Este martes se cumplirá un año de aquella foto enigmática que Carles Puigdemont colgó en su cuenta de Instagram y que señalaba, básicamente, el cielo. El azul del cielo, visto, según parece, desde algún patio o ventana del palacio de la Generalitat, al que ya no volvió. En aquel momento extremadamente confuso —nadie sabía dónde estaba el Govern y la Generalitat había sido intervenida por Madrid— no fuimos capaces de interpretar el siguiente movimiento, que era, en la práctica, el final del cuadro: la marcha del president y la mitad de sus consellers al exilio, y, quince días después, el ingreso en prisión de la otra mitad, encabezada por el vicepresident Oriol Junqueras. Los Jordis ya llevaban prácticamente quince días entre rejas.
La declaración de independencia votada por el Parlament y la proclamación de la República catalana, fallida, desembocaron en una gran decepción para el grueso del independentismo de la que, y a pesar de la renovada victoria en las elecciones del 21-D, todavía no se ha recuperado. El otro día me preguntaba un exdiputado de aquella mayoría qué quiere decir "implementar" la República, un verbo que, ciertamente, a mí tampoco me ha gustado nunca, y respondí que "asumir el poder con todas las consecuencias". Por eso, la pregunta, un año después, sigue siendo: ¿de verdad el "poder" catalán, el Govern y el Parlament y el resto de instituciones del país, pero también la gente, estaban en condiciones de "implementar" la República?
¿De verdad el "poder" catalán, el Govern y el Parlament y el resto de instituciones del país, pero también la gente, estaban en condiciones de "implementar" la República?
Ya sé que este país no es muy dado a las definiciones. Sócrates no se habría ganado mucho la vida, por mucho que Merlí se convirtiera en un éxito de TV3 y la filosofía vuelva a los institutos. Catalunya ha perdido demasiadas guerras a lo largo de la historia y es una evidencia que sobrevive mejor a caballo entre los sobrentendidos y las ambigüedades; es un país de sfumato. Vaporoso, que se suele guardar de poner todos los huevos en el mismo cesto. Pero nada dura para siempre y, hace un año, esta secular manera de hacer se rompió, en muy buena medida. Es ahí donde le duele al unionismo. Y, no obstante, faltaron definiciones. Veámoslo.
Implementar la República era un eufemismo de asumir la soberanía efectiva sobre el territorio y la población, cosa que —siguiendo la clásica definición de Weber— ejerce todo Estado que se considere como tal mediante el uso legítimo de la fuerza. La República digital es un bello proyecto, pero vuelve a sonar a eufemismo. El 27-O se trataba —en teoría— de ganar ese "derecho" inherente a todo Estado. Lisa y llanamente, de sustituir el Estado español en el ejercicio de la soberanía sobre el territorio y la población catalana ¿Cómo? ¿Con violencia? Para que haya guerra tiene que haber dos ejércitos que quieran hacerla y aquí ejército con armas solo había uno: el del Estado existente, o sea, el español. El otro, el del no nato Estado catalán en forma de República, podía oponer, como mucho, unos centenares de Mossos d'Esquadra —no muchos más; al menos estos eran los cálculos que hacían desde Madrid— y, eso sí, centenares de miles de personas dispuestas a poner el cuerpo como ya hicieron durante el referéndum del 1 de octubre ante las porras de la Guardia Civil y la policía española.
Nadie sabe si la República se hubiera podido hacer efectiva —ya fuera de forma absolutamente dirigida o al albur de los acontecimientos—, pero, a falta de armas, no hubo un Maidan catalán. El 27-O no hubo una explosión de resistencia pacífica, masiva, que no sabemos si habría conseguido hacer efectiva la República, pero sí sabemos —lo ha advertido el exministro García-Margallo— que el Estado habría hecho lo que hubiera hecho falta para impedirlo. Como ha dicho el periodista Jordi Barbeta, con su lucidez habitual, "los únicos que se tomaron seriamente la declaración de independencia fueron el Gobierno y el rey".
Y, sin embargo, no me parece que el luto del independentismo tenga que durar indefinidamente ni mucho menos todavía la procesión de penitentes que se azotan y piden perdón por haber soñado, un día, que la libertad no solo es posible sino necesaria. Una cosa es que todo esté por hacer, como decía el poeta, y la otra que, a la mínima que quieras hacer demasiado, te rompan las piernas.
Y, sin embargo, no me parece que el horizonte político del independentismo tenga que pasar por decidir si quiere un gobierno neoprogre de Sánchez-Iglesias o el espantajo del dúo Casado-Rivera, el clásico chantaje emocional que ahora practican los que hace un año iban todos de la mano en la cabina de mando del 155.
Y, sin embargo, lo siento, Jordi Évole, no me parece que la "caverna catalana" sea lo mismo que la otra caverna: a la primera podrían encarcelarla; la otra, como bien sabes, encarcela. A poder ser sin juicio. Y a veces, con una sonrisa (cínica).
Otra vez el chantaje emocional: Arrimadas tiene razón —vienen a decir los equidistantes de combate—, pero si hacéis lo que tenéis que hacer, queridos 'indepes'... votaremos a los comunes
Y, sin embargo, se dibuja el relato, relativamente nuevo en la plaza, de una cierta equidistancia de combate, que combina el viejo victimismo españolista de los supuestamente señalados como a "traidores" (solo se puede traicionar lo que primero se ha defendido) con el reconocimiento del escándalo democrático que supone la situación de los presos políticos y el solo hecho de que los haya en la democracia española. Otra vez el chantaje emocional: Arrimadas tiene razón —vienen a decir los equidistantes de combate—, pero si hacéis lo que tenéis que hacer, queridos indepes... votaremos a Pablo Iglesias (o los comuns). Es una versión de aquel "pacto" de los años 80, en virtud del cual la Catalunya socialista votaba a Felipe en las generales españolas y se abstenía para que Pujol ganara en las autonómicas.
Y, sin embargo, el relato de criminalización del independentismo que inspiró las acusaciones de rebelión del juez Llarena está virando hacia una equidistancia combativa, que navega entre Cs y Podemos y que busca legitimar la "componenda", o sea, la condena con rebaja. Es decir, un equilibrio entre la condena ejemplar que espera del juicio al independentismo el deep state —el Rey, el Ejército, la judicatura— y la rebaja que necesitan Sánchez y la renovada tercera vía para entenderse con el soberanismo pragmático. Rol que han atribuido a ERC por oposición a la Crida y el puigdemontismo. Rebelión, quizás no; sedición, sí. Menos prisión, pero condena (ejemplar).