convirtieron en lo que es, un mito que, a pesar de su ideología terrenal, no tuvo objeciones a la hora de ponerse dos veces al servicio de Joseph Losey, uno de los condenados de la Lista Negra, en las memorables El asesinato de Trotsky y Monsieur Klein. Por cierto, en la película dedicada al crimen ordenado por Stalin, Delon interpretó el papel del ejecutor, el catalán Ramon Mercader.
Sobre la muerte de Delon, Brigitte Bardot ha escrito un mensaje de pésame: “al morir Alain, acaba un capítulo de una época pasada de la cual fue un monumento soberano. Representó el mejor cine de prestigio de Francia, un embajador de la elegancia, el talento de la belleza. Pierdo a un amigo, un alter ego, un cómplice”. Delon y Bardot eran grandes amigos y, desde el punto de vista terrenal, dos merecedores de pasar a formar parte de la lista de execrables de Malcolm Otero y Santi Jiménez. Él ya puede, ella todavía espera su turno desde su casa de Saint-Tropez. Pero si Bardot y Delon, dos heterosexuales militantes, de ideología ultraderechista y narcisistas, son el objetivo de la cultura de la cancelación, Bardot tiene números de recibir una condena más vulnerable por su lucha a favor de los animales, una decisión, la de volcarse en la fauna, que definió en una frase: “di mi juventud a los hombres, mi madurez a los animales”. Y es sabido que entre los machos y las bestias, prefiere la bondad de las segundas. Y si hay una lucha de Bardot contra Bardot, es la de una mujer odiosa contra una actriz que es y será un icono de la mitad del siglo XX.
Yo, un heterosexual campechano, reconozco que me gusta más la belleza de otro mito execrable como Marlon Brando, pero tanto Newman como Delon forman parte de mi nostalgia por un tiempo desbordante de nostalgias de ficción. Nostalgia de una época en la cual la gente que conformaba las artes cinematográficas, literarias, pictóricas, las artes mayúsculas en general, eran más libres y no eran condenados constantemente a sufrir juicios populares en las redes sociales, a menudo fomentados por iletrados que dictan a quien merece ser absuelto o condenado en un purgatorio moral sometido a los valores inquisitoriales de los profesionales de la cultura de la cancelación. Si seguimos así, aquí no se salva ni el dios que creó Bardot. Ni tampoco vosotros, verdugos del nuevo orden de la ética. Con el efecto bumerán, recibiremos todos.