¿Sabéis qué es la cancel culture o cultura de la cancelación (en nuestra querida lengua)? Pues es muy sencillo, vendría a ser el bullying o acoso de toda la vida. Es cuando un grupo de personas (generalmente en las redes sociales) deciden ir todas a la vez contra alguien porque ha dicho algo que no les ha gustado. El resultado final suele ser que la persona que recibe este impacto decide o bien seguir defendiendo sus ideas y bloquear a todos los impertinentes (si es muy valiente o muy tozuda) o bien poner los pies en polvorosa, cerrar la cuenta de Twitter, Instagram, TikTok… y pedir hora a un cirujano plástico para que le haga una cara nueva y nadie la reconozca por la calle. Los humanos somos así: cuando no nos gusta algo, queremos que desaparezca de nuestras vidas. Nos da pereza debatir y pensar más de la cuenta.

¿Cómo se cancela a una persona? Lo primero que tiene que pasar para poder cancelar a una persona es que alguien encienda la mecha; es decir, que alguien, por ejemplo, haga un tuit en Twitter diciendo algo que ofenda a un gran número de personas (también lo puede hacer en otro formato, como un vídeo de TikTok). Podría decir algo como: «No me gustan los gatos». Este ejemplo es un poco extremo —porque esta persona, después de publicar este tuit, no sobrevivirá ni de casualidad—, pero así entendéis exactamente lo que quiero decir y la gravedad de la situación. Un pequeño inciso antes que nada: debéis saber que, cuando hacéis un tuit con un nivel de maldad como este, tendréis que asumir sus consecuencias, que no serán ni pocas ni agradables. Dicho esto, ¿cómo podemos cancelar a una persona que odia a los gatos y que merece pasar una temporada en el infierno? Tenemos un amplio abanico de opciones; todo depende de nuestra imaginación y de la rabia acumulada que tengamos.

Una persona cancelada ya sabe cómo se las gastan en las redes; se asegurará de no volver a expresar lo que piensa jamás

Podemos, por ejemplo, escribir un comentario que diga que es una persona sin sentimientos y añadir un emoticono o un GIF de un gato llorando (versión Walt Disney). Con esto, lo único que vamos a lograr es un par de me gustas. También podemos citar su tuit etiquetando a todas las protectoras de animales, a los Mossos d’Esquadra y a gente famosa con miles de seguidores que tengan un gato de foto de perfil y escribir: «Esta persona odia a los gatos y quiere matarlos a todos» (Versión La matanza de Texas). Es muy importante exagerar la situación y poner en boca de las personas a las que se quiere cancelar palabras que no han dicho. ¿Qué queremos? Un linchamiento público, ¿verdad? Pues es necesario que la gente se encienda de rabia; y, sinceramente, con un emoticono no encenderemos ni una cerilla.

¿Qué lograremos con todo esto? Si decidimos tomar la vía Walt Disney, no lograremos nada, pero si nos inclinamos por La matanza de Texas, nos sorprenderemos de los resultados. Podemos conseguir que todos los gatos de Catalunya hablen un catalán de Olot o de las Terres de l’Ebre; que la persona que hizo el tuit contra los gatos adopte más de treinta gatos para volver a ser aceptada en la sociedad y que se pase el resto de su vida limpiándoles el arenero; que Catalunya sea independiente y que la primera presidenta de la Generalitat se llame Michi; que se anuncie la desaparición del autor del tuit y se cierre el caso por falta de pruebas; que las personas que odian a los gatos no puedan salir de casa nunca más por miedo al qué dirán… Ya veis que la lista es interminable.

¿Hay vida después de una cancelación? No mucha, la verdad. Una persona cancelada ya sabe cómo se las gastan en las redes; se asegurará de no volver a expresar lo que piensa jamás. «A Twitter (X), hay que ir llorado de casa», dice la letra pequeña cuando abres una cuenta nueva. Quien avisa no es traidor. Lo que no podemos pretender es que alguien diga que no le gustan los gatos y se quede tan ancho. La mayoría de gente cancelada o bien desaparece o bien suele retirarse en un convento o una cabaña en medio del bosque, lejos de la civilización. No se sabe de ninguna persona cancelada que haya vuelto a decir lo que piensa, ni en las redes sociales ni en ninguna parte.