"Todas las inquisiciones, sin distinción, se basan en el principio de la delación y la cobardía social"
Arturo P
érez-Reverte

Si para acabar con la cultura de la violación es preciso avanzar hacia una cultura de la delación, estamos jodidos. El feminismo es democrático, racional, justo y no puede respaldar ni aconsejar el uso de canales ajenos al puro Estado de derecho para solventar los problemas del individuo en la sociedad; que ese individuo sea mujer no cambia un ápice la realidad. La cultura de la delación anónima rima muy mal con las democracias. La muerte civil sin posibilidad de defensa casa muy mal con los sistemas libres. Las purgas y las cazas de brujas se compadecen muy mal con las democracias. Ser feminista es ser demócrata y no puede anularse una parte de la ecuación.

Me gusta recomendarles lecturas y justito ahora estoy con una magna obra ganadora del prestigioso premio de ensayo Samuel Johnson. La impresionante investigación de Michael Burleigh contenida en El Tercer Reich. Una nueva historia te corta el aliento. Contiene una descripción no solo histórica, sino social, política, jurídica y hasta personal de todo aquel terrible periodo, con una precisión increíble en el modo de rememorar como la libre República de Weimar se convirtió en un régimen monstruoso. Es muy estremecedor hacer paralelismos con algunas de las realidades que vivimos. La delación como método no estuvo ausente. "¿Quién denunciaba a quién y por qué lo hacía? (...) Las motivaciones de los denunciantes eran muy variadas (...) no todos eran nazis, muchos eran ciudadanos normales y corrientes(…) individuos con agravios y resentimientos personales. Estos individuos, meramente despreciables en condiciones democráticas normales, resultaban mortíferos en dictaduras totalitarias, como la Alemania nazi y la Unión Soviética". Recoge la obra que en muchas partes de Alemania más del 57% de casos iniciados por "contaminación racial" no lo fueron por la Gestapo, sino por delaciones. Las delaciones y denuncias falsas abundaron durante la guerra civil: "La delación, durante la Guerra Civil, fue estimulada públicamente y publicitada como una obligación moral de la población de la retaguardia". Lo peor del ser humano sale a relucir cuando estimulas la cultura de la delación, sobre todo si esta es anónima. No estoy comparando situaciones, estoy estableciendo la perversidad de un método que no debemos alentar. Debemos empezar a diferenciar entre testimonio, denuncia y delación. Oigo a mujeres nada sospechosas, bien intencionadas, repitiendo: es bueno que haya lugares seguros en los que denunciar lo que nos ha pasado. ¿Lugares ajenos a la institucionalidad? ¿Anónimos? ¿Lugares en los que identificar a personas de sexo masculino —con datos e iniciales que los hacen perfectamente reconocibles— relatando hechos que, en muchos casos, traspasan las líneas del delito? Esta mañana, desayunando, he leído la referencia a un colega de profesión, catalán, por cierto, al que se apuntaba con datos suficientes para identificarlo, por "tirar la caña" a chicas en las facultades de periodismo. Tirar la caña con falsas esperanzas de un futuro empleo es rijoso, patético, pero no es delito. Volvamos a la racionalidad. Yo las creo, ¡cómo no hacerlo después de tantos años viviendo como mujer! Hay casos, cada uno analizable en sí mismo: unos son de comisaría y juzgado de guardia; otros, de psicólogo, y otros, de una charla con tus amigas o tu mamá. Mezclarlos todos nos puede llevar a una neo inquisición que para qué queremos a los obispos y sus homilías.

En el pecado llevan la penitencia. Si en vez del deseo de ambas partes ponemos en el centro el "consentimiento", sucede que una puede consentir —"Permitir a una persona (algo que desea)" RAE—, pero luego sentirse como una mierda. El deseo mutuo ansía, acompasa, goza. El puñetero consentimiento permite, tolera, acepta. ¡Volvamos al NO es NO! Para que las jóvenes entiendan que no tienen por qué seguir la cuerda, que pueden parar en cualquier momento, que la libertad exige la responsabilidad de pronunciar o mostrar ese 'no'. Es uno de los problemas de algunas denuncias. En términos racionales y lógicos, es difícil asumir que hubo actos no consentidos cuando tus actuaciones posteriores los revalidan.

Ser feminista es ser demócrata y no puede anularse una parte de la ecuación

Errejón ha caído y ha pagado la responsabilidad política por una cosa muy grave: la incoherencia, la falsedad, la hipocresía. No puedes decir una cosa para que te voten y comportarte de modo contrario. Los que llegaron diciendo que "lo personal es político" tienen que aceptar el jarabe de coherencia que les aplican. Ahora bien, todos y todas y ellos y ellas. El testimonio atribuible al exdiputado que más recorrido penal tendría es el relativo a los tocamientos en el concierto de Castellón: tocamientos de zonas sexuales, expresión del no consentimiento clara, testigos, protesta ante la organización y públicamente en redes. Este caso es el que fue sepultado por el "espacio" que se publicita como "más feminista" de nuestro país. Es mentira. Un partido que habla de trabajadoras sexuales para referirse a las prostituidas, que está a favor de la gestación subrogada y que admite no tener muy claro qué es una mujer biológica, es bastante sospechoso de no feminismo. Y no voy a hablar de cómo echaron al tradicional Partido Feminista y a una mujer puntera en la lucha como Lydia Falcón. Olé sus ovarios. Ahora bien, la justicia democrática te asegura un juicio justo, una pena proporcional a la gravedad y la posibilidad de la reinserción, y del olvido una vez pagada. ¿Qué aseguran los linchamientos públicos y la muerte civil?

Y, por supuesto, unido a todo ello, la espiral del silencio. De modo y manera que recordar cosas tan civilizadas se convierte en herejía y anatema, y como la gente no quiere correr el riesgo de ser linchada, se calla y se va callando hasta que pareciera que la cultura de la delación es el más delicado bocado de una sociedad saludable.

Podemos no fue nunca ortodoxamente feminista, por más que hicieran marketing con el nombre Unidas Podemos y en los carteles del 8-M pusieran los caretos de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Ni por su doctrina ni por sus comportamientos. Una mixtificación añadida para arrimarse un potencial electoral que estallaba en las calles y que consideraron interesante. Como había que diferenciarse del feminismo tradicional del PSOE, importaron el mejunje queer y apretaron incluso a sus socios para obligarles a asumir posiciones que les eran ajenas. En el pecado llevan todos la penitencia. Instauraron después leyes por las cuales mostrar una disensión racional con sus postulados podía ser sancionado administrativamente —sin la intervención de los jueces— con montantes inalcanzables. Callaron a las feministas tradicionales a base de amenazas de multas, linchamientos en redes y persecuciones, para impedir que presentaran sus libros o expusieran sus pegas. No me dan ninguna pena. Nadie que utilice métodos claramente totalitarios me da ninguna pena. Es ajeno a la democracia interna de un partido purgar y retirar actas a las diputadas sin ningún procedimiento reglado ni posibilidad de alegaciones o recursos para crear cortafuegos que impidan caer a las figuras que realmente sabían y taparon.

Sumar, el "espacio", la formación plurinacional o como quieran llamarla —la jerga de la izquierda más izquierda es siempre un galimatías, como lo son muchos de sus discursos incluidos los de Errejón— no es que esté terminal, es que ha muerto. La vida de Brian continúa y entre tanto hay ganadores y perdedores y se deja atrás un reguero de cadáveres bien apuñalados por la saña de compañeros y alegres linchadores.

Y esto, unido a la corrupción que cerca a los socialistas —de la que vamos a alucinar cuando se desencripten un par de discos duros—, a los nuevos delitos imputados a la mujer del presidente del Gobierno y a la firme decisión de Junts, tal vez unida a la de Podemos, de no aprobar unos presupuestos que alargaran la legislatura, lo deja todo en el aire. Todo. Veremos nuevos linchamientos, nuevos cadáveres apuñalados. Cuando una sociedad pierde las normas y las formas más elementales, todo se acaba desplomando.